Vamos a dedicar un par de entradas de este Blog, a
la figura iconográfica de Jesús con la Cruz a Cuestas o “Nazareno”, como una de
las figuras de la pasión de Cristo, mas reproducidas tras la del Crucificado.
Con ello queremos poner en valor la existencia en
nuestra ciudad de Don Benito, de esta iconografía, que con la advocación de “Señor
de la Salud”, se encuentra en la Iglesia de la Piedad, a la espera de poder ser
titular de una nueva corporación de penitencia, o por lo menos de poder cumplir el objetivo por el cual fue donada
en su momento por la familia Dueñas. No es momento de analizar los pros y los contras,
o la necesidad de llevar a cabo esta iniciativa, pero si de dar a esta imagen,
el lugar que le corresponde en la mejora de la Semana Santa de Don Benito, le
pese a quien le pese. Vamos a ello:
Señor de la Salud - Iglesia de la Piedad (Don Benito)
Jesús Nazareno (Valdehornillos)
Imagen que originariamente estuvo en la Iglesia de Santiago en Don Benito
El modelo iconográfico de Jesús con la cruz a
cuestas, camino al Calvario, se conoce como “Nazareno”. Entre sus atributos
particulares, el Nazareno lleva corona de espinas y un largo sayal de color
morado, o la capa con que los soldados cubrieron a Cristo luego de ofenderlo y
torturarlo. Sus facciones delatan el dolor inmenso que sufre; esa agonía
universal e infinita que más de una vez hemos contemplado en los cuadros y
retablos de nuestras iglesias.
Después de la iconografía de Cristo Crucificado, la
representación de Jesús con la Cruz al hombro o Jesús Nazareno ha sido muy
interpretada por el arte cristiano y ha calado profundamente como uno de los
misterios pasionistas de mayor devoción. Su composición de marcha hacia delante
la ha hecho muy apropiada para ser concebida como imagen procesional, además de
ser capaz de suscitar un gran fervor piadoso. Si bien la evolución de esta
representación no ha sido tan estudiada como la de Jesús en la Cruz,
intentaremos hacer una síntesis de los momentos históricos más trascendentales
y cómo su iconografía ha sido reinterpretada en contadas ocasiones.
Lectura del Evangelio según san Juan 19, 16-17
Entonces
[Pilato] se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y, cargando
él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se
dice Gólgota).
MOMENTO HISTÓRICO QUE REPRESENTA
Pilato entrega a Jesús en las manos de los jefes de
los sacerdotes y de los guardias. Los soldados le ponen sobre la espalda un
manto púrpura y en la cabeza una corona de ramas espinosas. Durante la noche se
burlan de él, lo maltratan y lo flagelan. Después, en la mañana, lo cargan con
un pesado madero, la cruz sobre la que son clavados los ladrones, para que
todos vean cómo acaban los malhechores. Muchos de los suyos escapan.
Cuando Pilatos salió del tribunal, una parte de los
soldados le siguió, y se formó delante del palacio; una pequeña escolta se
quedó con los condenados. Veintiocho fariseos armados vinieron a caballo para
acompañar al suplicio a nuestro Redentor. Los alguaciles lo condujeron al medio
de la plaza, donde vinieron esclavos a echar la cruz a sus pies. Los dos brazos
estaban provisionalmente atados a la pieza principal con cuerdas. Jesús se
arrodilló cerca de ella, la abrazó y la besó tres veces, dirigiendo a su Padre
acciones de gracias por la redención del género humano. Los soldados levantaron
a Jesús sobre sus rodillas, y tuvo que cargar con mucha pena con esta carga
pesada sobre su hombro derecho. si ángeles invisibles ayudarle, pues si no, no
hubiera podido levantarla. Mientras Jesús oraba, pusieron sobre el pescuezo a
los dos ladrones las piezas traveseras de sus cruces, atándoles las manos; las
grandes piezas las llevaban esclavos. La trompeta de la caballería de Pilatos
tocó; uno de los fariseos a caballo se acercó a Jesús, arrodillado bajo su
carga; y entonces comenzó la marcha triunfal del Rey de los reyes, tan
ignominiosa sobre la tierra y tan gloriosa en el cielo.
Cuadro de El Bosco
Habían atado dos cuerdas a la punta del árbol de la
cruz y dos soldados la mantenían en el aire; otros cuatro tenían cuerdas atadas
a la cintura de Jesús. El Salvador, bajo su peso, me recordó a Isaac, llevando
a la montaña la leña para su sacrificio. La trompeta de Pilatos dio la señal de
marcha, porque el gobernador en persona quería ponerse a la cabeza de un
destacamento para impedir todo movimiento tumultuoso. Iba a caballo, rodeado de
sus oficiales y de tropa de caballería. Detrás venía un cuerpo de trescientos
hombres de infantería, todos de la frontera de Italia y de Suiza. Delante se
veía una trompa que tocaba en todas las esquinas y proclamaba la sentencia. A
pocos pasos seguía una multitud de hombres y de chiquillos, que traían
cordeles, clavos, cuñas y cestas que contenían diferentes objetos; otros, más
robustos, traían palos, escaleras y las piezas principales de las cruces de los
dos ladrones. Detrás se notaban algunos fariseos a caballo, y un joven que
llevaba sobre el pecho la inscripción que Pilatos había hecho para la cruz.
Llevaban también en la punta de un palo la corona de espinas de Jesús, que no
habían querido dejarle sobre la cabeza mientras cargaba la cruz.
Al fin venía nuestro Señor, los pies desnudos y
ensangrentados, abrumado bajo el peso de la cruz, temblando, debilitado por la
pérdida de la sangre y devorado de calentura y de sed. Con la mano derecha
sostenía la cruz sobre su hombro derecho; su mano izquierda, cansada, hacía de
cuando en cuando esfuerzos para levantarse su largo vestido, con que tropezaban
sus pies heridos. Cuatro soldados tenían a grande distancia la punta de los
cordeles atados a la cintura; los dos de delante le tiraban; los dos que
seguían le empujaban, de suerte que no podía asegurar su paso. A su rededor no
había más que irrisión y crueldad; mas su boca rezaba y sus ojos perdonaban.
Detrás de Jesús iban los dos ladrones, llevados
también por cuerdas. La mitad de los fariseos a caballos cerraba la marcha;
algunos de ellos corrían acá y allá para mantener el orden. A una distancia
bastante grande venía la escolta de Pilatos: el gobernador romano tenía su uniforme
de guerra; en medio de sus oficiales, precedido de un escuadrón de caballería,
y seguido de trescientos infantes, atravesó la plaza, y entró en una calle
bastante ancha. Jesús fue conducido por una calle estrecha, para no estorbar a
la gente que iba al templo ni a la tropa de Pilatos. La mayor parte del pueblo
se había puesto en movimiento, después de haber condenado a Jesús. Una gran
parte de los judíos se fueron a sus casas o al templo; sin embargo, la multitud
era todavía numerosa, y se precipitaban delante para ver pasar la triste
procesión. La calle por donde pasaba Jesús era muy estrecha y muy sucia; tuvo
mucho que sufrir; el pueblo lo injuriaba desde las ventanas, los esclavos le
tiraban lodo y hasta los niños traían piedras en sus vestidos para echarlas
delante de los pies del Salvador.
JESÚS CON
LA CRUZ A CUESTAS, CAMINO DEL CALVARIO
Después de haberse burlado de Jesús, los soldados
le quitaron el manto de púrpura que le habían echado encima, le pusieron sus
ropas y le llevaron a crucificarle. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene
llamado Simón, y le obligaron a llevar la cruz detrás de Jesús.
Lo seguía una gran multitud del pueblo y también
unas mujeres que se dolían y se lamentaban por él. Jesús, volviéndose a ellas,
les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras
y por vuestros hijos...».
Llevaban además otros dos malhechores para
ejecutarlos con él. Llegados a un lugar llamado Gólgota, que quiere decir
Calvario, le crucificaron allí a él y a los malhechores.
Este misterio propone a la contemplación y
meditación del creyente el Vía Crucis o Camino de la Cruz, los
pasos que dio Jesús, por las calles de Jerusalén, caminando hacia el Calvario
para ser allí ajusticiado. Es normal que los sumos sacerdotes y los demás
miembros del Sanedrín trataran de dar la máxima publicidad a la ejecución de
Jesús en una ciudad repleta de peregrinos llegados para las celebraciones
pascuales; los enemigos del Señor no podían dejar escapar la oportunidad de
prolongar y magnificar ante la muchedumbre su triunfo y la humillación de
Jesús, cuyos seguidores y simpatizantes debían quedar advertidos. Las únicas
personas que protestaron públicamente contra esa ejecución fueron las piadosas
mujeres. Como, según la tradición, fue una mujer, llamada Verónica, la que,
abriéndose paso entre la muchedumbre, limpió, llena de piedad, el rostro del
Señor con un velo en el que Jesús dejó grabada su Santa Faz. Ciertamente, en el
profeta Isaías podemos ver la descripción del rostro de Jesús, la imagen que
ofrecía en aquel momento: No tenía apariencia ni presencia, lo vimos y no tenía
aspecto que pudiésemos estimar; despreciable y desecho de hombres...
El Evangelio, que habla de María junto a la cruz de
su Hijo, no menciona su presencia durante el camino hacia el Calvario. La
cuarta estación del Vía crucis tradicional considera precisamente el
encuentro de Jesús con su Madre en la calle de la amargura. Bien estuviera
cerca de Jesús, en medio de la multitud, bien se mantuviera algo más retirada,
lo cierto es que le acompañaba en sus dolores y sufrimientos, y sentía en su
propia alma el desprecio y ultraje público de que era objeto el Hijo, y que, en
definitiva, vivía con la máxima intensidad su condición de madre de aquel
ajusticiado, y de corredentora de los hombres, asociada al Redentor.
EL EJEMPLO DE ESTA
ICONOGRAFÍA EN LA HISTORIA DE LAS COFRADÍAS DE SEVILLA (Madre y Maestra)
Grabado Jesús Nazareno (El Silencio - Sevilla) en libro sobre Gustave Dore.
Las cofradías de Jesús
Nazareno o Jesús llevando su cruz a cuestas. Existe un hecho sobre el que
queremos llamar la atención en primer lugar: la existencia de unas cofradías de
la Cruz unidas a la imagen y cofradías de Jesús Nazareno, las cofradías de la
Santa Cruz de Jerusalén. La mayoría de estas cofradías dan culto a una imagen
de Jesús llevando su cruz a cuestas, algunas han recibido en determinados
lugares algunas advocaciones propias, como es el caso de las cofradías del Gran
Poder en la ciudad de Sevilla y algunos de sus pueblos. Existe otro grupo,
pequeño, cuya advocación e imagen son las diferentes caídas de Jesús bajo el
peso de la cruz. Queremos destacar dentro de este grupo la evolución que sufrió
una cofradía de Jesús caído de la ciudad de Osuna. En ella existía, desde el
siglo XVII o XVIII una cofradía de nuestro Padre Jesús Caído, cuya imagen representaba
el momento en que Cristo, tras ser azotado, era desatado de la columna y caía
junto a ella. En la Semana Santa de 1963 se varió -no sin polémica interna- la
iconografía del paso de misterio y desde entonces Jesús aparece en una de las
caídas con la Cruz a cuestas en la calle de la Amargura.
Las cofradías de Jesús
Nazareno son, también, del siglo XVI, el siglo de la explosión de cofradías de
Semana Santa, aunque no llegan a un tercio de las cofradías de crucificados.
Sin embargo, en los siglos XVII y XVIII las cofradías del Nazareno toman un
auge, se desarrollan y se fundan en mayor número que las cofradías del
crucificado. El siglo XIX es crítico para todas las cofradías. En el siglo XX,
después de 1936, resurgen y se fundan casi tantas como en el siglo XVI.
Las cofradías del
Nazareno en sus orígenes procesionaban en la madrugada del Viernes Santo,
procediéndose al encuentro entre las imágenes del Nazareno y de María, su
madre, con otros acontecimientos ocurridos en la calle de la Amargura y teniendo
lugar un famoso sermón cantado y escenificado.
Tras los pregones se
rememoraban los hechos que acontecieron en la calle de la Amargura: San Juan
corriendo buscaba a María para llevarla ante su Hijo, quien tras darle las
espaldas para que ésta no sufriera, comenzaba a andar simulando las Tres
Caídas. Tras las caídas aparecía la mujer Verónica para limpiar el rostro a
Jesús que, posteriormente, lo mostraba al
público asistente. Finalizaba la ceremonia con la bendición de Nuestro Padre
Jesús a todos cuantos se congregaban en la procesión.
En algunos lugares la
misma imagen del Nazareno sale en procesión en dos ocasiones: una en la tarde
del Jueves Santo, sin la cruz y con las manos atadas, como Jesús Cautivo, y otra en la mañana del Viernes Santo
con la Cruz a cuestas.
Señor del Gran Poder - Sevilla (Juan de Mesa -1620)