Cristo de la Conversión del Buen Ladron (paso de Misterio Hermandad de Montserrat - Sevilla)
A la derecha e izquierda de Jesús han
crucificado a dos malhechores. Y mientras uno lo insulta, el otro reconoce sus
errores y se da cuenta de la grandeza del que va a morir junto a él.
Del Evangelio según san Lucas 23,
39-43
Uno de los malhechores colgados le
insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!». Pero el
otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma
condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros
hechos; en cambio, este nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí
cuando estés en tu reino». Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo
en el paraíso».
MEDITACIÓN
No es la elocuencia la que convence y
convierte. En el caso de Pedro, es una mirada de amor; en el caso del buen
ladrón, es la serenidad sin resentimiento en el sufrimiento. La conversión se
produce como un milagro. Dios abre tus ojos. Tú reconoces su presencia y su
acción. Te rindes.
Optar por Cristo siempre es un
misterio. ¿Por qué se hace una opción definitiva por Cristo, a pesar de la
perspectiva de las dificultades o de la muerte? ¿Por qué florecen los
cristianos en los lugares de persecución? No lo sabremos nunca. Pero sucede
continuamente. Si una persona que ha abandonado la fe encuentra el auténtico
rostro de Cristo, quedará conmocionada por lo que ve realmente y podría
rendirse, como Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20, 28). Es un privilegio
desvelar el rostro de Cristo a las personas. Es una alegría aún más grande
descubrirlo o redescubrirlo. «Sí, Señor, tu rostro busco. No me ocultes tu
rostro» (Sal 27, 8).
Era un malhechor. Representa a todos
los malhechores, es decir, a todos nosotros. Tuvo la suerte de estar junto a
Jesús en el sufrimiento. Nosotros tenemos esta misma suerte. Digamos
también: «Señor, acuérdate de mí cuando
llegues a tu reino». Tendremos la misma respuesta.
¿Y los que no tienen la suerte de
estar junto a Jesús? Jesús está cerca de ellos, de todos y cada uno.
«Jesús, acuérdate de nosotros»:
digámoselo por nosotros, por nuestros amigos, por nuestros enemigos y por los
perseguidores de nuestros amigos. La salvación de todos es la verdadera victoria
del Señor.
Transcurren los minutos de la agonía y la energía
vital de Jesús crucificado se está atenuando lentamente. Sin embargo, aún tiene
la fuerza para realizar un último acto de amor en favor de uno de los dos
condenados a la pena capital que se encuentran a su lado en esos instantes
trágicos, mientras el sol está aún en lo alto del cielo. Entre Cristo y
aquel hombre tiene lugar un diálogo tenue, compuesto por dos frases esenciales.
San Dimas (Misterio de Montserrat - Sevilla)
Por un lado, está la petición del malhechor, al que la tradición llama «el buen ladrón», el convertido en la hora extrema de su vida: «Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu Reino». En cierto sentido, es como si aquel hombre rezara una versión personal del «Padre nuestro» y de la invocación: «Venga tu Reino».
Sin embargo, hace la petición directamente a Jesús,
llamándolo por su nombre, un nombre con un significado luminoso en ese
instante: «El Señor salva». Luego viene el imperativo: «Acuérdate de mí». En el
lenguaje de la Biblia este verbo tiene una fuerza particular, que no
corresponde a nuestro pálido «recuerdo». Es una palabra de certeza y de
confianza, como para decir: «Tómame a tu cargo, no me abandones, sé como el
amigo que sostiene y apoya».
Por otro lado, está la respuesta de Jesús,
brevísima, casi como un suspiro: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso». La
palabra «Paraíso», tan rara en las Escrituras, que sólo aparece otras dos veces
en el Nuevo Testamento, en su significado originario evoca un jardín fértil y
florido. Es una imagen fragante de aquel Reino de luz y de paz que Jesús había
anunciado en su predicación, que había inaugurado con sus milagros y que dentro
de poco tendrá una epifanía gloriosa en la Pascua. Es la meta de nuestro
fatigoso camino en la historia, es la plenitud de la vida, es la intimidad del
abrazo con Dios. Es el último don que Cristo nos hace, precisamente a través
del sacrificio de su muerte, que se abre a la gloria de la resurrección.
Nada más se dijeron en aquel día de angustia y de
dolor los dos crucificados, pero esas pocas palabras pronunciadas con
dificultad por sus gargantas secas resuenan aún hoy y constituyen siempre un
signo de confianza y de salvación para quienes han pecado pero también han
creído y esperado, aunque sea en la última frontera de la vida.
Cristo y el Buen Ladron de Tiziano
REFLEXIÓN
EL BUEN ladrón reconoció al Señor, precisamente en
la cruz. Algunos no lo reconocieron cuando hacía milagros, y él lo reconoció
cuando estaba en la cruz . Tenía clavados todos sus miembros: las manos estaban
sujetas con clavos, los pies habían sido taladrados, todo el cuerpo estaba
adherido al madero; no queda miembro libre: sólo la lengua y el corazón - En su
corazón creyó, con la lengua confesó su fe. Le dijo: «Acuérdate de mi cuando
llegues a tu reino». Esperaba su salvación para el futuro y estaba contento de
recibirla tras un largo plazo de tiempo. La esperaba para largo, pero el día no
se hizo esperar. Él dijo: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino», a lo que
el Señor respondió: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso». El
paraíso tiene árboles de felicidad: hoy estarás conmigo en el madero de la
cruz; hoy también estarás conmigo en el árbol de la salvación.
Allí está Jesús, cosido al madero, contado entre los malhechores. Estas dos vidas, que también se están apagando junto a El, son el ejemplo de tantas existencias apartadas de Dios; apartadas incluso de los hombres, porque están ancladas en el egoísmo, en la desesperanza, en la falta de ideales nobles.
A pesar de las propias limitaciones y
errores, no podemos tener una visión pesimista y oscura de la propia vida. La
misericordia y la gracia de Dios son más grandes que nuestros fallos. La
promesa de Cristo al buen ladrón es una invitación a luchar por amor hasta el
último instante. No podemos tener miedo a acogernos al perdón de Dios. No nos
ha de preocupar perder alguna escaramuza, lo importante es luchar por ganar la
última batalla.
ORACIÓN
Señor, nos vemos pecadores, y nos avergüenza no haber estado, no estar, a la altura de las circunstancias.
Que no permanezcamos indiferentes o desesperados ante nuestros errores. Enséñanos a reaccionar, a luchar para salir del pecado, y ayudar también a los demás a salir de él. Que sepamos, Señor, estar muy pegados a Ti; y que te "robemos" el cielo, como hizo el ladrón arrepentido.
ORACIÓN
Señor, hoy te grito en lágrimas:
«Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino» (Lc 23, 42). Yo anhelo con
confianza este reino. Es la morada eterna que has preparado para todos aquellos
que te buscan con corazón sincero. «Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al
corazón del hombre llegó, Dios preparó para los que le aman» (1 Co 2, 9).
¡Ayúdame, Señor, mientras avanzo con fatiga por el camino hacia mi eterno
destino. Disipa la oscuridad a lo largo de mi camino y mantén mis ojos
levantados hacia lo alto!
«Guíame, oh Luz amable, entre las
tinieblas que me rodean. Guíame tú. La noche es oscura y estoy lejos de casa.
Guíame tú. Apoya mi camino; no te pido ver el horizonte lejano; me basta un
paso tras otro» (John Henry Newman, Libro de oraciones).
ORACIÓN
Jesús, acuérdate de mí cuando,
consciente de mi infidelidad, tenga la tentación de desesperarme.
Jesús, acuérdate de mí cuando,
después de repetidos esfuerzos, me sienta todavía en el fondo del valle.
Jesús, acuérdate de mí cuando todos
se hayan cansado de mí y nadie confíe en mí, y me encuentre solo y abandonado.