Señor de la Salud y Buen Viaje
de la Hermandad de San Esteban (Sevilla)
La misma noche en que prendieron a
Jesús, Anás y Caifás comenzaron de inmediato su juicio. Terminados los
interrogatorios y cuando ya prácticamente estaba decidida la suerte del Señor,
lo entregaron a los guardias del Sanedrín para que lo custodiasen hasta que
aquél, al rayar el día, empezara su reunión.
Mientras tanto, los hombres que
tenían preso a Jesús se burlaban de él, le escupían y le abofeteaban, y,
cubriéndole con un velo, le preguntaban: «¡Adivina! ¿Quién es el que te ha
pegado?» Y le insultaban diciéndole otras muchas cosas.
En cuanto se hizo de día, se reunió
el Consejo de Ancianos del pueblo, que condenó a Jesús y luego lo llevó ante
Pilato. También el Procurador romano acabó condenando a Jesús y entregándolo
para que lo azotaran y lo crucificaran.
Entonces los soldados del procurador
llevaron consigo a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la
cohorte. Lo desnudaron y le echaron encima un manto de púrpura; trenzaron una corona
de espinas y se la pusieron sobre su cabeza, y en su mano derecha una caña; y
doblando la rodilla delante de él, le hacían burla diciendo: «¡Salve, Rey de
los judíos!»; y después de escupirle, cogieron la caña y le golpeaban en la
cabeza. Cuando se hubieron burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron sus
ropas y lo llevaron a crucificar.
Jesús, a lo largo del proceso que le llevó a la muerte en cruz, recibió las más variadas y refinadas sevicias físicas y morales: en el primer misterio doloroso, fijábamos la consideración en la angustia y tristeza hasta la muerte que inundó su espíritu; en el segundo, pasaban al primer plano los atroces dolores físicos o corporales; el tercero nos subraya el ensañamiento con que, primero los guardias del Sanedrín y luego los soldados romanos, trataron de burlarse de Jesús, ofendiendo cuanto pudieron su dignidad y sus sentimientos con los más refinados escarnios, humillaciones, ultrajes, etc., sin escatimarle otros padecimientos y dolores. La corona de espinas y los demás ingredientes de la escena tenían como objetivo, sobre todo, burlarse de la realeza de Cristo.
María, aunque no presenciara en directo cómo
infligían a su Hijo todos los ultrajes y malos tratos, tenía noticia de ellos
por los momentos públicos del proceso, por las informaciones y confidencias que
le llegarían, por las secuelas de los mismos que luego iba viendo... Pensemos,
por ejemplo, en la escena del “Ecce homo”, cuando Pilato saca a Jesús,
flagelado y coronado de espinas, ante la muchedumbre y las autoridades del
pueblo. Ella sabía en qué manos había caído su Hijo, las intenciones que tenían
quienes tanto lo odiaban, su poder y sus formas de proceder, etc. Lo que la
Virgen veía u oía, lo que como madre se imaginaba o se temía con toda razón, tuvo
que ser para ella un lento y cruel martirio, con el que se asociaba al
sacrificio redentor de su Hijo.
Del Evangelio según san Mateo 27,
26-30
Entonces, les soltó a Barrabás; y a
Jesús, después de azotarlo, se lo entregó para que fuera crucificado. Los soldados
del procurador llevaron consigo a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él
a toda la cohorte. Le desnudaron y le echaron encima un manto de púrpura; y,
trenzando una corona de espinas, se la pusieron sobre su cabeza, y en su mano
derecha una caña; y doblando la rodilla delante de él, le hacían burla
diciendo: «¡Salve, rey de los judíos!»; y después de escupirle, cogieron la
caña y le golpeaban en la cabeza .
Lectura del S. Evangelio según
Lucas y según S. Juan Lc 22, 63-65 y Jn 19, 2-3
Los hombres que sujetaban a Jesús se
burlaban de él dándole golpes.
Y tapándole la cara, le preguntaban:
"Haz de profeta: ¿quién te ha pegado?" Y proferían contra él otros
muchos insultos. Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron
en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y acercándose a él
le decían: "¡Salve, rey de los judíos!"
LA CORONA DE ESPINAS
La corona de espinas es un símbolo cristiano que recuerda la Pasión de Jesús. Se menciona en los evangelios de Juan (19:2, 5), Marcos (15:17) y Mateo (27:29).
Según los evangelios, los soldados romanos se la colocaron a Jesús durante su pasión. Tenía una doble función: humillar a Jesús (coronándolo como rey de los judíos, en tono de burla) y provocarle daño y dolor.
La corona se convirtió en una reliquia muy preciada. Fragmentándose considerablemente (incluso apareciendo espinas falsas) llegando a sumar actualmente más de setecientas, veneradas en numerosas iglesias. Existen referencias de su presencia en Jerusalén desde el siglo V (con las cartas de Paulino de Nola). Según las versiones, se trasladó después a Bizancio (testimonios del siglo XII) o a Francia (testimonios de Luis IX de Francia).
Por encontrarse fragmentada cada espina se considera como una reliquia de tercera clase (las de primera son trozos del cuerpo de santos o reliquias de Jesús enteras y las de segunda instrumentos propios de los santos). En la Catedral de Barcelona se conserva una supuesta espina de la corona.
Finalmente, debe señalarse que la apariencia de la Corona de Espinas de manera artística, sobre la cabeza de Cristo en representaciones de la Crucifixión, es posterior al tiempo de San Luis, y a la construcción de la Sainte-Chapelle. Algunos arqueólogos han indicado que es posible descubrir una figura de la Corona de Espinas en el círculo que a veces rodea el emblema del chi-rho en los primeros sarcófagos cristianos. Esto, no obstante, puede ser con mucha probabilidad, el círculo de representación de un laurel corona. El único estudio reciente y autoritario sobre el asunto es el de De Mély, el que forma parte del tercer volumen de RIANT, Exuviae Constantinopolitanae (París, 1904).
La corona de espinas es un símbolo cristiano que recuerda la Pasión de Jesús. Se menciona en los evangelios de Juan (19:2, 5), Marcos (15:17) y Mateo (27:29).
Según los evangelios, los soldados romanos se la colocaron a Jesús durante su pasión. Tenía una doble función: humillar a Jesús (coronándolo como rey de los judíos, en tono de burla) y provocarle daño y dolor.
La corona se convirtió en una reliquia muy preciada. Fragmentándose considerablemente (incluso apareciendo espinas falsas) llegando a sumar actualmente más de setecientas, veneradas en numerosas iglesias. Existen referencias de su presencia en Jerusalén desde el siglo V (con las cartas de Paulino de Nola). Según las versiones, se trasladó después a Bizancio (testimonios del siglo XII) o a Francia (testimonios de Luis IX de Francia).
Por encontrarse fragmentada cada espina se considera como una reliquia de tercera clase (las de primera son trozos del cuerpo de santos o reliquias de Jesús enteras y las de segunda instrumentos propios de los santos). En la Catedral de Barcelona se conserva una supuesta espina de la corona.
Finalmente, debe señalarse que la apariencia de la Corona de Espinas de manera artística, sobre la cabeza de Cristo en representaciones de la Crucifixión, es posterior al tiempo de San Luis, y a la construcción de la Sainte-Chapelle. Algunos arqueólogos han indicado que es posible descubrir una figura de la Corona de Espinas en el círculo que a veces rodea el emblema del chi-rho en los primeros sarcófagos cristianos. Esto, no obstante, puede ser con mucha probabilidad, el círculo de representación de un laurel corona. El único estudio reciente y autoritario sobre el asunto es el de De Mély, el que forma parte del tercer volumen de RIANT, Exuviae Constantinopolitanae (París, 1904).
MEDITACIÓN
La inhumanidad alcanza nuevas
cumbres. Jesús es flagelado y coronado de espinas. La historia está llena de
odio y de guerras. También hoy somos testigos de violencias más allá de lo
creíble: homicidios, violencias sobre
mujeres y niños, raptos, extorsiones, conflictos étnicos, violencia urbana,
torturas físicas y mentales, violaciones de los derechos humanos.
Jesús sigue sufriendo cuando los
creyentes son perseguidos, cuando la justicia se administra de modo torcido en
los tribunales, cuando se arraiga la corrupción, las estructuras injustas
machacan a los pobres, las minorías son suprimidas, los refugiados y emigrantes
son maltratados. Jesús es despojado de sus vestidos cuando la persona humana es
deshonrada en las pantallas, cuando las mujeres son obligadas a humillarse,
cuando los niños de los barrios pobres dan vueltas por las calles recogiendo
desperdicios.
¿Quiénes son los culpables? No
apuntemos con el dedo a los demás, pues también nosotros podemos haber tenido
nuestra parte en estas formas de inhumanidad
A la condena inicua se añade el
ultraje de la flagelación. Entregado en manos de los hombres, el
cuerpo de Jesús es desfigurado.
Aquel cuerpo nacido de la Virgen
Maria, qué hizo de Jesús "el más bello
de los hijos de Adán", qué dispensó la unción de la Palabra - "la
gracia está derramada en tus labios" (Sal 45, 3)-, ahora es golpeado
cruelmente por el látigo.
El rostro transfigurado en el Tabor
es desfigurado en el pretorio:
Rostro de quién, insultado, no
responde; de quién, golpeado, perdona; de quién, hecho esclavo sin nombre, libera
a cuantos sufen la esclavitud. Jesús camina decididamente por la vía del dolor,
cumpliendo en carne viva, hecha viva voz, la profecía de Isaías:
"Ofrecí la espalda a los que me
golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a
insultos y salivazos" (Is 50, 6). Profecía que se abre a un futuro de
transfiguración.
ORACIÓN
Señor Jesús, sabemos que eres Tú el
que sufre cuando somos la causa del sufrimiento los unos para los otros y
permanecemos indiferentes. Tu corazón se movió a compasión cuando viste «las
multitudes cansadas y agotadas como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9, 36).
Dame ojos que vean las necesidades de los pobres y un corazón que se prodigue
por amor. «Dame la fuerza de hacer mi corazón fecundo en el servicio»
(Rabindranath Tagore, Gitanjali, 36).
Sobre todo haz que podamos compartir
con el indigente tu «Palabra» de esperanza, la seguridad de tu ayuda. Que el
"celo por tu casa" pueda arder en nosotros como fuego (Sal 69, 10).
Ayúdanos a llevar el sol vivo de tu alegría en la vida de aquellos que se dejan
llevar por caminos de desesperación.
Jesús, "reflejo de la gloria del
Padre, impronta de su ser" (Hb 1, 3),
has aceptado ser reducido a un pedazo
de hombre, un condenado al suplicio, que mueve a piedad. Tú llevaste nuestros
sufrimientos,
cargaste con nuestros dolores, fuiste
aplastado por nuestras iniquidades (Is 53, 5). Con tus heridas, cura las
heridas de nuestros pecados.
Concede a los que son despreciados
injustamente o marginados, a cuantos han sido desfigurados por la tortura o la
enfermedad, comprender que, crucificados al mundo contigo y como tú (Ga 2, 19),
llevan a cabo lo que falta a tu
Pasión, para la salvación del hombre (Col 1, 24).
Jesús, pedazo de humanidad profanada,
en ti se revela el carácter sagrado del hombre: arca del amor que devuelve el
mal con el bien.
Amén