Imagen de Cristo Rey (Parroquia de San Sebastian - Don Benito)
Los pasados días 22, 23 y 24 de noviembre se ha celebrado el Triduo a Cristo Rey en la Parroquia de San Sebastián. Este acto ha sido incluido en las actividades parroquiales con motivo del Año de la Fe 2012-2013.
Venimos en esta entrada de Blog a establecer el
significado de esta solemnidad:
ÚLTIMO DOMINGO DEL AÑO LITÚRGICO:
Cristo es el Rey del universo y de cada uno de nosotros.
Es una de las fiestas más importantes
del calendario litúrgico, porque celebramos que Cristo es el Rey del universo.
Su Reino es el Reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la
justicia, del amor y la paz.
Durante el anuncio del Reino, Jesús nos muestra lo
que éste significa para nosotros como Salvación, Revelación y Reconciliación ante
la mentira mortal del pecado que existe en el mundo. Jesús responde a Pilatos
cuando le pregunta si en verdad Él es el Rey de los judíos: "Mi Reino no
es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo mi gente habría combatido
para que no fuese entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí" (Jn
18, 36). Jesús no es el Rey de un mundo de miedo, mentira y pecado, Él es el
Rey del Reino de Dios que trae y al que nos conduce.
Desde la antigüedad se ha llamado Rey a Jesucristo, en sentido metafórico, en razón al supremo grado de excelencia que posee y que le encumbra entre todas las cosas creadas. Así, se dice que:
·
reina en las inteligencias de los hombres porque El
es la Verdad y porque los hombres necesitan beber de El y recibir
obedientemente la verdad;
·
reina en las voluntades de los hombres, no sólo
porque en El la voluntad humana está entera y perfectamente sometida a la santa
voluntad divina, sino también porque con sus mociones e inspiraciones influye
en nuestra libre voluntad y la enciende en nobles propósitos;
·
reina en los corazones de los hombres porque, con
su supereminente caridad y con su mansedumbre y benignidad, se hace amar por
las almas de manera que jamás nadie —entre todos los nacidos— ha sido ni será
nunca tan amado como Cristo Jesús.
Sin embargo, profundizando en el tema, es evidente que también en sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey, ya que del Padre recibió la potestad, el honor y el reino; además, siendo Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas.
Ahora bien, que Cristo es Rey lo confirman muchos
pasajes de las Sagradas Escrituras y del Nuevo Testamento. Esta doctrina fue
seguida por la Iglesia –reino de Cristo sobre la tierra- con el propósito
celebrar y glorificar durante el ciclo anual de la liturgia, a su autor y
fundador como a soberano Señor y Rey de los reyes.
En el Antiguo
Testamento, por ejemplo, adjudican el título de rey a aquel que deberá
nacer de la estirpe de Jacob; el que por el Padre ha sido constituido Rey sobre
el monte santo de Sión y recibirá las gentes en herencia y en posesión los
confines de la tierra.
Además, se predice que su reino no tendrá límites y
estará enriquecido con los dones de la justicia y de la paz: "Florecerá
en sus días la justicia y la abundancia de paz... y dominará de un mar a otro,
y desde el uno hasta el otro extrema del orbe de la tierra".
Iconografía de Niños Jesús como Cristo Rey
Por último, aquellas palabras de Zacarías donde predice al "Rey manso que, subiendo sobre una asna y su pollino", había de entrar en Jerusalén, como Justo y como Salvador, entre las aclamaciones de las turbas, ¿acaso no las vieron realizadas y comprobadas los santos evangelistas?
En el Nuevo
Testamento, esta misma doctrina sobre Cristo Rey se halla presente desde
el momento de la Anunciación del arcángel Gabriel a la Virgen, por el cual ella
fue advertida que daría a luz un niño a quien Dios había de dar el trono de
David, y que reinaría eternamente en la casa de Jacob, sin que su reino tuviera
jamás fin.
El mismo Cristo, luego, dará testimonio de su
realeza, pues ora en su último discurso al pueblo, al hablar del premio y de
las penas reservadas perpetuamente a los justos y a los réprobos; ora al
responder al gobernador romano que públicamente le preguntaba si era Rey; ora,
finalmente, después de su resurrección, al encomendar a los apóstoles el
encargo de enseñar y bautizar a todas las gentes, siempre y en toda ocasión
oportuna se atribuyó el título de Rey y públicamente confirmó que es Rey, y
solemnemente declaró que le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.
Pero, además, ¿qué cosa habrá para nosotros más
dulce y suave que el pensamiento de que Cristo impera sobre nosotros, no sólo
por derecho de naturaleza, sino también por derecho de conquista, adquirido a
costa de la redención? Ojalá que todos los hombres, bastante olvidadizos,
recordasen cuánto le hemos costado a nuestro Salvador, ya que con su preciosa
sangre, como de Cordero Inmaculado y sin tacha, fuimos redimidos del pecado. No
somos, pues, ya nuestros, puesto que Cristo nos ha comprado por precio grande;
hasta nuestros mismos cuerpos son miembros de Jesucristo.
LA CELEBRACIÓN DE CRISTO REY
Con el objetivo de que los fieles vivan estos
inapreciables provechos, era necesario que se propague lo más posible el
conocimiento de la dignidad del Salvador, para lo cual se instituyó la festividad
propia y peculiar de Cristo Rey.
Desde fines del siglo XIX, la Iglesia realizaba los
preparativos necesarios para la institución de la fiesta, la cual fue
finalmente designada para el último domingo del Año Litúrgico, antes de empezar
el Adviento.
Si Cristo Rey era honrado por todos los católicos
del mundo, se prevería las necesidades de los tiempos presentes, poniendo
remedio eficaz a los males que friccionan la sociedad humana, tales como la
negación del Reino de Cristo; la negación del derecho de la Iglesia fundado en
el derecho del mismo Cristo; la imposibilidad de enseñar al género humano, es
decir, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna
felicidad.
En un mundo donde prima la cultura de la muerte y
la emergencia de una sociedad hedonista, la festividad anual de Cristo Rey
anima una dulce esperanza en los corazones humanos, ya que impulsa a la
sociedad a volverse al Salvador. Preparar y acelerar esta vuelta con la acción
y con la obra sería ciertamente deber de los católicos; pero muchos de ellos
parece que no tienen en la llamada convivencia social ni el puesto ni la
autoridad que es indigno les falten a los que llevan delante de sí la antorcha
de la verdad.
Estas desventajas quizá procedan de la apatía y timidez de los buenos, que se abstienen de luchar o resisten débilmente; con lo cual es fuerza que los adversarios de la Iglesia cobren mayor temeridad y audacia. Pero si los fieles todos comprenden que deben militar con infatigable esfuerzo bajo la bandera de Cristo Rey, entonces, inflamándose en el fuego del apostolado, se dedicarán a llevar a Dios de nuevo los rebeldes e ignorantes, y trabajarán animosos por mantener incólumes los derechos del Señor.
Por
último, vendrá el compromiso apostólico que consiste en llevar nuestro amor a
la acción de extender el Reino de Cristo a todas las almas mediante obras
concretas de apostolado. No nos podremos detener. Nuestro amor comenzará a
desbordarse.
Dedicar nuestra vida a la extensión del Reino de Cristo en la tierra es lo mejor que podemos hacer, pues Cristo nos premiará con una alegría y una paz profundas e imperturbables en todas las circunstancias de la vida.
Triduo a Cristo Rey en Parroquia de San Sebastián (Don Benito)
A lo largo de la historia hay innumerables testimonios de cristianos que han dado la vida por Cristo como el Rey de sus vidas. Un ejemplo son los mártires de la guerra cristera en México en los años 20’s, quienes por defender su fe, fueron perseguidos y todos ellos murieron gritando “¡Viva Cristo Rey!”.
La fiesta de Cristo Rey, al finalizar el año litúrgico es una oportunidad de imitar a estos mártires promulgando públicamente que Cristo es el Rey de nuestras vidas, el Rey de reyes, el Principio y el Fin de todo el Universo.
ORACIÓN A CRISTO REY
¡Oh Cristo, Tú eres mi Rey!
Dame un corazón caballeroso para contigo.
Dame un corazón caballeroso para contigo.
Magnánimo en mi vida: escogiendo todo cuanto sube
hacia arriba, no lo que se arrastra hacia abajo.
Magnánimo en mi trabajo: viendo en él no una carga
que se me impone, sino la misión que Tú me confías.
Magnánimo en el sufrimiento: verdadero soldado tuyo
ante mi cruz, verdadero Cireneo para las cruces de los demás.
Magnánimo con el mundo: perdonando sus pequeñeces,
pero no cediendo en nada a sus máximas.
Magnánimo con los hombres: leal con todos, más
sacrificado por los humildes y por los pequeños, celoso por arrastrar hacia Ti
a todos los que me aman.
Magnánimo con mis superiores: viendo en su
autoridad la belleza de tu Rostro, que me fascina.
Magnánimo conmigo mismo: jamás replegado sobre mí,
siempre apoyado en Ti.
Magnánimo contigo: Oh Cristo Rey: orgulloso de vivir
para servirte, dichoso de morir, para perderme en Ti.
ORACIÓN PARA PEDIR EL REINADO DE CRISTO
¡Oh
Jesús! Te reconozco por Rey Universal.
Todo
cuanto ha sido hecho Tú lo has creado.
Ejerce
sobre mí todos tus derechos.
Renuevo
las promesas de mi bautismo, renunciado a Satanás, a sus seducciones y a sus
obras; y prometo vivir como buen cristiano.
Muy
especialmente me comprometo a procurar, según mis medios, el triunfo de los
derechos de Dios y de tu Iglesia.
Divino
Corazón de Jesús, te ofrezco mis pobres obras para conseguir que todos los
corazones reconozcan tu sagrada realeza, y para que así se establezca en todo
el mundo el Reino de tu Paz.