Nuestro Padre Jesús Cautivo ante Pilatos. Hermandad de Torreblanca (Sevilla)
Los judíos han condenado a muerte a
Jesús, pero tienen que ratificar la condena ante los romanos. Por eso, a pesar
de ver en ellos unos usurpadores, recurren a Pilato, el procurador romano, que
ha de dar el consentimiento.
Un viernes, cuando llegó la Hora,
unos hombres se llevaron a Jesús, con las manos atadas, hasta el palacio de
Poncio Pilato, que era el gobernador, para acusarlo con mentiras. Querían que
lo condenara a muerte. Pilato se lavó las manos y se los entregó para
crucificarlo.
Oremos: Jesús, Tú eres muy bueno con
todos, pero los hombres te condenamos a morir en la cruz. También ahora, en
muchos lugares, hay personas buenas e inocentes, que son conde-nadas
injustamente a las cárceles.
Jesús mío, te pido por ellos; yo te
prometo decir siempre la verdad y no juzgar mal a nadie.
Del Evangelio según San Juan 18,
36-38. 19, 14-16.
Jesús respondió: Mi reino no es de
este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores lucharían para que
no fuera entregado a los judíos. Pilato le dijo: ¿Luego tú eres Rey? Jesús
contestó: Tú lo dices: yo soy Rey. Para esto he nacido y para esto he venido al
mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi
voz. Pilato le dijo: ¿Qué es la verdad? (...) Era la Paresceve de la Pascua,
hacia la hora sexta, y dijo a los judíos: He ahí a vuestro Rey. Pero ellos
gritaron: Fuera, fuera, crucifícalo. Pilato les dijo: ¿A vuestro Rey voy a
crucificar? Los pontífices respondieron: No tenemos más rey que el César.
Entonces se lo entregó para que fuera crucificado.
(cf Mt 2 7, 11-25; Mc 1 5, 1- 1 4; Lc 23, 1-6).
Lectura del Evangelio según San
Lucas. 23, 13-25
Pilato, convocando a los sumos
sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, les dijo:
Me habéis traído a este hombre,
alegando que alborota al pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de
vosotros, y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas que le
imputáis; ni Herodes tampoco, porque nos lo ha remitido:
Ya veis que nada digno de muerte se
le ha probado. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré. Por la fiesta tenía
que soltarles a uno. Ellos vociferaron en masa diciendo:
"¡Fuera ése! ¡Suéltanos a
Barrabás!."
A éste lo habían metido en la cárcel por
una revuelta en la ciudad y un homicidio. Pilatos volvió a dirigirles la
palabra con intención de soltar a Jesús. Pero ellos seguían gritando:
"¡Crucifícalo, crucifíacalo!".
Él les dijo por tercera vez:
Pues, ¿qué mal ha hecho éste? No he
encontrado en él ningún delito que merezca la muerte. Así que le daré un
escarmiento y lo soltaré.
Ellos se le echaban encima pidiendo a
gritos que lo crucificara; e iba creciendo el griterío.
Pilato decidió que se cumpliera su
petición: soltó al que pedían. (al que había metido en la cárcel por revuelta y
homicidio) y a Jesús se lo entregó a su arbitrio.
MEDITACIÓN
Un hombre sin culpa alguna está ante
Pilatos. La ley y el derecho lo dejan al arbitrio de un poder totalitario que
busca el consenso de la muchedumbre. En un mundo injusto, el justo acaba siendo
rechazado y condenado.
Viva el homicida, muera el que da la
vida. Si liberas a Barrabás, el bandolero llamado "hijo del Padre", se
crucifique al que ha revelado al Padre y es el verdadero Hijo del Padre.
Otros, no Jesús, son los hostigadores
del pueblo. Otros, no Jesús, han hecho lo que está mal a los ojos de Dios. Pero
el poder teme por su propia autoridad, renuncia a la autoridad que le viene de
hacer lo que es justo, y abdica.
Pilatos, la autoridad que tiene poder
de vida y muerte, Pilatos, que no titubeó en ahogar en la sangre los focos de
la revuelta (Lc 13, 1) Pilatos, que gobernaba con puño de hierro aquella oscura
provincia del imperio, soñando poderes más vastos, abdica, entrega a un
inocente, y con ello la propia autoridad, a una muchedumbre vociferante. El que
en el silencio se entregó a la voluntad del Padre es de este modo abandonado a
la voluntad de quien grita más fuerte.
ORACIÓN
Jesús, cordero inocente llevado al
matadero (Is 53, 7)
para quitar el pecado del mundo (Jn
1, 29)
dirige tu mirada de ternura a todo
los inocentes perseguidos,
a los prisioneros que gimen en
cárceles infames,
a las víctimas del amor por los
oprimidos y por la justicia,
a cuantos no entreven el fin de una
larga pena injusta.
Tu presencia íntimamente percibida
ablande su amargura
y disipe las tinieblas de la prisión.
Haz que nunca nos resignemos a ver
encadenada
la libertad que le has concedido a
cada hombre,
creado a tu imagen y semejanza.
Jesús,
rey manso de un reino de justicia y
de paz,
resplandece revestido de un manto de
púrpura:
tu sangre derramada por amor.
A
ti la alabanza y la gloria por los siglos.
COMENTARIO
Pilato ve que le han entregado a
Jesús por envidia, por rencillas religiosas; se da cuenta de que no ha hecho
niel a nadie..., pero no hace nada por salvarle, porque eso le comprometerla.
Es la actitud de tantos, que por no darse un mal rato tratan de pactar con el
error, con el pecado.
Y para tranquilizar la propia conciencia, pregunta al Señor: ¿qué es la
verdad? se lo pregunta a Jesús, que es el Camino, la Verdad y la Vida. Pero,
aunque hace la pregunta, no le interesa la respuesta y antes de que le pueda
decir nada, se marcha, no quiere escucharlo. Tiene miedo a agotar la verdad, a
que la verdad le exija más de lo que él quiere dar. Tiene miedo a perder su
posición, y da una sentencia contraria a lo que piensa, lavándose las manos
ante su propia injusticia.
Considera cómo Jesús, después de
haber sido azotado y coronado de espinas, fue injustamente sentenciado por
Pilato a morir crucificado. - Adorado Jesús mío: mis pecados fueron más bien
que Pilato, los que os sentenciaron a muerte. Por los méritos de este doloroso
camino, os suplico me asistáis en el camino que va recorriendo mi alma para la
eternidad.
«Reo es de muerte», dijeron de Jesús
los miembros del Sanedrín, y, como no podían ejecutar a nadie, lo llevaron de
la casa de Caifás al Pretorio. Pilato no encontraba razones para condenar a
Jesús, e incluso trató de liberarlo, pero, ante la presión amenazante del
pueblo instigado por sus jefes: «¡Crucifícalo, crucifícalo!», «Si sueltas a
ése, no eres amigo del César», pronunció la sentencia que le reclamaban y les
entregó a Jesús, después de azotarlo, para que fuera crucificado.
San Juan el evangelista nos dice que,
pocas horas después, junto a la cruz de Jesús estaba María su madre. Y hemos de
suponer que también estuvo muy cerca de su Hijo a lo largo de todo el Vía
crucis.
Cuántos temas para la reflexión nos
ofrecen los padecimientos soportados por Jesús desde el Huerto de los Olivos
hasta su condena a muerte: abandono de los suyos, negación de Pedro,
flagelación, corona de espinas, vejaciones y desprecios sin medida. Y todo por
amor a nosotros, por nuestra conversión y salvación.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y
misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste
y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
ORACIÓN
ORACIÓN
Señor,
has sido condenado a muerte porque el miedo al «qué dirán» ha sofocado
la voz de la conciencia. Sucede siempre así a lo largo de la historia;
los inocentes son maltratados, condenados y asesinados.
Cuántas veces hemos preferido también nosotros el éxito a la verdad,
nuestra reputación a la justicia. Da fuerza en nuestra vida a la sutil
voz de la conciencia, a tu voz. Mírame como lo hiciste con Pedro después
de la negación.
Que tu mirada penetre en nuestras almas y nos indique el camino en
nuestra vida. El día de Pentecostés has conmovido en corazón e infundido
el don de la conversión a los que el Viernes Santo gritaron contra ti.
De este modo nos has dado esperanza a todos. Danos también a nosotros de
nuevo la gracia de la conversión.
ORACIÓN
Señor, en ocasiones vemos claro lo
que tenemos que hacer, pero nos preocupan tanto los juicios humanos, que nos
volvemos atrás. Que sólo nos preocupe, Señor, acomodarnos a lo que Tú quieras.
Enséñanos a amar apasionadamente la verdad, venga de donde venga, porque la
verdad siempre nos remite a Ti.