Señor de Pasión con Simón de Cirene (Sevilla)
Del Evangelio según san Marcos 15, 21
A uno que
pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de
Rufo, lo forzaron a llevar la cruz de Jesús.
MEDITACIÓN
Simón de Cirene venía del campo. Se tropezó con el
cortejo de muerte y lo forzaron a llevar la cruz juntamente con Jesús.
En un segundo momento, él corroboró este servicio,
se mostró feliz de haber podido ayudar al pobre Condenado y llegó a ser uno de
los discípulos en la Iglesia primitiva. Seguramente fue objeto de admiración y
casi de envidia por la suerte especial de haber ayudado a Jesús en sus
sufrimientos.
«Y obligaron a uno que pasaba, Simón de Cirene, a
que llevara la cruz de Jesús» (cf. Mc 15,21). Los soldados romanos lo hicieron
temiendo que el Condenado, agotado, no lograra llevar la cruz hasta el Gólgota.
No habrían podido ejecutar en él la sentencia de la crucifixión.
Buscaban a un hombre que lo ayudase a llevar la
cruz. Su mirada se detuvo en Simón. Lo obligaron a cargar aquel peso. Se puede
uno imaginar que él no estuviera de acuerdo y se opusiera. Llevar la cruz junto
con un condenado podía considerarse un acto ofensivo de la dignidad de un
hombre libre. Aunque de mala gana, Simón tomó la cruz para ayudar a Jesús.
En un canto de cuaresma se escuchan estas palabras:
«Bajo el peso de la cruz Jesús acoge al Cireneo». Son palabras que dejan
entrever un cambio total de perspectiva: el divino Condenado aparece como
alguien que, en cierto modo, «hace don» de la cruz. ¿Acaso no fue Él quien
dijo: «El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí» (Mt 10,38)?
Simón recibe un don. Se ha hecho «digno» de él. Lo
que a los ojos de la gente podía ofender su dignidad, en la perspectiva de la
redención, en cambio, le ha otorgado una nueva dignidad. El Hijo de Dios lo ha
convertido, de manera singular, en copartícipe de su obra salvífica.
¿Simón es consciente de ello? El evangelista san
Marcos identifica a Simón de Cirene como «padre de Alejandro y de Rufo»
(15,21). Si los hijos de Simón de Cirene eran conocidos en la primitiva
comunidad cristiana, se puede pensar que también él creyó en Cristo,
precisamente mientras llevaba la cruz. Pasó libremente de la constricción a la
disponibilidad, como si hubieran llegado a su corazón aquellas palabras: «El
que no lleva su cruz conmigo, no es digno de mí». Llevando la cruz, fue
introducido en el conocimiento del evangelio de la cruz. Desde entonces este
evangelio habla a muchos, a innumerables cireneos, llamados a lo largo de la historia
a llevar la cruz junto con Jesús.
La tortura paraliza a Jesús.
Sólo que la muchedumbre mantiene firme su paso obligando a que no se
detenga el cortejo. Es un pulso desigual entre la impiedad y la inocencia
abandonada y vencida. Simón Cirineo presta entonces su apoyo al agotado
reo. La muerte se detiene un punto ante el improvisado auxiliar. Era necesario
que Jesús prosiguiera apurando su tortura salvífica. Y el poeta
cristiano, en paralela versión actualizadora, elige para sí a
Jesús por cirineo particular para prolongar la necesaria fortaleza de la
propia vida, mientras aún quepa la ofensa posible.
Cirineo de la Hermandad de Pasión (Sevilla) obra de Sebastián Santos,
que procesionó con el Señor de 1970 a 1974
Cuando llevaban a Jesús para crucificarle encontraron a un hombre de Cirene llamado Simón, al cual exigieron que llevase la cruz, porque Jesús no podía ya con ella. El cirineo vió como un día laborable cualquiera se transformaba en el gran acontecimiento de su vida. Simón sigue al Hijo de Dios no con su propia cruz personal, sino con el mismo madero de la crucifixión, arrimando físicamente el hombro par aliviar su peso a Jesús.
REFLEXIÓN
Simón pasaba por Jerusalén y se encontró con Jesús cargando con la
Cruz salvadora, pero abrumado por el peso de ella. Simón pasaba por
aquel lugar situado fuera ya de las murallas de la ciudad y próximo al
montículo del Calvario. El hecho de llamarle cirineo indica que debía
proceder de esta región del Norte de Africa, aunque fuese judío. Cabe
que estuviese en Jerusalén de paso, o en peregrinación por la Pascua, o
viviese establemente allí después de vivir un tiempo fuera. Los nombres
de sus hijos, Alejandro y Rufo (cfr. Mc 15,21), revelan procedencia
griega y latina respectivamente.
Todo parece casual en aquel encuentro con Cristo y su Cruz. Casual
es su presencia en la ciudad, casual es su paso por aquel lugar, casual
es que le fuercen a llevar la Cruz del Señor. Pero aquellas
casualidades son ocasión de una transformación profunda en aquel
hombre, más llamativa, si cabe, por inesperada.
No parece que estuviese ni con los que insultan o gritan contra
Jesús, ni con los discípulos. Tampoco parece un espectador curioso
simplemente pasaba y venía del campo dice Marcos. Mateo añade que cuando
salieron encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, a quien
obligaron a llevar su cruz (la de Jesús)[769]. Lucas añade un detalle
que puede ayudarnos a entender mejor la transformación de Simón: le
cargaron con la cruz para que la llevase detrás de Jesús.
No parece difícil imaginar la conmoción de Simón. Va tranquilamente
por el camino, como se va por los caminos de la vida, oye un tumulto,
le llama la atención, se acerca… y de repente los soldados le rodean y a
gritos, sin ningún permiso, le fuerzan a llevar la cruz de uno a quien
llevaban a crucificar. Quizá le dió tiempo para enterarse quién era
aquel a quien ayudaba, quizá no pudo preguntar pero leyó la inscripción
de la cartela que indicaba el delito: Jesús Nazareno Rey de los
judíos, texto que estaba escrito en tres lenguas hebreo, griego y
latín. Lo natural es pensar en un rebelde político de altos vuelos, lo
extraño es que no supiese nada de aquella rebelión política. Después
miraría a Jesús y lo vería extenuado, eran patentes las huellas de la
flagelación y de los muchos golpes que debió sufrir, curiosamente
conservaba en la cabeza una corona de espinas que se le clavaba.
Al tomar la Cruz le miraría y no habría en él parecer ni hermosura,
era como un desecho de los hombres, pero algo le debió extrañar: no se
resistía. Se levantó Jesús, quizá le dirigió una mirada de
agradecimiento y se dirigió lentamente al monte Calvario. La ascensión
era pequeña, varias decenas de metros de desnivel, pero muy empinadas,
le vería casi arrastrarse, si no es que fue llevado en parte por los
mismos soldados. Al mismo tiempo oiría los insultos feroces de una
multitud que eran judíos, y además muchos de ellos eran fariseos y
escribas, incluso estaban allí ancianos del Sanedrín y Sacerdotes. La
sorpresa de Simón debió crecer. Si era un rebelde contra los romanos y
condenado por éstos debían estar tristes y apesadumbrados, pues era de
los suyos. Pero los más indignados son los judíos importantes, que le
gritan cosas tremendas y blasfemas, parecían endemoniados.
Cuando llegaron al lugar de la crucifixión la sorpresa debió ser mayor. Simón, cansado, deja la cruz en el suelo y, muy probablemente, permanece allí. Entonces contempla la escena tremenda de la crucifixión, tanto la de Jesús como la de los ladrones. Debieron ser muy distintas. La costumbre era darles una bebida que calmase un poco el dolor, Jesús se negó a tomar aunque la agradeció probando; los ladrones debieron beber con ansia. Luego se colocaban varios hombres sobre los que debían ser clavados al madero. Los gritos y blasfemias de los ladrones debían ser terribles, también sus inútiles esfuerzos por evitar ese tormento. Hasta que uno de los verdugos consigue colocar el clavo sobre la muñeca y, ambos sobre el madero, golpea con el martillo y queda la mano clavada a la cruz; el cuerpo entero se retuerce de dolor, los gritos eran terribles. Luego clavan la otra mano y los pies, y levantan el cuerpo que queda suspendido sólo de los tres clavos.
La muerte se producía lentamente por asfixia, dolor, pérdida de
sangre, fiebres, hasta el paro del corazón. Pero Jesús no se resiste, es
despojado de sus vestiduras y se coloca sobre el madero extendiendo
sus brazos. Sufre como los demás; más aún, pues no tomó ningún
calmante, pero no se queja, y si algún grito de dolor se escapa de sus
labios es a pesar suyo, como movimiento natural del cuerpo. Simón no
podía saber que aquel era un gesto de Sacerdote eterno, por eso su
sorpresa sería mayor. ¿Por qué no se rebela? ¿Es que tiene interés en
morir de ese modo tan abominable? Pero la sorpresa debió crecer cuando
oyó unas palabras de Jesús: Perdónales, porque no saben lo que
hacen[771]. ¿Con quién habla? se diría. ¿Será posible que perdone con lo
que sufre?. Y la extrañeza iría haciendo la luz en su interior.
No sabemos si permaneció allí mucho más, pero aquello bastaba para
hacerle reflexionar y buscar enterarse a fondo sobre quien era aquel
Rey de los judíos a quien él habían ayudado a llevar su Cruz. Al
enterarse vendría su conversión, de ahí el citarle los tres
evangelistas y la referencia a sus hijos como bien conocidos entre los
primeros cristianos. Si presenciar cualquier muerte conmueve, mucho más
una muerte lenta como la crucifixión, y más aún la de uno que perdona a
los que le están matando. Aquello no podía tener una explicación
natural, y realmente no la tenía. Simón acaba de tener un encuentro con
la Cruz de Cristo, una Cruz que era la Salvación del mundo; él no lo
sabía, pero aquel encuentro, fastidioso al principio, fue el comienzo
de su salvación.
Así comenta el Beato Josemaría Escrivá de Balaguer el encuentro de
Simón de Cirene con la Cruz de Jesús: Todo empezó por un encuentro
inopinado con la Cruz. Me presenté a los que no preguntaban por mí, me
hallaron los que no me buscaban (Is LXV,1)a veces la Cruz aparece sin
buscarla: es Cristo que pregunta por nosotros. Y si acaso ante esa Cruz
inesperada, y tal vez por eso más oscura, el corazón mostrara
repugnacia… no le des consuelos. Y, lleno de una noble compasión, cuando
los pida, dile despacio, como en confidencia: corazón, ¡corazón en la
Cruz!, ¡corazón en la cruz!
La vida está llena de encuentros inopinados con la cruz, de encuentros con el dolor inesperado. Todos sabemos que existe el dolor, los accidentes, las soledades, las traiciones, los fracasos, las incomprensiones, las guerras y mil dolores más; pero cuando no se padecen en carne propia parecen menores. Las penas sorprenden más cuando llegan, entonces despiertan o producen rebeldías; desde luego no dejan indiferentes. Esos dolores los llamamos cruces, pero pueden ser la Cruz de Cristo y entonces salvan, o pueden ser cruces sin Cristo, y entonces son estériles.
Meditemos el encuentro que todo hombre tendrá ante el dolor, mirando
a Simón de Cirene, pues supo aprovechar aquella Cruz para convertirla
en llave que abre el Cielo, y ésto no es fácil, pues el dolor puede
llevar a la rebeldía, o la pérdida de la esperanza, si se desconoce el
sentido que tiene.
La respuesta sobrenatural al misterio del dolor reside en su causa,
que es el pecado. El sentido último se encuentra en Cristo que lo vence
con el amor más grande en la Cruz. Ya consideraremos más detenidamente
esta solución, que es la más honda. Pero antes consideremos la actitud
humana ante el dolor desde un punto de vista humano nada más.
Foto de Pasado: Señor de Pasión (Sevilla) con Cirineo
Pausa de silencio:
Simón de Cirene se encontró con el dolor de Cristo y se convirtió.
Bienaventurado el hombre de Cirene llamado Simón
porque él no buscaba a Dios y se lo encontró
en qué monte en qué valle en qué epifanía
en la desgracia en la desgracia del mismo Dios
iba pasando y le echaron la cruz encima
bienaventurado ese desgraciado bajo la cruz
porque él quiso escapar pero ya no quiso
porque él no buscaba a nadie y se encontró a Dios
en la desgracia en la desgracia del mismo Dios.
OREMOS
Cristo, que has concedido a Simón de Cirene la
dignidad de llevar tu cruz, acógenos también a nosotros bajo su peso, acoge a
todos los hombres y concede a cada uno la gracia de la disponibilidad. Haz que
no apartemos nuestra mirada de quienes están oprimidos por la cruz de la
enfermedad, de la soledad, del hambre y de la injusticia.
Haz que, llevando las cargas los unos de los otros,
seamos testigos del evangelio de la cruz y testigos tuyos, que vives y reinas
por los siglos de los siglos.
Amén.
ORACIÓN
Amado
Jesús, probablemente mostraste al Cirineo tu gratitud por su ayuda, mientras la
cruz en realidad fue causada por él y por cada uno de nosotros. Así, Jesús, nos
lo agradeces cada vez que ayudamos a los hermanos a llevar la cruz, aunque no
hacemos más que cumplir con nuestro deber de expiar por nuestros pecados.
Eres
tú, Jesús, quien está al comienzo de este círculo de compasión. Tú llevas
nuestra cruz de tal manera que seamos capaces de ayudarte en tus hermanos a
llevar la cruz.
Señor,
como miembros de tu cuerpo, nos ayudamos mutuamente a llevar la cruz y
admiramos el ejército inmenso de cirineos que, aun sin tener todavía la fe, han
aliviado generosamente tus sufrimientos en tus hermanos.
Cuando
ayudemos a los hermanos de la Iglesia perseguida, recuérdanos que somos
nosotros quienes, en realidad, somos ayudados por ellos.
Amén