viernes, 29 de marzo de 2013

UNDECIMA ESTACIÓN: JESÚS PROMETE SU REINO AL BUEN LADRÓN





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Cristo de la Conversión del Buen Ladron (paso de Misterio Hermandad de Montserrat -  Sevilla)


A la derecha e izquierda de Jesús han crucificado a dos malhechores. Y mientras uno lo insulta, el otro reconoce sus errores y se da cuenta de la grandeza del que va a morir junto a él.



Del Evangelio según san Lucas 23, 39-43


Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!». Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, este nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino». Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso».


MEDITACIÓN


No es la elocuencia la que convence y convierte. En el caso de Pedro, es una mirada de amor; en el caso del buen ladrón, es la serenidad sin resentimiento en el sufrimiento. La conversión se produce como un milagro. Dios abre tus ojos. Tú reconoces su presencia y su acción. Te rindes.


Optar por Cristo siempre es un misterio. ¿Por qué se hace una opción definitiva por Cristo, a pesar de la perspectiva de las dificultades o de la muerte? ¿Por qué florecen los cristianos en los lugares de persecución? No lo sabremos nunca. Pero sucede continuamente. Si una persona que ha abandonado la fe encuentra el auténtico rostro de Cristo, quedará conmocionada por lo que ve realmente y podría rendirse, como Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20, 28). Es un privilegio desvelar el rostro de Cristo a las personas. Es una alegría aún más grande descubrirlo o redescubrirlo. «Sí, Señor, tu rostro busco. No me ocultes tu rostro» (Sal 27, 8).




Era un malhechor. Representa a todos los malhechores, es decir, a todos nosotros. Tuvo la suerte de estar junto a Jesús en el sufrimiento. Nosotros tenemos esta misma suerte. Digamos también:  «Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Tendremos la misma respuesta.


¿Y los que no tienen la suerte de estar junto a Jesús? Jesús está cerca de ellos, de todos y cada uno.


«Jesús, acuérdate de nosotros»: digámoselo por nosotros, por nuestros amigos, por nuestros enemigos y por los perseguidores de nuestros amigos. La salvación de todos es la verdadera victoria del Señor.


Transcurren los minutos de la agonía y la energía vital de Jesús crucificado se está atenuando lentamente. Sin embargo, aún tiene la fuerza para realizar un último acto de amor en favor de uno de los dos condenados a la pena capital que se encuentran a su lado en esos instantes trágicos, mientras el sol está aún en lo alto del cielo. Entre Cristo y aquel hombre tiene lugar un diálogo tenue, compuesto por dos frases esenciales. 


 

 San Dimas (Misterio de Montserrat - Sevilla)


Por un lado, está la petición del malhechor, al que la tradición llama «el buen ladrón», el convertido en la hora extrema de su vida: «Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu Reino». En cierto sentido, es como si aquel hombre rezara una versión personal del «Padre nuestro» y de la invocación: «Venga tu Reino».

Sin embargo, hace la petición directamente a Jesús, llamándolo por su nombre, un nombre con un significado luminoso en ese instante: «El Señor salva». Luego viene el imperativo: «Acuérdate de mí». En el lenguaje de la Biblia este verbo tiene una fuerza particular, que no corresponde a nuestro pálido «recuerdo». Es una palabra de certeza y de confianza, como para decir: «Tómame a tu cargo, no me abandones, sé como el amigo que sostiene y apoya».


Por otro lado, está la respuesta de Jesús, brevísima, casi como un suspiro: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso». La palabra «Paraíso», tan rara en las Escrituras, que sólo aparece otras dos veces en el Nuevo Testamento, en su significado originario evoca un jardín fértil y florido. Es una imagen fragante de aquel Reino de luz y de paz que Jesús había anunciado en su predicación, que había inaugurado con sus milagros y que dentro de poco tendrá una epifanía gloriosa en la Pascua.  Es la meta de nuestro fatigoso camino en la historia, es la plenitud de la vida, es la intimidad del abrazo con Dios. Es el último don que Cristo nos hace, precisamente a través del sacrificio de su muerte, que se abre a la gloria de la resurrección.

Nada más se dijeron en aquel día de angustia y de dolor los dos crucificados, pero esas pocas palabras pronunciadas con dificultad por sus gargantas secas resuenan aún hoy y constituyen siempre un signo de confianza y de salvación para quienes han pecado pero también han creído y esperado, aunque sea en la última frontera de la vida.

Cristo y el Buen Ladron de Tiziano


REFLEXIÓN


EL BUEN ladrón reconoció al Señor, precisamente en la cruz. Algunos no lo reconocieron cuando hacía milagros, y él lo reconoció cuando estaba en la cruz . Tenía clavados todos sus miembros: las manos estaban sujetas con clavos, los pies habían sido taladrados, todo el cuerpo estaba adherido al madero; no queda miembro libre: sólo la lengua y el corazón - En su corazón creyó, con la lengua confesó su fe. Le dijo: «Acuérdate de mi cuando llegues a tu reino». Esperaba su salvación para el futuro y estaba contento de recibirla tras un largo plazo de tiempo. La esperaba para largo, pero el día no se hizo esperar. Él dijo: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino», a lo que el Señor respondió: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso». El paraíso tiene árboles de felicidad: hoy estarás conmigo en el madero de la cruz; hoy también estarás conmigo en el árbol de la salvación.


“Hoy estarás conmigo en el paraíso”


Allí está Jesús, cosido al madero, contado entre los malhechores. Estas dos vidas, que también se están apagando junto a El, son el ejemplo de tantas existencias apartadas de Dios; apartadas incluso de los hombres, porque están ancladas en el egoísmo, en la desesperanza, en la falta de ideales nobles.

A pesar de las propias limitaciones y errores, no podemos tener una visión pesimista y oscura de la propia vida. La misericordia y la gracia de Dios son más grandes que nuestros fallos. La promesa de Cristo al buen ladrón es una invitación a luchar por amor hasta el último instante. No podemos tener miedo a acogernos al perdón de Dios. No nos ha de preocupar perder alguna escaramuza, lo importante es luchar por ganar la última batalla.



ORACIÓN


Señor, nos vemos pecadores, y nos avergüenza no haber estado, no estar, a la altura de las circunstancias.

Que no permanezcamos indiferentes o desesperados ante nuestros errores. Enséñanos a reaccionar, a luchar para salir del pecado, y ayudar también a los demás a salir de él. Que sepamos, Señor, estar muy pegados a Ti; y que te "robemos" el cielo, como hizo el ladrón arrepentido.

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ORACIÓN

Señor, hoy te grito en lágrimas: «Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino» (Lc 23, 42). Yo anhelo con confianza este reino. Es la morada eterna que has preparado para todos aquellos que te buscan con corazón sincero. «Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, Dios preparó para los que le aman» (1 Co 2, 9). ¡Ayúdame, Señor, mientras avanzo con fatiga por el camino hacia mi eterno destino. Disipa la oscuridad a lo largo de mi camino y mantén mis ojos levantados hacia lo alto!

«Guíame, oh Luz amable, entre las tinieblas que me rodean. Guíame tú. La noche es oscura y estoy lejos de casa. Guíame tú. Apoya mi camino; no te pido ver el horizonte lejano; me basta un paso tras otro» (John Henry Newman, Libro de oraciones).

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ORACIÓN

Jesús, acuérdate de mí cuando, consciente de mi infidelidad, tenga la tentación de desesperarme.

Jesús, acuérdate de mí cuando, después de repetidos esfuerzos, me sienta todavía en el fondo del valle.

Jesús, acuérdate de mí cuando todos se hayan cansado de mí y nadie confíe en mí, y me encuentre solo y abandonado.