Paso de Cristo de las Siete Palabras (Sevilla)
Del Evangelio según san Juan 19,
25-27
Junto a la cruz de Jesús estaban su
madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena. Jesús,
viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre:
«Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu
madre». Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.
MEDITACIÓN
En el sufrimiento anhelamos la
solidaridad. María, la madre, nos
recuerda el amor, el apoyo y la solidaridad dentro de la familia, Juan
la lealtad dentro de la comunidad. Unión familiar, lazos comunitarios, vínculos
de amistad son esenciales para el florecimiento de los seres humanos. En una
sociedad anónima pierden vigor. Cuando faltan, nuestra misma humanidad se
debilita. Además en María no notamos el mínimo signo de resentimiento; ni una
palabra de amargura. La Virgen se convierte en un arquetipo del perdón en la fe
y en la esperanza. Nos indica el camino hacia el futuro. También aquellos que
quisieran responder a la injusticia violenta con una "justicia violenta"
saben que esta no es la respuesta resolutiva. El perdón suscita la esperanza.
Existen también ofensas históricas
que a lo largo de siglos hieren las memorias de la sociedad. Si no
transformamos nuestra ira colectiva en nuevas energías de amor a través del
perdón, pereceremos conjuntamente. Cuando la curación llega mediante el perdón,
encendemos una luz que anuncia futuras posibilidades para «la vida y el
bienestar» de la humanidad (cf. Ml 2, 5).
María
ha vivido todo el sufrimiento que
puede probar una mujer en la más terrible de las
angustias; impotente ha asistido a las
torturas de su hijo; ha visto como todo el pueblo se burlaba de El, como los soldados se repartían sus
ropas, ha conocido el desprecio, la
humillación, ha sentido desgarrarse su
corazón, romperse, traspasado por
la espada, y escucha esa voz de Jesús:
"Madre he aquí a tu hijo", y su corazón se inunda de ternura gracias
al consuelo inefable que le revela otra maternidad. Ya no me tienes a tu lado pero conocerás un amor más grande;
a partir de este instante tu corazón no
se llena sólo de un afecto, sino que sentirá un
amor universal. Te dejo a los míos,
mis discípulos predilectos, serás
la Madre que compadece, que anima, que reza; y con ellos recibirás el Espíritu
Santo.
Jesús Tú has dejado a María, Tu
Madre, y a tu
discípulo predilecto el don de un
amor más grande; manantial de vida para
tu Iglesia.
Había comenzado a desprenderse de
aquel Hijo desde el día en que, a los doce años, él le había dicho que tenía
otra casa y otra misión que realizar, en nombre de su Padre celestial. Sin
embargo, ahora para María ha llegado el momento de la separación suprema. En
esa hora está el desgarramiento de toda madre que ve alterada la lógica misma
de la naturaleza, por la que son las madres quienes mueren antes que sus hijos.
Pero el evangelista san Juan borra toda lágrima de aquel rostro dolorido, apaga
todo grito en aquellos labios, no presenta a María postrada en tierra en medio
de la desesperación. Más aún, reina el silencio, sólo roto por una voz que baja
de la cruz y del rostro torturado del Hijo agonizante. Es mucho más que un
testamento familiar: es una revelación que marca un cambio radical en la vida
de la Madre. Aquel desprendimiento extremo en la muerte no es estéril, sino que
tiene una fecundidad inesperada, semejante a la del parto de una madre.
Exactamente como había anunciado Jesús mismo pocas horas antes, en la última
tarde de su existencia terrena: «La mujer, cuando va a dar a luz, está triste,
porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se
acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo»
Nuestra Señora de los Remedios (Siete Palabras - Sevilla)
María vuelve a ser madre: no es
casualidad que en las pocas líneas de este relato evangélico aparezca cinco
veces la palabra «madre». Por consiguiente, María vuelve a ser madre y sus
hijos serán todos los que son como «el discípulo amado», es decir, todos los
que se acogen bajo el manto de la gracia divina salvadora y que siguen a Cristo
con fe y amor.
Desde aquel instante María ya no
estará sola; se convertirá en la madre de la Iglesia, un pueblo inmenso de toda
lengua, pueblo y estirpe, que a lo largo de los siglos se unirá a ella en torno
a la cruz de Cristo, su primogénito. Desde aquel momento también nosotros
caminamos con ella por las sendas de la fe, nos encontramos con ella en la casa
donde sopla el Espíritu de Pentecostés, nos sentamos a la mesa donde se parte
el pan de la Eucaristía y esperamos el día en que su Hijo vuelva para llevarnos
como a ella a la eternidad de su gloria.
Jesús se olvida de sí mismo incluso
en aquel momento crucial y piensa en su madre, piensa en nosotros. Ante todo,
¿confía su Madre al discípulo, como parece sugerir san Juan, o más bien confía
el discípulo a su Madre?
En cualquier caso, para el discípulo
María será siempre la madre que el Maestro agonizante le ha confiado; y para
María el discípulo será siempre el hijo que su Hijo agonizante le ha confiado y
al que estará espiritualmente cercana sobre todo en la hora de la muerte. Junto
a los mártires agonizantes estará siempre la madre, que está en pie, junto a su
cruz, para sostenerlos.
San Juan (Paso de misterio Siete Palabras)
REFLEXIÓN
El mejor legado que pudo hacernos Jesús , el Dios
hecho hombre, desde la cruz fue dejarnos a su propia madre y así como María
engendró a Jesús; en el instante mismo en que Jesús nos la entrega; María nos
engendró a nosotros como a sus hijos. Nació la comunidad de la Iglesia ¡Qué
maravilloso intercambio! Frente a su propio Hijo que se desangra, María abre su
vientre para recibir a toda la humanidad y acepta el desafío de formar en
nosotros a su Hijo Jesús.
María al pie de la cruz, llena de gracia y valentía. Enséñanos a mirar la cruz
y a aceptar el valor del sufrimiento. También hoy vivimos la sinrazón de la
violencia que se hace carne en el más débil. No permitas que caigamos en la
desesperación. Haz que mirando a tu Hijo en la cruz podamos creer en un nuevo
amanecer. Enséñanos a estar de pie junto al que sufre, para ser portadores de
esperanza. Danos la valentía necesaria para asumir en su radicalidad el
Evangelio. Enséñanos a caminar con Jesús y acabar como Jesús.
Virgen del dolor y del consuelo, tu serenidad nos ayuda a comprender la hondura
de tu entrega. Tu sufrimiento se abre a la humanidad entera y nos devuelves el
consuelo. "Mujer allí tienes a tu Hijo"... nos acoges, nos recibes en
tus brazos y tu maternidad se prolonga en cada uno de los hombres. El dolor te
hace sufrir pero no te paraliza. Avanzas, no te detienes; ante la mirada de tu
hijo que no deja de mirarte. Junto a ti el discípulo amado es testigo de este
real intercambio.
Nuestra Señora de la Esperanza danos la gracia de penetrar el misterio. Danos
tu fuerza para acoger en nuestra vida el sentido que tiene el sufrimiento.
Entréganos esa mirada tierna que derramas sobre el mundo. Dilata nuestro
corazón para que podamos involucrarnos en los padecimientos del otro, y que
nuestra presencia les devuelva el deseo de superar la desesperación. Virgen de
la Pascua, sostén en la noche de nuestra fe nuestras vidas que se paralizan y
se detienen cuando en nuestra vida todo parece perder el sentido.
Miramos a Jesús en la cruz, y con corazón agradecido reconocemos que toda la
humanidad está presente en aquella hora de Salvación. Aquí nos encontramos con
todos los hombres y mujeres que han acogido en sus vidas el perdón y la
reconciliación. Desde la cruz de Jesús podemos hacer posible la comunión, el
diálogo, la verdad. Podemos perdonar y perdonarnos; porque nos diste a tu madre
como prenda que siempre estará atenta a lo que nos haga falta. "hijo allí tienes a tu Madre".
Acogemos a María en nuestras vidas, le abrimos nuestro corazón; la hospedamos
en nuestra casa. Hacemos un espacio y nos damos cuenta que su presencia
convoca, reúne... allí toma forma la comunidad de la Iglesia, como sacramento
de salvación y a pesar del dolor que nos causa la cruz, nos abrimos con
esperanza a la Pascua que se preanuncia en esta entrega generosa que Jesús nos
hace de su Madre, y que María acoge con valentía. Nos hacemos comunidad de
creyentes y nos sentimos profundamente hermanos y hermanas.
Quiero terminar esta reflexión con una imagen que nos permita entender mejor la Iglesia. Es la imagen de María reunida con todos los Apóstoles en la espera del Espíritu Santo. Allí se cristaliza la entrega que Jesús nos hace de su Madre y la respuesta del discípulo amado. En torno a María, los Apóstoles recibirán la fuerza de lo alto para salir sin miedo a anunciar el Evangelio. Son los testigos fieles de que la muerte no tiene para nosotros la última palabra. Anunciarán el triunfo de la vida sobre cualquier tipo de muerte porque ellos lo han visto y oído. En la cruz de Jesús la Iglesia se hace misionera. No anuncia otra cosa sino que Cristo ha muerto y ha resucitado. En torno a esta Buena Noticia crecerá y se extenderá por el mundo. Que María nos enseñe a ser sencillos, disponibles... que podamos intuir las necesidades de los demás, para salir al encuentro del necesitado.
Nosotros como el discípulo amado recibimos a María en nuestra casa, ella nos hará dóciles al Espíritu . Abramos nuestros corazones a la acción del Espíritu Santo, que Él nos enseñe a discernir su paso entre nosotros, así descubriremos a un Dios cercano que sigue caminando con su pueblo.
Como Familia te ofrecemos esta oración que todos los Marianistas; Sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos rezamos unidos como Familia; a las tres de la tarde:
Señor Jesús,
Aquí nos tienes reunidos al pie de la
Cruz, con tu Madre y el discípulo que Tú amabas.
Te pedimos perdón por nuestros
pecados que son la causa de tu muerte.
Te damos gracias por haber pensado en
nosotros en aquella hora de salvación y habernos dado a María por Madre.
Virgen Santa, acógenos bajo tu
protección y haznos dóciles a la acción del Espíritu Santo.
San Juan, alcánzanos la gracia de
acoger a María en nuestra vida y de asistirla en su misión.
Amén
ORACIÓN
Jesús y María, habéis compartido
totalmente el sufrimiento: Tú, Jesús, en la cruz; y tú, Madre, a los pies de la
misma. La lanza ha traspasado el costado del Salvador y la espada ha traspasado
el corazón de la Virgen Madre.
En realidad, hemos sido nosotros con
nuestros pecados los que hemos causado tanto dolor.
Aceptad nuestro arrepentimiento,
nuestra debilidad, que siempre corre el riesgo de traicionar, renegar y
desertar.
Aceptad el homenaje de fidelidad de
todos los que han seguido el ejemplo de san Juan, que permaneció valientemente
junto a la cruz.
Jesús y María, os doy el corazón y el
alma mía. Jesús y María, asistidme en mi última agonía. Jesús y María, que
entregue en paz junto a vosotros el alma mía.
Amén
ORACIÓN
Señor Jesús, tu madre permaneció
silenciosamente a tu lado en tu agonía final. Ella, que permanecía escondida
cuando te aclamaban como a un gran profeta, está junto a ti en tu humillación.
Haz que yo tenga el valor de permanecer fiel también donde no te reconocen. Haz
que no me sienta nunca avergonzado por pertenecer al «pequeño rebaño» (Lc 12,
32).
Señor, ayúdame a recordar que también
aquellos que considero mis "enemigos" pertenecen a la familia humana.
Si me tratan injustamente, haz que mi oración sea «Padre, perdónalos porque no
saben lo que hacen» (Lc 23, 34). Puede suceder que en este contexto alguien
reconozca improvisamente el verdadero rostro de Cristo y grite como el
centurión: «Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15, 39).
Amén