Procesión de San Isidro años 70 (Foto Disancor)
Don Benito vuelve un año más a
conmemorar a San Isidro, con sus fiestas de barrio, y su recuerdo al Santo Patrón
del campo, al que tantas veces pedimos su intercesión, para bien de las
cosechas.
El despliegue de costumbres y
tradiciones de cualquier pueblo conlleva aparejado todo un proceso
significativo emanado de su desarrollo vital.
Este hecho, prefijado u ocasional, servía de antesala a una serie de acontecimientos ocurridos, en ocasiones, por ciertos fenómenos trascendentales que dieron colorido o simbolismo a los actos.
La extensa gama ofrecida en este
campo no es en absoluto desdeñable. Si bien el azote de la pérdida poblacional
en el ámbito rural y las perspectivas de la nueva visión de las creencias han
hecho sucumbir el arraigado costumbrismo, aún perviven y se conmemoran
determinados acontecimientos vinculados a la tradición popular.
La diversidad de estos hechos habría
que subdividirlos en dos apartados: costumbrismo y tradición popular de
carácter laico y de carácter religioso. Dentro del primer apartado se puede
englobar toda una serie de acontecimientos protagonizados por otros tantos
factores influyentes en el devenir ambiental del entorno. Ni que decir tiene
que muchos de estos hechos poseían un marco conmemorativo fijo, en
contraposición a los arbitrarios o condicionados a fenómenos casuales.
Por lo que hace referencia al segundo
grupo, en su entorno convergen un sinfín de procesos culturales ligados estrechamente
al santoral eclesiástico, por una parte, y al protagonismo insospechado que en
ocasiones requería la presencia evocativa del ritual.
San Isidro, un gran servidor de Dios
en la tierra pocos como El que supo preservar todas las virtudes dadas por el
Dueño de la vida, sobretodo en la humildad, ahora disfruta de la presencia de
Dios e intercede por todos nosotros ante Él.
Pedimos sobretodo que interceda en los momentos difíciles de tormentas y Tempestades, que causan tantos desastres naturalez y deja tantos damnificados.
El pueblo de Don Benito volcado con San Isidro (Foto Disancor)
SÚPLICA CELESTIAL
Las condiciones de vida en que años
atrás se hallaba sumido el campesino aparecen escenificadas en una serie de
actos ligados al organigrama de su medio y de su mundo. La escasez de medios de
producción a su alcance y el modo de vida redundaron en los logros obtenidos.
Un ejercicio recolector deprimente podía suponer, y suponía, la caída del
hombre del campo, viéndose relegado a un plano deplorable al intentar
resarcirse del contratiempo y reponerse del desgarro económico y emocional. Y
contra todos los pronósticos, el acecho se producía con bastante asiduidad. La
pérdida material o conceptual de un bien desmantelaba la ya deteriorada y frágil
economía. No en vano ofrecía constantemente a Dios y a los santos el designio
de sus frutos.
Al margen de estas preocupaciones en
que la creencia religiosa afloraba superficialmente en algunos casos y
profundamente en otros, el síndrome de la situación germinaba en una misma
célula: el fenómeno climatológico sin apenas tiempo para reponerse. Heladas,
sequías y tormentas conformaban la trilogía del pesar y de la desesperación. La
sensibilidad imploraba entre los afectados que quedaban a merced de un mal momento.
Ello dio lugar a una fervorosa
solicitud de actos religiosos cuya mención especial estaba absolutamente
vinculada a la protección de las cosechas.
Intensos se hacían también los
momentos en que la feroz tormenta acechaba y arrasaba sin piedad los campos. El
campesino palidecía y su piel se le erizaba viendo cómo podía sucumbir el fruto
de sus sudores en unos momentos. La respuesta no se hacía esperar. La imagen de
la Virgen o
del Santo Cristo, extraídos de la iglesia, hacían acto de presencia y eran
invitados a presenciar la devastación, el llanto y el dolor infundido por la
descarga de granizo y piedra. Toda clase de insignia que se tuviese a mano era
sacada a contemplar el dantesco espectáculo.
La población, desafiando la descarga,
salía a la calle portando efigies o iconos de vírgenes y santos que elevaban al
cielo entre clemencias, rezos y mucho dolor. ¿Amainaba la tormenta por la
presencia de la imagen? Sólo la particular creencia conformaba la credibilidad.
Sea como fuere, el procedimiento siguió repitiéndose en momentos tensos a
requerimiento de la desgraciada ocasión.
Al margen de estos acontecimientos en
los que el resultado podía traducirse satisfactoriamente, la mente del
campesino, ante tanta infidelidad, agobio e impotencia, se hallaba absorta en
el Ser Supremo y sus ojos encandilados en el firmamento. Todo ello se tradujo
en una mayor creencia popular hacia lo espiritual como mejor manera de paliar
las derrotas a la vez que en un afianzamiento del programa de súplicas en torno
a la figura de su divinidad. Existía una total y absoluta supeditación del
mundo terrenal sobre el celestial.
En este clima de fatalismo no todo
debía sustraerse a favor de súplicas y rogativas. El antagonismo era patético,
y al margen de otros muchos procedimientos de acción de gracias, protagonizadas
en determinadas celebraciones, es digno de especial mención el capítulo de
alabanzas y loas en honor a San Isidro, patrono del labrador, con motivo de su
onomástica. Momento que era aprovechado para rogar al insigne santo sobre la
imperiosa necesidad de proteger los campos.
Patron de Madrid
La situación originada por las
circunstancias contradictorias que acechaban los cultivos llevaba aparejado el
apremio en la mente del campesinado. La natura no mostraba signos o indicios
que indujeran a pensar en un cambio que supusiera lluvia para el campo.
Augurios no faltaban. El sol no se ponía con ceja, las cometas quedaban lejos
de la realidad, y en la luna no se apreciaba cerco alguno que indujese a pensar
en un cambio inmediato del tiempo. Situaciones todas ellas propensas a la
lluvia. Animo y esfuerzo físico quedaban derogados frente a taras
inconmensurables, aunque la fe y la esperanza se mantuvieran.
Será a partir de este momento crucial
cuando empiece a renacer el fulgor espiritual con más ahínco, respaldado por la
esperanzadora creencia y por la fe de salvación.
Se han citado algunas actuaciones
calificativas, pero por grande que fuese su apreciación quedaba minimizada ante
el significado que tomaba el acontecimiento de súplica de agua para el campo.
La primera fase del programa había concluido:
Celebración de algún novenario a San Isidro. La suerte del resultado suponía la
iniciación o no de las Rogativas. El logro satisfactorio, traducido en lluvia,
implicaba el fin de la exposición. El objetivo se había cumplido, el milagro
había hecho su aparición. Si por el contrario la sequía seguía pululando por el
ambiente se organizaban las Rogativas.
Para quienes habían puesto en escena las Novenas,
su participación en las Rogativas era la mera repetición de la apertura y de la
clausura de aquéllas.
Si en el espacio de tiempo en que se acordaba la
fecha y se ponía en práctica llovía, igualmente debía ofrecerse por el
resultado obtenido. Pero no siempre la suerte sonreía y el rito tomaba nuevos
derroteros, cambiando simplemente la estampa, el decorado, no el contenido ni
el significado. En esta reunión la participación popular era masiva, por el
número de pueblos que entraban en liza.
CANCIÓN
A SAN ISIDRO LABRADOR
I
San
Isidro Labrador
Ay,
patrono de los labriegos
tú
que estás allá en el cielo
me
vas a hacer un favor.
Coro:
Me
le dices al señor
que
con su mano derecha
que
me ayude en la cosecha
que
soy un agricultor (Bis).
II
Tengo
labrada la tierra
Ay,
la semilla está escogida
con
la esperanza que llueva
para
sembrar enseguida
Coro:
Tú
que fuiste labrador,
ayúdame
en mi labranza
donde
tengo mi esperanza
derramando
mi sudor (Bis).
III
Acuérdate
San Isandro
de
la recomendación
que
soy de tu devoción
a
ti te ruego y te pido.
Coro:
15
de mayo es tu fiesta
te
ofrezco una velación
un
conjunto de acordeón
con
plata de mi cosecha (Bis).
UNA ANÉCDOTA RECIENTE
La vecina localidad de Santa Amalia protagonizó el
pasado martes, 2 de abril, una de las
imágenes del año. Varias decenas de vecinos sacaron en procesión a su patrón,
San Isidro, por los exteriores de su ermita en rogativa para pedir el cesara de
la lluvia.
La defensa del campo, el sustento de una población
como Santa Amalia, fue el argumento dado por los devotos y devotas que
acompañaban la procesión. “Ya ha llovido bastante y nuestros campos no se
pueden sembrar así, si continúa cayendo agua. Por eso, con fe, hacemos esta
rogativa y confiamos que San Isidro nos ayude”, decían.