domingo, 31 de marzo de 2013

DUODÉCIMA ESTACIÓN: JESÚS EN CRUZ, SU MADRE Y EL DISCÍPULO


 






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Paso de Cristo de las Siete Palabras (Sevilla) 


Del Evangelio según san Juan 19, 25-27

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.


MEDITACIÓN


En el sufrimiento anhelamos la solidaridad. María, la madre, nos  recuerda el amor, el apoyo y la solidaridad dentro de la familia, Juan la lealtad dentro de la comunidad. Unión familiar, lazos comunitarios, vínculos de amistad son esenciales para el florecimiento de los seres humanos. En una sociedad anónima pierden vigor. Cuando faltan, nuestra misma humanidad se debilita. Además en María no notamos el mínimo signo de resentimiento; ni una palabra de amargura. La Virgen se convierte en un arquetipo del perdón en la fe y en la esperanza. Nos indica el camino hacia el futuro. También aquellos que quisieran responder a la injusticia violenta con una "justicia violenta" saben que esta no es la respuesta resolutiva. El perdón suscita la esperanza.

Existen también ofensas históricas que a lo largo de siglos hieren las memorias de la sociedad. Si no transformamos nuestra ira colectiva en nuevas energías de amor a través del perdón, pereceremos conjuntamente. Cuando la curación llega mediante el perdón, encendemos una luz que anuncia futuras posibilidades para «la vida y el bienestar» de la humanidad (cf. Ml 2, 5).


 Stmo. Cristo de las Siete Palabras by Franmuve


María  ha vivido todo el sufrimiento que  puede  probar  una mujer en la más terrible de las angustias; impotente ha  asistido a las torturas de su hijo; ha visto como todo el pueblo se burlaba  de El, como los soldados se repartían sus ropas, ha  conocido el desprecio, la humillación, ha sentido desgarrarse su  corazón, romperse,  traspasado por la espada, y escucha esa voz de  Jesús: "Madre he aquí a tu hijo", y su corazón se inunda de ternura gracias al consuelo inefable que le revela otra maternidad. Ya no me tienes  a tu lado pero conocerás un amor más grande; a partir  de este instante tu corazón no se llena sólo de un afecto, sino  que sentirá  un  amor universal. Te dejo a los míos,  mis  discípulos predilectos, serás la Madre que compadece, que anima, que reza; y con ellos recibirás el Espíritu Santo.

Jesús Tú has dejado a María, Tu Madre, y  a  tu  discípulo predilecto  el don de un amor más grande; manantial de vida  para tu Iglesia.


Había comenzado a desprenderse de aquel Hijo desde el día en que, a los doce años, él le había dicho que tenía otra casa y otra misión que realizar, en nombre de su Padre celestial. Sin embargo, ahora para María ha llegado el momento de la separación suprema. En esa hora está el desgarramiento de toda madre que ve alterada la lógica misma de la naturaleza, por la que son las madres quienes mueren antes que sus hijos. Pero el evangelista san Juan borra toda lágrima de aquel rostro dolorido, apaga todo grito en aquellos labios, no presenta a María postrada en tierra en medio de la desesperación. Más aún, reina el silencio, sólo roto por una voz que baja de la cruz y del rostro torturado del Hijo agonizante. Es mucho más que un testamento familiar: es una revelación que marca un cambio radical en la vida de la Madre. Aquel desprendimiento extremo en la muerte no es estéril, sino que tiene una fecundidad inesperada, semejante a la del parto de una madre. Exactamente como había anunciado Jesús mismo pocas horas antes, en la última tarde de su existencia terrena: «La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo»


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 Nuestra Señora de los Remedios (Siete Palabras - Sevilla)

María vuelve a ser madre: no es casualidad que en las pocas líneas de este relato evangélico aparezca cinco veces la palabra «madre». Por consiguiente, María vuelve a ser madre y sus hijos serán todos los que son como «el discípulo amado», es decir, todos los que se acogen bajo el manto de la gracia divina salvadora y que siguen a Cristo con fe y amor.

Desde aquel instante María ya no estará sola; se convertirá en la madre de la Iglesia, un pueblo inmenso de toda lengua, pueblo y estirpe, que a lo largo de los siglos se unirá a ella en torno a la cruz de Cristo, su primogénito. Desde aquel momento también nosotros caminamos con ella por las sendas de la fe, nos encontramos con ella en la casa donde sopla el Espíritu de Pentecostés, nos sentamos a la mesa donde se parte el pan de la Eucaristía y esperamos el día en que su Hijo vuelva para llevarnos como a ella a la eternidad de su gloria.

Jesús se olvida de sí mismo incluso en aquel momento crucial y piensa en su madre, piensa en nosotros. Ante todo, ¿confía su Madre al discípulo, como parece sugerir san Juan, o más bien confía el discípulo a su Madre?

En cualquier caso, para el discípulo María será siempre la madre que el Maestro agonizante le ha confiado; y para María el discípulo será siempre el hijo que su Hijo agonizante le ha confiado y al que estará espiritualmente cercana sobre todo en la hora de la muerte. Junto a los mártires agonizantes estará siempre la madre, que está en pie, junto a su cruz, para sostenerlos.


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San Juan (Paso de misterio Siete Palabras)


REFLEXIÓN


El mejor legado que pudo hacernos Jesús , el Dios hecho hombre, desde la cruz fue dejarnos a su propia madre y así como María engendró a Jesús; en el instante mismo en que Jesús nos la entrega; María nos engendró a nosotros como a sus hijos. Nació la comunidad de la Iglesia ¡Qué maravilloso intercambio! Frente a su propio Hijo que se desangra, María abre su vientre para recibir a toda la humanidad y acepta el desafío de formar en nosotros a su Hijo Jesús.

 
María al pie de la cruz, llena de gracia y valentía. Enséñanos a mirar la cruz y a aceptar el valor del sufrimiento. También hoy vivimos la sinrazón de la violencia que se hace carne en el más débil. No permitas que caigamos en la desesperación. Haz que mirando a tu Hijo en la cruz podamos creer en un nuevo amanecer. Enséñanos a estar de pie junto al que sufre, para ser portadores de esperanza. Danos la valentía necesaria para asumir en su radicalidad el Evangelio. Enséñanos a caminar con Jesús y acabar como Jesús.

 
Virgen del dolor y del consuelo, tu serenidad nos ayuda a comprender la hondura de tu entrega. Tu sufrimiento se abre a la humanidad entera y nos devuelves el consuelo. "Mujer allí tienes a tu Hijo"... nos acoges, nos recibes en tus brazos y tu maternidad se prolonga en cada uno de los hombres. El dolor te hace sufrir pero no te paraliza. Avanzas, no te detienes; ante la mirada de tu hijo que no deja de mirarte. Junto a ti el discípulo amado es testigo de este real intercambio.
 




Nuestra Señora de la Esperanza danos la gracia de penetrar el misterio. Danos tu fuerza para acoger en nuestra vida el sentido que tiene el sufrimiento. Entréganos esa mirada tierna que derramas sobre el mundo. Dilata nuestro corazón para que podamos involucrarnos en los padecimientos del otro, y que nuestra presencia les devuelva el deseo de superar la desesperación. Virgen de la Pascua, sostén en la noche de nuestra fe nuestras vidas que se paralizan y se detienen cuando en nuestra vida todo parece perder el sentido.


Miramos a Jesús en la cruz, y con corazón agradecido reconocemos que toda la humanidad está presente en aquella hora de Salvación. Aquí nos encontramos con todos los hombres y mujeres que han acogido en sus vidas el perdón y la reconciliación. Desde la cruz de Jesús podemos hacer posible la comunión, el diálogo, la verdad. Podemos perdonar y perdonarnos; porque nos diste a tu madre como prenda que siempre estará atenta a lo que nos haga falta. "hijo allí tienes a tu Madre".


Acogemos a María en nuestras vidas, le abrimos nuestro corazón; la hospedamos en nuestra casa. Hacemos un espacio y nos damos cuenta que su presencia convoca, reúne... allí toma forma la comunidad de la Iglesia, como sacramento de salvación y a pesar del dolor que nos causa la cruz, nos abrimos con esperanza a la Pascua que se preanuncia en esta entrega generosa que Jesús nos hace de su Madre, y que María acoge con valentía. Nos hacemos comunidad de creyentes y nos sentimos profundamente hermanos y hermanas.

Quiero terminar esta reflexión con una imagen que nos permita entender mejor la Iglesia. Es la imagen de María reunida con todos los Apóstoles en la espera del Espíritu Santo. Allí se cristaliza la entrega que Jesús nos hace de su Madre y la respuesta del discípulo amado. En torno a María, los Apóstoles recibirán la fuerza de lo alto para salir sin miedo a anunciar el Evangelio. Son los testigos fieles de que la muerte no tiene para nosotros la última palabra. Anunciarán el triunfo de la vida sobre cualquier tipo de muerte porque ellos lo han visto y oído. En la cruz de Jesús la Iglesia se hace misionera. No anuncia otra cosa sino que Cristo ha muerto y ha resucitado. En torno a esta Buena Noticia crecerá y se extenderá por el mundo. Que María nos enseñe a ser sencillos, disponibles... que podamos intuir las necesidades de los demás, para salir al encuentro del necesitado.

Nosotros como el discípulo amado recibimos a María en nuestra casa, ella nos hará dóciles al Espíritu . Abramos nuestros corazones a la acción del Espíritu Santo, que Él nos enseñe a discernir su paso entre nosotros, así descubriremos a un Dios cercano que sigue caminando con su pueblo.

Como Familia te ofrecemos esta oración que todos los Marianistas; Sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos rezamos unidos como Familia; a las tres de la tarde:
 Santisimo Cristo de las Siete Palabras by Franmuve


Señor Jesús,

Aquí nos tienes reunidos al pie de la Cruz, con tu Madre y el discípulo que Tú amabas.

Te pedimos perdón por nuestros pecados que son la causa de tu muerte.
Te damos gracias por haber pensado en nosotros en aquella hora de salvación y habernos dado a María por Madre.

Virgen Santa, acógenos bajo tu protección y haznos dóciles a la acción del Espíritu Santo.

San Juan, alcánzanos la gracia de acoger a María en nuestra vida y de asistirla en su misión.


Amén

 


ORACIÓN


Jesús y María, habéis compartido totalmente el sufrimiento: Tú, Jesús, en la cruz; y tú, Madre, a los pies de la misma. La lanza ha traspasado el costado del Salvador y la espada ha traspasado el corazón de la Virgen Madre.

En realidad, hemos sido nosotros con nuestros pecados los que hemos causado tanto dolor.

Aceptad nuestro arrepentimiento, nuestra debilidad, que siempre corre el riesgo de traicionar, renegar y desertar.

Aceptad el homenaje de fidelidad de todos los que han seguido el ejemplo de san Juan, que permaneció valientemente junto a la cruz.

Jesús y María, os doy el corazón y el alma mía. Jesús y María, asistidme en mi última agonía. Jesús y María, que entregue en paz junto a vosotros el alma mía.

Amén

 


ORACIÓN

Señor Jesús, tu madre permaneció silenciosamente a tu lado en tu agonía final. Ella, que permanecía escondida cuando te aclamaban como a un gran profeta, está junto a ti en tu humillación. Haz que yo tenga el valor de permanecer fiel también donde no te reconocen. Haz que no me sienta nunca avergonzado por pertenecer al «pequeño rebaño» (Lc 12, 32).

Señor, ayúdame a recordar que también aquellos que considero mis "enemigos" pertenecen a la familia humana. Si me tratan injustamente, haz que mi oración sea «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34). Puede suceder que en este contexto alguien reconozca improvisamente el verdadero rostro de Cristo y grite como el centurión: «Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15, 39).

Amén