sábado, 9 de marzo de 2013

MUJER, HE AHÍ A TU HIJO



«Mujer, ahí tienes a tu hijo»




En la tercera palabra de Cristo crucificado, ponemos hoy nuestro acento, siguiendo con esta catequesis permanente que pretende ser tambien Pasión Dombenitense, para que todos los cofrades sepamos el significado de lo que está por venir. Para ello acudimos a las sabias palabras del Beato Juan Pablo II, nuestro querido Papa, pronunciadas el  23 abril de 1997:

Juan, al recordar la presencia de la Bella María y de las otras mujeres al pie de la Cruz de Cristo, nos narra: Jesús, viendo a su Madre y junto a Ella al Discípulo a quien amaba, dice a su Madre: ‘Mujer he ahí a tu hijo’. Luego dice al Discípulo: ‘He ahí a tu Madre’ (Jn. 19,26-27).

Estas palabras que son conmovedoras forman una ‘escena de revelación’, revelan los sentimientos muy profundos del Hijo de Dios en su agonía y entrañan una gran riqueza para la Fe y la espiritualidad de los cristianos.

A veces estas palabras han sido interpretadas únicamente como una manifestación de la piedad filial de Jesús hacia la Joven de Nazaret, confiada a su Discípulo amado, van más allá de ver con quién se queda su Madre,

De este modo, al leer con atención este texto, confirmada por la interpretación del Magisterio y toda la Iglesia, con esta doble entrega de Jesús, nos pone en uno de los hechos más importantes para comprender el papel de la Bella María dentro del Plan de Salvación.

Las palabras de Cristo agonizando, en verdad, revelan que su esencial intención, no es confiar a la Hermosa María a Juan, sino entregar al Discípulo a su Madre María, dándole una nueva Misión Materna.

La palabra Mujer, que usa el Hijo de la Bella María también en las bodas de Caná es para llevar a su Madre María a una nueva dimensión de su Misión de Madre, aquí las palabras del Salvador no son sólo un fruto de Amor de Hijo hacia su Madre, sino que se sitúan en un plano más elevado.

La muerte de Jesús, aunque causa un gran dolor en la Doncella de Nazaret, no cambia su vida cotidiana, pues al comenzar su vida pública, Jesús tiene que dejar sola a su Madre en Nazaret.

La presencia a pie de la Cruz de su pariente María de Cleofás nos deja ver que sea posible que tuviera buena relación con sus familiares, entre los cuales podía haber encontrado amparo después de la muerte de su Hijo.

Las palabras del Hijo de Dios, por el contrario toman su sentido más auténtico en el marco del Plan de Salvación.

Dichas en el momento de su Sacrificio redentor, esta circunstancia les da un valor más alto.




MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II PARA LA XVIII JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD


Las palabras del ángel Gabriel en Nazaret: “Alégrate, llena de gracia” (Lc 1,28) iluminan también la escena del Calvario. La Anunciación marca el inicio, la Cruz señala el cumplimiento. En la Anunciación, María dona en su seno la naturaleza humana al Hijo de Dios; al pie de la Cruz, en Juan, acoge en su corazón la humanidad entera. Madre de Dios desde el primer instante de la Encarnación, Ella se convierte en Madre de los hombres en los últimos instantes de la vida de su Hijo Jesús. Ella, que está libre de pecado, “conoce” en el Calvario en su propio ser el sufrimiento del pecado, que su Hijo carga sobre sí para salvar a la humanidad. Al pie de la Cruz en la que está muriendo Aquél que ha concebido con el “sí” de la Anunciación, María recibe de Él como una “segunda anunciación”: «¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!» (Jn 19,26).

En la Cruz, el Hijo puede derramar su sufrimiento en el corazón de la Madre. Todo hijo que sufre siente esta necesidad. También vosotros, queridos jóvenes, os enfrentáis al sufrimiento: la soledad, los fracasos y las desilusiones en vuestra vida personal; las dificultades para adaptarse al mundo de los adultos y a la vida profesional; las separaciones y los lutos en vuestras familias; la violencia de las guerras y la muerte de los inocentes. Pero sabed que en los momentos difíciles, que no faltan en la vida de cada uno, no estáis solos: como a Juan al pie de la Cruz, Jesús os entrega también a vosotros su Madre, para que os conforte con su ternura.

3. El Evangelio dice después que «desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa» (Jn 19,27). Esta expresión, tan comentada desde los inicios de la Iglesia, no sólo designa el lugar en el que habitaba Juan. Más que el aspecto material, evoca la dimensión espiritual de esta acogida, de la nueva relación instaurada entre María y Juan.

Vosotros, queridos jóvenes, tenéis más o menos la misma edad que Juan y el mismo deseo de estar con Jesús. Es Cristo quien hoy os pide expresamente que os llevéis a María “a vuestra casa”, que la acojáis “entre vuestros bienes” para aprender de Ella, que «conservaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19), la disposición interior para la escucha y la actitud de humildad y de generosidad que la distinguieron como la primera colaboradora de Dios en la obra de la salvación. Es Ella la que, mediante su ministerio materno, os educa y os modela hasta que Cristo esté formado plenamente en vosotros

María es Madre de la divina gracia, porque es Madre del Autor de la gracia. ¡Entregaos a Ella con plena confianza! Resplandeceréis con la belleza de Cristo. Abiertos al soplo del Espíritu, os convertiréis en apóstoles intrépidos, capaces de difundir a vuestro alrededor el fuego de la caridad y la luz de la verdad. En la escuela de María, descubriréis el compromiso concreto que Cristo espera de vosotros, aprenderéis a darle el primer lugar de vuestra vida, a orientar hacia Él vuestros pensamientos y vuestras acciones.

 

MARÍA AL PIE DE LA CRUZ

En medio de aquel dolor inmenso al pie de la cruz de parte de María que contempla su hijo maltratado, golpeado, escupido, humillado, injustamente condenado, muriendo, entregando su sangre de una manera cruel. En medio de ese inmenso dolor, ese terrible y desgarrante dolor hay una paz en el corazón de la madre que comienza como a gestar en su interior la gracia de un nuevo nacimiento de su hijo, por la obra del Espíritu igualmente como el primer nacimiento y el nacimiento de la gracia de la Resurrección que definitivamente va a ser un mensaje de paz. Es tan fuerte el vínculo entre María y Jesús que la gestación de la gracia de la Resurrección, el triunfo de Jesús sobre la muerte definitiva va a ser en y desde el corazón dolido igualmente crucificado y traspasado de María. Por eso como dice San Ignacio de Loyola aun cuando la Palabra de Dios no lo diga así nosotros tenemos la certeza que dentro de los muchos, como dice el texto del libro de los Hechos a los que se apareció Jesús Resucitado, más de quinientos, dice Lucas, estaba María. Sin duda estaba María. Por eso en la cuarta semana de los ejercicios de San Ignacio hay un espacio al final para contemplar el encuentro entre la madre y el hijo resucitado. Seguramente el encuentro sencillo como era entre ellos pero lleno de la vida. La paz esté contigo. Aquella misma paz con la que compartimos aquel momento de dolor. La paz viene del amor, la paz brota de la entrega. Un corazón pacificado solo es posible cuando está el amor en lo más hondo de su corazón. Cuando hay amor el corazón se serena, el corazón encuentra su lugar.

El encuentro de Jesús y María al pie de la cruz es un encuentro de amor. En ese encuentro de amor y de entrega en medio del dolor comienza a gestarse aquel otro definitivo encuentro lleno de gozo que será el de la resurrección donde el hijo viene ya casi sin palabras solo con la mirada transparente a comunicarse en un abrazo interminable con su madre, de ella para con El, con las marcas en su cuerpo, y María con las marcas de su corazón traspasado ahora gozoso definitivamente gozoso. María es portadora de paz desde la gracia de la resurrección de su hijo con el que ha compartido su suerte. A ti mujer una espada te atravesará el corazón. Pero también podemos decir nosotros que en María la traspasada por el dolor de la cruz de su hijo es la luminosamente invadida por la gracia del Espíritu que la saca de ese dolor de muerte en su corazón para comunicarle la vida nueva que su hijo va a derramar en Pentecostés y que la pone ahora si a ella como al hijo en comunión con el Padre en intercesión constante por lo que deben alcanzar la gloria que Jesús alcanzó y que María alcanzara después de su muerte cuando sea asunta al cielo pero que ya mientras va ocurriendo la gracia de resurrección en su corazón comienza a participarla con los discípulos. Que maravilla tener una madre así, una hermana, una amiga así. Que lindo es encontrarse con personas que nos calman el corazón, que nos traen sosiego al interior, que nos llenan el alma de serenidad. María es de esas personas.

Uno puede estar muy confundido, muy atribulado, muy apesadumbrado, triste, aun en situación de oscuridad y de pecado, pero cuando uno se agarra a María comienza como a gestarse desde su presencia esa conciencia interior de que nada de lo que ocurre es tan tremendo ni tan grave. Todo es posible de sobrellevar con su presencia llena de vida, de amor, de misericordia. ¿Dónde gestó María éste modo de estar así presente de cara al dolor de los hermanos, de nosotros?. Al pie de la cruz su propio hijo donde todo dolor y sufrimiento fue concentrado, donde todo fue atraído, todo dolor, todo sufrimiento, todo drama, toda tristeza, en la cruz ha sido como un imán atraído. La cruz atrajo a todos los que de una u otra manera pasamos por la vida también por situaciones dolorosas y penosas. Cuando yo sea elevado en lo alto decía Jesús atraeré a todos hacia mi. María al pie de la cruz hace el ejercicio profundo de aprendizaje, de saber estar por el amor del hijo que la sostiene de cara al dolor humano comunicando paz. Ella es mensajera de paz para nuestra vida y para nuestro corazón



MEDITACIÓN ANTE LA SOLEDAD DE LA VIRGEN


¿Quién podría consolar a la bendita virgen en aquellas circunstancias? ¿Quién podría mostrarle y recordarle el admirable plan de salvación de Dios? ¿Quién podría gozarse con ella cuando la mañana de la resurrección viniera a iluminar sus vidas? ¿Quién podría consolarla otra vez cuando el misterio de la ascensión lo arrebatara de nuevo de sus manos?

Había un discípulo que había calado más hondo que ninguno en la doctrina del Evangelio. Lo prueba el Evangelio que escribió muchos años más tarde. Ningún otro refiere la conversación con Nicodemo. A este discípulo confía Jesús su madre. Había parientes más cercanos.... Jacobo, por ejemplo (autor de la epístola que lleva su nombre), pero parece que todavía no creía (Juan 7:5) y aun después de la aparición del Señor, que sin duda le convenció (1.a Corintios 15:7), no tendría la experiencia espiritual de Juan. Por esto Jesús une a aquellas dos almas piadosas en un lazo de obligación filial.

Con ello Jesús nos enseña a pensar en la tierra a la vez que en el cielo, en los deberes para con nuestros prójimos, empezando con nuestros familiares con quienes la Providencia nos ha unido de un modo más íntimo, y en nuestros deberes para con todos los seres humanos, pues a todos ellos nos debemos. Las necesidades de los demás deben preocuparnos en todos los momentos de nuestra vida, mientras Dios nos tiene sobre la tierra, ya que nuestra vida como redimidos es un tiempo de prueba y como dice el mismo Señor: "El que en lo poco es fiel, también en lo demás es fiel" (Lucas 16:11-12). No debemos, pues, desentendernos de este mundo, sino ser fieles en las cosas de este siglo, en los deberes y oportunidades que El nos da acá abajo para hacer el bien, a fin de que podamos ser hallados dignos de cumplir mayores responsabilidades allá arriba.