jueves, 21 de marzo de 2013

SEPTIMA ESTACIÓN: JESÚS CARGA CON LA CRUZ


 
 Nuestro Padre Jesús de la Salud (Los Gitanos - Sevilla)

La cruz, instrumento de una muerte infame. No era lícito condenar a la muerte en cruz a un ciudadano romano: era demasiado humillante. Pero el momento en que Jesús de Nazaret cargó con la cruz para llevarla al Calvario marcó un cambio en la historia de la cruz. De ser signo de muerte infame, reservada a las personas de baja categoría, se convierte en llave maestra. Con su ayuda, de ahora en adelante, el hombre abrirá la puerta de las profundidades del misterio de Dios. Por medio de Cristo, que acepta la cruz, instrumento del propio despojo, los hombres sabrán que Dios es amor. Amor inconmensurable: 

«Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).


Lectura del Evangelio según san Juan 19, 16-17


Entonces [Pilato] se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota). 
Pilato entrega a Jesús en las manos de los jefes de los sacerdotes y de los guardias. Los soldados le ponen sobre la espalda un manto púrpura y en la cabeza una corona de ramas espinosas. Durante la noche se burlan de él, lo maltratan y lo flagelan. Después, en la mañana, lo cargan con un pesado madero, la cruz sobre la que son clavados los ladrones, para que todos vean cómo acaban los malhechores. Muchos de los suyos escapan.

Jesús carga con la pesada cruz 1 Le Sainte Bible Traduction nouvelle selon la Vulgata la par Mm J-J et Bourasse P Janvier Tours Alfred Mame et Fils 2 1866 3 Francia 4 Dor Gustave Foto de archivo - 12994097


(Cf Mateo 27, 31; Marcos 15, 16-20; Juan 19, 17).



El tiempo que pasaba entre la declaración de la sentencia y la ejecución servía para que los soldados se divirtiesen a costa del condenado. Con él pagaban sus frustraciones y sus deseos de venganza de aquel pueblo hostil para ellos. Después de la flagelación y la burla con la corona de espinas, Cristo recibió el travesaño horizontal de la cruz sobre sus espaldas y salió de nuevo a la calle donde le esperaba una multitud que le gritaba y escupía. Jesús encarna los cantos del Siervo de Yahveh (Cf Isaías 42, 1-9; 49, 1-7; 50, 4-11; 52, 13 - 53, 12).






REFLEXIÓN


Este suceso de hace 2000 años se repite en la historia de la Iglesia y de la 
humanidad. También hoy. Es el cuerpo de Cristo, es la Iglesia la que es golpeada y herida, de nuevo.

Jesús, viéndote así, sangrando, sólo, abandonado, escarnecido, nos preguntamos:

«Pero aquella gente que tanto habías amado, iluminado y hecho del bien,  aquellos hombres, aquellas mujeres, ¿acaso no somos también nosotros hoy? También nosotros nos hemos escondido por miedo a vernos implicados,  olvidando que somos tus seguidores».

Pero lo más grave, Jesús, es que yo he contribuido a tu dolor. También nosotros, esposos, y nuestras familias. También nosotros hemos contribuido a cargarte con un peso inhumano. Cada vez que no nos hemos amado, cuando nos hemos echado las culpas unos a otros, cuando no nos hemos perdonado, cuando no hemos recomenzado a querernos.

Y nosotros, en cambio, seguimos prestando atención a nuestra soberbia, queremos tener siempre razón, humillamos a quien está a nuestro lado,  incluso a quien ha unido su propia vida a la nuestra. Ya no recordamos, Jesús, que tú mismo nos dijiste:

«Cuanto hicisteis a uno de estos pequeños, a mí me lo hicisteis».
Así dijiste precisamente: «A mí».

Jesús se entrega inerme a la ejecución de la condena. No se le ha de ahorrar nada, y cae sobre sus hombros el peso de la cruz infamante. Pero la Cruz será, por obra de amor, el trono de su realeza.

Las gentes de Jerusalén y los forasteros venidos para la Pascua se agolpan por las calles de la ciudad, para ver pasar a Jesús Nazareno, el Rey de los judíos. Hay un tumulto de voces; y a intervalos, cortos silencios: tal vez cuando Cristo fija los ojos en alguien:

—Si alguno quiere venir en pos de mí, tome su cruz de cada día y sígame (Mt XVI, 24).

¡Con qué amor se abraza Jesús al leño que ha de darle muerte!
    
 ¿No es verdad que en cuanto dejas de tener miedo a la Cruz, a eso que la gente llama cruz, cuando pones tu voluntad en aceptar la Voluntad divina, eres feliz, y se pasan todas las preocupaciones, los sufrimientos físicos o morales?

Es verdaderamente suave y amable la Cruz de Jesús. Ahí no cuentan las penas; sólo la alegría de saberse corredentores con Él.





















PUNTOS DE MEDITACIÓN

-1. La comitiva se prepara... Jesús, escarnecido, es blanco de las burlas de cuantos le rodean. ¡Él!, que pasó por el mundo haciendo el bien y sanando a todos de sus dolencias (cfr. Act X, 38).

A Él, al Maestro bueno, a Jesús, que vino al encuentro de los que estábamos lejos, lo van a llevar al patíbulo.

-2. Como para una fiesta, han preparado un cortejo, una larga procesión. Los jueces quieren saborear su victoria con un suplicio lento y despiadado.
Jesús no encontrará la muerte en un abrir y cerrar de ojos... Le es dado un tiempo para que el dolor y el amor se sigan identificando con la Voluntad amabilísima del Padre. Ut facerem voluntatem tuam, Deus meus, volui, et legem tuam in medio cordis mei (Ps XXXIX, 9): en cumplir tu Voluntad, Dios mío, tengo mi complacencia, y dentro de mi corazón está tu ley.

-3.- Cuanto más seas de Cristo, mayor gracia tendrás para tu eficacia en la tierra y para la felicidad eterna.

Pero has de decidirte a seguir el camino de la entrega: la Cruz a cuestas, con una sonrisa en tus labios, con una luz en tu alma.

-4.- Oyes dentro de ti: "¡cómo pesa ese yugo que tomaste libremente!"... Es la voz del diablo; el fardo... de tu soberbia.

Pide al Señor humildad, y entenderás tú también aquellas palabras de Jesús: iugum enim meum suave est et onus meum leve (Mt XI, 30), que a mí me gusta traducir libremente así: mi yugo es la libertad, mi yugo es el amor, mi yugo es la unidad, mi yugo es la vida, mi yugo es la eficacia.

-5.- Hay en el ambiente una especie de miedo a la Cruz, a la Cruz del Señor. Y es que han empezado a llamar cruces a todas las cosas desagradables que suceden en la vida, y no saben llevarlas con sentido de hijos de Dios, con visión sobrenatural. ¡Hasta quitan las cruces que plantaron nuestros abuelos en los caminos...!

En la Pasión, la Cruz dejó de ser símbolo de castigo para convertirse en señal de victoria. La Cruz es el emblema del Redentor: in quo est salus, vita et resurrectio nostra: allí está nuestra salud, nuestra vida y nuestra resurrección.





Vía crucis de Gerardo Diego

Jerusalén arde en fiestas.
Qué tremenda diversión
ver al justo de Sión
cargar con la cruz a cuestas.

Sus espaldas curva, prestas
a tan sobrehumano exceso,
y, olvidándose del peso
que sobre su hombro gravita,
con caridad infinita
imprime en la cruz un beso.

Tú el suplicio y yo el regalo.
Yo la gloria y Tú la afrenta
abrazado a la violenta
carga de una cruz de palo.

Y así, sin un intervalo,
sin una pausa siquiera,
tal vivo mi vida entera
que por mí te has alistado
voluntario abanderado
de esa maciza bandera.

La primera estrofa nos presenta un pasaje descriptivo de Jesús bajo el madero, cuyo peso curva sus espaldas. Sobre el claroscuro de un pueblo que bulle en fiestas. El escritor personifica su compasión en el tacto de su propia carne que imprime un beso caritativo en la cara lacerada del divino reo.

Hay un cruce paradójico de realidades trascendidas: la salvífica gesta del sufrimiento de Cristo invierte el orden lógico de cielos y tierra, en cuanto reviste de afrentas la persona del Hijo de Dios, para surtir de gloria y liberación a quien le crucifica. Tan honda pugna le sugiere al poeta, en el ánimo contrastado de Cristo, un talante de lucha por el hombre, con que el divino soldado se lista como abanderado de la cruz.


 


Oremos:

Cristo, que aceptas la cruz de las manos de los hombres para hacer de ella un signo del amor salvífico de Dios por el hombre, concédenos, a nosotros y a los hombres de nuestro tiempo, la gracia de la fe en este infinito amor, para que, transmitiendo al nuevo milenio el signo de la cruz, seamos auténticos testigos de la Redención.

A ti, Jesús, sacerdote y víctima, alabanza y gloria por los siglos de los siglos. 


 Amén.

 
 Señor, ayúdanos para que aprendamos a aguantar las penas y las fatigas, las torturas de la vida diaria; que tu muerte y ascensión nos levante, para que lleguemos a una más grande y creativa abundancia de vida. 

Tú que has tomado con paciencia y humildad la profundidad de la vida humana, igual que las penas y sufrimientos de tu cruz, ayúdanos para que aceptemos el dolor y las dificultades que nos trae cada nuevo día y que crezcamos como personas y lleguemos a ser más semejantes a ti.

Haznos capaces de permanecer con paciencia y ánimo, y fortalece nuestra confianza en tu ayuda. Déjanos comprender que sólo podemos alcanzar una vida plena si morimos poco a poco a nosotros mismos y a nuestros deseos egoístas. Pues sólo si morimos contigo, podemos resucitar contigo. 

Amén.