Tiempo de Glorias, esos que con tanta pasión glosara San Alfonso María Ligorio, según el cual, María tiene poder para defender a
los que la invocan en las tentaciones del demonio. Espero, amada Reina mía, que
este sencillo obsequio, aunque bien poca cosa para lo que tú mereces, sea
agradable a tu agradecido corazón, porque todo él es ofrenda de amor. Extiende
sobre él tu mano, con la que me has librado del mundo y del infierno, acéptalo
y protégelo como propiedad tuya.
Aspiro
a que me recompenses por este humilde obsequio así: que yo te ame de hoy en
adelante cada día mejor y que cada uno de los que tengan esta obra en sus manos
quede inflamado en tu amor, se acreciente en ellos el deseo de amarte y de
verte amada de todos y se dediquen con todo fervor a predicar y promover cuanto
más puedan tus alabanzas y la confianza en tu poderosísima intercesión.
Para su libro más famoso, Las Glorias de María, empezó San Alfonso a recoger materiales cuando tenía 38 años de edad, y terminó de escribirlo a los 54 años, en 1750. Su redacción le gastó 16 años.
Es la santidad de San Alfonso, la que consigue que su profundo conocimiento del Dogma, de la Historia de la Iglesia, de la Teología moral, de la Espiritualidad cristiana y de la Pastoral, presente en sus múltiples obras, no apague eso que llamaríamos candura infantil devota, harto presente en el libro que él dedica a homenajear a la Virgen Inmaculada y a hacer la alabanza de sus glorias. Por lo demás, al tiempo que la lectura de ese libro nos muestra la inocente y entrañada devoción del santo, revela también su erudición y profundo conocimiento de la doctrina católica sobre María Santísima.
ENSEÑANZAS DEL LIBRO
-1.- María: Reina sí, pero llena de dulzura y nuestra Madre
"María es Reina; pero no olvidemos, para nuestros común consuelo, que es una reina toda dulzura y clemencia e inclinada a hacernos bien a los necesitados."
"El Arzobispo de Praga, Ernesto, dice que el eterno Padre ha dado al Hijo el oficio de juzgar y castigar, y a la Madre el oficio de compadecer y aliviar a los miserables."
"Si Jesús es el Padre de nuestra almas, María es la madre, porque dándonos a Jesús nos dio la verdadera vida, y ofreciendo en el Calvario la vida de su Hijo por nuestra salvación fue como darnos a luz y hacernos nacer a la vida de la gracia."
"Somos hijos muy queridos de María porque le hemos costado excesivos dolores. Las madres aman más a los hijos por los que más cuidados y sufrimientos han tenido para conservarles la vida. Nosotros somos esos hijos por los cuales María, para obtenernos la vida de la gracia, ha tenido que sufrir el martirio de ofrecer la vida de su amado Jesús".
-2.- María socorre especialmente a quienes la aman
"Si María es tan buena con todos, aun con los ingratos y negligentes que la aman poco y poco recurren a ella, ¿cómo será ella de amorosa con los que la aman y la invocan con frecuencia? 'Se deja ver fácilmente de los que la aman, y hallar de los que la buscan'. (Sab 6, 13). Exclama San Alberto magno: ‘¡Qué fácil para los que aman a María encontrarla toda llena de piedad y de amor!' ".
A un joven religioso medieval, que se había vuelto bandolero, pero que a pesar de su debilidad quería regresar a la vida de virtud, la Virgen se le aparece y le dice: " ‘Hijo mío, ¿por qué me dejas?'. Ernesto, confuso y compungido, cayó en tierra y respondió. ‘Señora, ¿pero no ves que no puedo resistir más? ¿Por qué no me ayudas?'. La Virgen le respondió: ¿Y tú por qué no me has invocado? Si te hubieras encomendado a mí, no te verías en este estado. De hoy en adelante encomiéndate a mí y no dudes".
"Dice San Bernardino de Siena que Dios no destruyó al hombres después del pecado por el amor especialísimo que tenía a esta su hija que había de nacer. Y añade el santo que no tiene la menor duda en creer que todas la misericordias y perdones recibidos por los pecadores en la antigua ley, Dios se los concedió en vistas a esta bendita doncella."
"Comentando la parábola del hijo pródigo, hace el abad Ruperto una hermosa reflexión. Dice que si el hijo díscolo hubiese tenido viva la madre, jamás se hubiera ido de la casa del padre o hubiera regresado antes de que lo hizo. Con esto quiere decir que quien se siente hijo de María jamás se aparta de Dios, o si por desgracia se aparta, por medio de María pronto vuelve".
-3.- La devoción a María no compite con el amor al Redentor
" ‘Maldito el hombre que confía en otro hombre' (Jer 17, 5). María, exclaman, es una criatura; ¿y cómo puede ser una criatura nuestra esperanza? Esto dicen los herejes. Pero contra ellos la santa Iglesia quiere que todos los sacerdotes y religiosos alcen la voz de parte de todos los fieles y a diario invoquen a María con este dulce nombre de esperanza nuestra, esperanza de todos: Esperanza nuestra salve. De dos maneras dice el angélico Santo Tomás, podemos poner nuestra confianza en una persona: o como causa principal o como causa intermedia. Los que quieren alcanzar algún favor de un rey, o lo esperan del rey como señor, o lo esperan conseguir por el ministro o favorito como intercesor. Si se obtiene semejante gracia, se obtiene del rey pero por medio de su favorito, por lo que quien la obtiene, razón tiene para llamar a su intercesor su esperanza."
"Ordenó Dios a Moisés que hiciera un propiciatorio de oro purísimo para hablarle desde allí: ‘Me harás un propiciatorio de oro purísimo...; desde él te daré mis órdenes y hablaré contigo' (Ex 25, 17). Dice un autor que ese propiciatorio es María, desde el cual Dios habla a los hombres y desde el que nos concede el perdón y sus gracias y favores."
"Con razón San Antonio aplica a María el pasaje de la Sagrada Escritura: ‘Todos los bienes me vinieron juntamente con ella' (Sab 7, 11). Ya que María es la madre y dispensadora de todos los bienes, bien puede decirse que el mundo, y sobre todo lo que en el mundo son devotos de esta reina, junto con esta devoción a María han obtenido todos los bienes."
-4.- María vence al mal
No
sólo María santísima es reina del cielo y de los santos, sino que también ella
tiene imperio sobre el infierno y los demonios por haberlos derrotado
valientemente con su poder. Ya desde el principio de la Humanidad, Dios predijo
a la serpiente infernal la victoria y el dominio que había de ejercer sobre él
nuestra reina al anunciar que vendría al mundo una mujer que lo vencería:
“Pondré enemistades entre ti y la mujer... Ella quebrantará tu cabeza” (Gn 3,
15). ¿Y quién fue esta mujer su enemiga sino María, que con su preciosa
humildad y vida santísima siempre venció y abatió su poder? “En aquella mujer
fue prometida la Madre
de nuestro Señor Jesucristo”, dice san Cipriano. Y por eso argumenta que Dios
no dijo “pongo”, sino “pondré”, para que no se pensara que se refería a Eva.
Dice pondré enemistad entre ti y la mujer para demostrar que esta triunfadora
de Satán no era la Eva
allí presente, sino que debía de ser otra mujer hija suya que había de
proporcionar a nuestros primeros padres mayor bien, dice san Vicente Ferrer,
que aquellos de que nos habían privado al cometer el pecado original. María es,
pues, esa mujer grandiosa y fuerte que ha vencido al demonio y le ha aplastado
la cabeza abatiendo su soberbia, como lo dijo Dios: “Ella quebrantará tu
cabeza”. Cuestionan algunos si estas palabras se refieren a María o a
Jesucristo, porque los Setenta traducen: “Él quebrantará tu cabeza...”
Pero
en cualquier caso, sea el Hijo por medio de la Madre o la Madre por virtud del Hijo, han desbaratado a
Lucifer y, con gran despecho suyo, ha quedado aplastado y abatido por esta
Virgen bendita, como dice san Bernardo. Por lo cual vencido en la batalla, como
esclavo, se ve forzado a obedecer las órdenes de esta reina. “Bajo los pies de
María, aplastado y triturado, sufre absoluta servidumbre”. Dice san Bruno que
Eva, al dejarse vencer de la serpiente nos acarreó tinieblas y muerte; pero la
santísima Virgen, venciendo al demonio nos trajo la luz y la vida. Y lo amarró
de modo que el enemigo no puede ni moverse ni hacer el menor mal a sus devotos.
-5.- María nos libra del maligno
Hermosa
es la explicación que da Ricardo de San Lorenzo de aquellas palabras de los
Proverbios: “En ella confía el corazón de su marido que no tendrá necesidad de
botín” (Pr 31, 11), y dice: “Confía en ella el corazón de su esposo, es decir,
Cristo; y es que ella enriquece a su esposo con los despojos que le quita al
diablo”. “Dios ha confiado a María el corazón de Jesús a fin de que ella corra
con el cuidado de hacerlo amar de los hombres”. Así lo explica Cornelio a
Lápide. Y de ese modo no le faltarán despojos, es decir, almas rescatadas que
ella le consigue despojando al infierno, salvándolas de los demonios con su
potente ayuda.
Ya
se sabe que la palma es señal de la victoria; por eso nuestra reina está
colocada en excelso trono a vista de todas las potestades como palma signo de
victoria segura, que es lo que se pueden prometer todos los que se colocan bajo
su amparo. “Extendí mis ramos como palma de Cadés” (Ecclo 24, 18), es decir,
para defender, como añade san Alberto Magno. Hijos, parece decirnos María,
cuando os asalta el enemigo recurrid a mí, miradme y confiad, porque en mí que
os defiendo veréis también lograda nuestra victoria”. Y es que recurrir a María
es el medio segurísimo para vencer todas las asechanzas del infierno, porque
ella, dice san Bernardino de Siena, tiene señorío sobre los demonios y el
infierno, a quienes domeña y abate. Que por eso María es llamada terrible
contra las potestades infernales como ejército bien disciplinado. “Terribles
como ejército en orden de batalla” (Ct 6, 3), porque sabe combinar muy bien su poder,
su misericordia y sus plegarias para confundir a sus enemigos y en beneficio de
sus devotos, que en las tentaciones invocan su potente socorro.
“Y,
como la vida, di frutos de suave aroma” (Ecclo 24, 23). “Yo, como la vid –le
hace decir el Espíritu Santo–, he dado frutos de suave fragancia”. “Dicen
–explica san Bernardo referente a este pasaje– que al florecer las viñas se
ahuyentan los reptiles venenosos”. Así también tienen que huir los demonios de
las almas afortunadas que tienen aromas de la devoción de María. También por
esto María es llamada “cedro”. “Como cedro ha sido exaltada en el Líbano”
(Ecclo 24, 17). No sólo porque así como el cedro es incorruptible, así María no
sufrió la corrupción del pecado, sino también porque, como dice el cardenal Hugo
a este respecto, como el cedro con su penetrante olor ahuyenta a las
serpientes, así María con su santidad pone en fuga a los demonios.
-6.- María nos asegura la victoria
En
Israel, por medio del arca se ganaban las batallas. Así vencía Moisés a sus enemigos.
“Al tiempo de elevar el arca decía Moisés: Levántate, Señor, y que sean
dispersados tus enemigos” (Nm 10, 35). Así fue conquistada Jericó, así fueron
derrotados los filisteos. “Allí estaba el arca de Dios” (1R 14, 18). Ya es
sabido que el arca fue figura de María. “El arca que contenía el maná, o sea,
Cristo, es la santísima Virgen que consigue la victoria sobre los malvados y
los demonios”. Y como en el arca se encontraba el maná, así en María se
encuentra Jesús, del que igualmente fue figura el maná, por medio de este arca
se obtiene la victoria sobre los enemigos de la tierra y del infierno. Por eso
dice san Bernardino de Siena que cuando María, arca del Nuevo Testamento, fue
elevada a ser reina del cielo, quedó muy débil y abatido el poderío del demonio
sobre los hombres.
“¡Cómo
tiemblan ante María y su nombre poderosísimo los demonios en el infierno!”,
exclama san Buenaventura. El santo compara a estos enemigos con aquellos de los
que habla Job: “Fuerzan de noche las casas... y si los sorprende la aurora la
ven como las sombras de la muerte” (Jb 24, 16). Los ladrones van a robar las
casas de noche; pero si en eso les sorprende la aurora, huyen como si se les
apareciera la sombra de la muerte. Lo mismo, dice san Buenaventura, sucede
cuando los demonios entran en un alma si ésta se encuentra espiritualmente a
oscuras. Pero en cuanto al alma le viene la gracia y la misericordia de María,
esta hermosa aurora disipa las tinieblas y pone en huida a los enemigos
infernales como se huye de la muerte. ¡Bienaventurado el que siempre, en las
batallas contra el infierno, invoca el hermosísimo nombre de María!
Dios reveló a santa Brígida que ha concedido tan gran poder a María para vencer a los demonios, que cuantas veces asaltan a un devoto de la Virgen que pide su ayuda, a la menor señal suya huyen despavoridos, prefiriendo que se les multipliquen los tormentos del infierno a verse dominados por el poder de María.
“Como
lirio entre espinas, así es mi amiga entre las vírgenes” (Ct 2, 2). Comentando
estas palabras en que el esposo divino alaba a su amada esposa cuando la
compara con la azucena entre espinas, que así es su amada entre todas,
reflexiona Cornelio a Lápide y dice: “Así como la azucena es remedio contra las
serpientes y sus venenos, así invocar a María es remedio especialísimo para
vencer todas las tentaciones, sobre todo las de impureza, como lo comprueban
quienes lo practican.
Decía
san Juan Damasceno: “Oh Madre de Dios, teniendo una confianza invencible en ti,
me salvaré. Perseguiré a mis enemigos teniendo por escudo tu protección y tu
omnipotente auxilio”. Lo mismo puede decir cada uno de nosotros que gozamos la
dicha de ser los siervos de esta gran reina: Oh Madre de Dios, si espero en ti
jamás seré vencido, porque defendido por ti perseguiré a mis enemigos, y
oponiéndoles como escudo tu protección y tu auxilio omnipotente, los venceré.
El monje Jacobo, doctor entre los padres griegos, hablando de María con el
Señor, así le dice: “Tú, Señor mío, me has dado esta Madre como un arma
potentísima para vencer infaliblemente a todos mis enemigos”.
Se
lee en el Antiguo Testamento que el Señor, desde Egipto hasta la tierra de
promisión, guiaba a su pueblo durante el día con una nube en forma de columna,
y por la noche con una columna de fuego (Ex 13, 21). En esta nube en forma de
columna y en esta columna en forma de fuego, dice Ricardo de San Lorenzo, está
figurada María y sus dos oficios que ejercita constantemente para nuestro bien;
como nube nos protege de los ardores de la divina justicia, y como fuego nos
protege de los demonios. Es ella como columna de fuego, afirma el santo, porque
como la cera se derrite ante el fuego, así los demonios pierden sus fuerzas
ante el alma que con frecuencia se encomienda a María y trata devotamente de
imitarla.
-7.- María es nombre de victoria contra
el mal
“¡Cómo
tiemblan los demonios –afirma san Bernardo– con sólo oír el nombre de María!”
“Al nombre de María se dobla toda rodilla. Y los demonios no sólo temen, sino
que al oír esta voz se estremecen de terror”. “Así como los hombres –dice Tomás
de Kempis– caen por tierra espantados cuando oyen el estampido de un trueno
cercano, así caen derribados los demonios cuando oyen que se nombra a María”.
¡Qué maravillosas victorias han obtenido sobre sus enemigos los devotos de
María con sólo invocar su nombre! Así lo venció san Antonio de Papua; así el
beato Enrique Susón; así tantos otros amantes de María. Refieren las relaciones
de las misiones del Japón que a un cristiano se le presentaron muchos demonios
en forma de animales feroces para amenazarlo y espantarlo, pero él les dijo:
“No tengo armas con qué asustaros; si lo permite el Altísimo, haced de mí lo
que os plazca. Pero, eso sí, tengo en mi defensa los dulcísimos nombres de
Jesús y de María”. Apenas dijo esto cuando a la voz de estos nombres tremendos
se abrió la tierra y se tragó a los espíritus soberbios. San Anselmo asegura
con su experiencia haber visto y conocido a muchos que al nombrar a María se
habían visto libres de los peligros.
“Glorioso
y admirable es tu nombre, ¡oh María! –exclama san Buenaventura–. Los que lo
pronuncian en la hora de la muerte no temen, pues los demonios, al oírlo, al
punto dejan tranquila el alma”. Muy glorioso y admirable es tu nombre, oh
María; los que se acuerdan de pronunciarlo en la hora de la muerte no tienen
ningún miedo al infierno, porque los demonios, en cuanto oyen que se nombra a
María, al instante dejan en paz a esa alma. Y añade el santo que no temen tanto
en la tierra los enemigos a un gran ejército bien armado, como las potestades
del infierno al nombre de María y a su protección. “Tú, Señora –dice san
Germán–, con la sola invocación de tu nombre potentísimo aseguras a tus siervos
contra todos los asaltos del enemigo.
-8.- María ayuda a superar toda tentación
¡Ah!
Si las criaturas tuvieran cuidado de invocar el nombre de María con toda
confianza, en las tentaciones, ciertamente, nunca caerían. Sí, porque como dice
el beato Alano, al oír este sublime nombre huye el demonio y se estremece el
infierno. “Satán huye y tiembla l infierno cuando digo: Ave María”. También
reveló la misma reina a santa Brígida que hasta de los pecadores más perdidos y
más alejados de Dios y más poseídos del demonio huye enseguida el enemigo en
cuanto sienten que ellos invocan en su ayuda con verdadera voluntad de
enmendarse el poderosísimo nombre de ella. Pero añadió la Virgen que los demonios, si
el alma no se enmienda y no arroja de sí el pecado con la contrición, pronto
retornan y siguen poseyéndola.
ORACIÓN ANTE EL PELIGRO
María, esperanza
mía,
mira a tus pies a un pobre pecador
tantas veces por mi culpa esclavo del mal.
Reconozco que me dejé vencer del enemigo
por no acudir a ti, refugio mío.
Si a ti hubiera siempre recurrido
y siempre te hubiera invocado,
jamás hubiera caído.
mira a tus pies a un pobre pecador
tantas veces por mi culpa esclavo del mal.
Reconozco que me dejé vencer del enemigo
por no acudir a ti, refugio mío.
Si a ti hubiera siempre recurrido
y siempre te hubiera invocado,
jamás hubiera caído.
Espero, Señora y
Madre,
haber salido por tu medio del mal
y que Dios me habrá perdonado.
Pero temo caer de nuevo en sus cadenas.
Sé que mis enemigos desean perderme
y me preparan nuevos asaltos y tentaciones.
Ayúdame tú, mi reina y mi refugio.
Tenme bajo tu protección;
no consientas que de nuevo
me vea esclavo del pecado.
haber salido por tu medio del mal
y que Dios me habrá perdonado.
Pero temo caer de nuevo en sus cadenas.
Sé que mis enemigos desean perderme
y me preparan nuevos asaltos y tentaciones.
Ayúdame tú, mi reina y mi refugio.
Tenme bajo tu protección;
no consientas que de nuevo
me vea esclavo del pecado.
Sé que siempre
que te invoque
me ayudarás a salir victorioso.
Virgen santísima,
que siempre de ti me acuerde,
sobre todo al encontrarme en la batalla;
haz que no deje de invocarte
diciendo: “María, ayúdame; ayúdame, María”.
me ayudarás a salir victorioso.
Virgen santísima,
que siempre de ti me acuerde,
sobre todo al encontrarme en la batalla;
haz que no deje de invocarte
diciendo: “María, ayúdame; ayúdame, María”.
Y cuando llegue
la hora de mi muerte,
reina mía, asísteme entonces como nunca;
haz tú misma que me acuerde de invocarte
con la boca y el corazón con más frecuencia
para que, expirando
con tu dulce nombre en los labios
y el de tu Hijo Jesús,
pueda ir a bendeciros y alabaros
para no separarme de vosotros
por toda la eternidad en el paraíso.
reina mía, asísteme entonces como nunca;
haz tú misma que me acuerde de invocarte
con la boca y el corazón con más frecuencia
para que, expirando
con tu dulce nombre en los labios
y el de tu Hijo Jesús,
pueda ir a bendeciros y alabaros
para no separarme de vosotros
por toda la eternidad en el paraíso.
Amén.
BIOGRAFIA de SAN ALFONSO MARÍA LIGORIO
San
Alfonso nació en Nápoles el 27 de Septiembre de 1696. Sus padres Don
José de Liguori y Doña Ana Cavalieri eran de familias nobles y
distinguidas.
Era un "niño
prodigio" con gran facilidad para los idiomas, ciencias, arte, música y
demás disciplinas. Empezó a estudiar leyes a los 13 años y a los 16 años
presentó el examen de doctorado en derecho civil y canónico en la
Universidad de Nápoles. A los 19 años ya era un abogado famoso.
Conversión
Según
se cuenta, en su profesión como abogado no perdió ningún caso en 8
años, hasta que un día después de su brillante defensa, un documento
demostró que él había apoyado (aunque sin saberlo), lo que era falso.
Eso cambió su vida radicalmente.
Hizo
un retiro en el convento de los lazaristas y se confirmó en la cuaresma
de 1722. Estos dos eventos reavivaron su fervor. Al año siguiente, en
dos ocasiones oyó una voz que le decía: "abandona el mundo y entrégate a
mi". Hizo voto de celibato y abandonó completamente su profesión. Muy
pronto Dios le confirmó cual era su voluntad.
Se
fue a la iglesia Nuestra Señora de la Misericordia a pedir ser admitido
en el oratorio. Su padre trató de impedirlo, pero al verlo tan decidido
le dio permiso de hacerse sacerdote pero con la condición de que se
fuese a vivir a su casa. Alfonso aceptó, siguiendo el consejo de su
director espiritual que era oratoriano.
Hizo los estudios sacerdotales en su casa. Fue ordenado sacerdote en 1726 a los 30 años. Los dos años siguientes se dedicó a los "vagos" de los barrios de las afueras de Nápoles.
La predica sencilla desde el corazón
En
los comienzos del siglo XVIII combatió la prédica muy florida y el
rigorismo jansenista en los confesionarios. El predicaba con sencillez.
El santo decía a sus misioneros: "Emplead un estilo sencillo,
pero trabajad a fondo vuestros sermones. Un sermón sin lógica resulta
disperso y falto de gusto. Un sermón pomposo no llega a la masa. Por mi
parte, puedo deciros que jamás he predicado un sermón que no pudiese
entender la mujer más sencilla".
San
Alfonso abandonó su casa paterna en 1729, a los 33 años de edad y se
fue de capellán a un seminario donde se preparaban misioneros para la
China.
En 1730 el Obispo de
Castellamare, el Monseñor Falcoia, invita a Alfonso a predicar unos
ejercicios en un convento religioso en Scala. Este hecho tuvo grandes
consecuencias, porque ayudó a discernir a las religiosas una revelación
que tuvo la hermana María Celeste. El día de la transfiguración de 1731,
las religiosas vistieron el nuevo hábito y empezaron la estricta
clausura y vida de penitencia. Así comienza la Congregación de las Redentoristas.
En 1732 se despide de sus padres y vuelve a Scala, y con la ayuda y colaboración de un grupo de laicos, a los 36 años funda la Congregación del Santísimo Redentor,
cuya primera casa perteneció al convento de las religiosas. San Alfonso
era el superior inmediato y Monseñor Falcoia era el director general.
Grandes pruebas
Al
poco tiempo comenzaron los problemas. La congregación se dividió entre
los dos superiores. Al poco tiempo la hermana María Celeste se va a
fundar otra congregación. A los 5 meses el santo se quedó solo con un
hermano, pero mas tarde se presentaron nuevos candidatos y se estableció
en una casa más grande.
En
1734 funda otra casa en Villa degli Schiavi y se dedica a misionar allí.
Su confesionario estaba siempre lleno. Trataba a sus penitentes como
almas que era necesario salvar.
En
1737, se divulgan rumores sobre la casa de Villa degli Schiavi y San
Alfonso decide suprimir esa fundación. Al año siguiente también cierra
la casa de Scala.
Organizó misiones en Nápoles por 2 años a pedido del Cardenal Spinelli, arzobispo.
En
1743, al morir Mons. Falcoia, San Alfonso vuelve a ocuparse de su
congregación como superior general y se encarga de redactar las
constituciones. A pesar de la oposición de las autoridades españolas,
los misioneros reorganizados fundan varias casas.
En
1748 San Alfonso publica en Nápoles la primera edición de su "Teología
Moral". La segunda edición apareció entre los años 1753 y 1755.
En 1749 el papa Benedicto XIV aprobó la congregación y a partir de eso, el éxito fue enorme.
En
1750, los Jansenistas comienzan a divulgar que la devoción a la
Santísima Virgen era una superstición. San Alfonso defiende a Nuestra
Señora, publicando "Las Glorias de María".
San Alfonso era estricto, pero a la vez tierno y compasivo.
En
el proceso de beatificación el P. Cajone dijo: "A mi modo de ver, su
virtud característica era la pureza de intención. Trabajaba siempre y en
todo, por Dios, olvidado de si mismo. En cierta ocasión nos dijo: 'Por
la gracia de Dios, jamás he tenido que confesarme de haber obrado por
pasión. Tal vez sea porque no soy capaz de ver a fondo en mi conciencia,
pero, en todo caso, nunca me he descubierto ese pecado con claridad
suficiente para tener que confesarlo' ". Esto es realmente admirable,
teniendo en cuenta que San Alfonso era un Napolitano de temperamento
apasionado y violento, que podía haber sido presa fácil de la ira, el
orgullo y de la precipitación.
San Alfonso muere el 1 de agosto de 1787, (Tenía
90 años).
El Papa Gregorio XVI lo declara Santo en 1839. El
Papa Pío IX lo declara Doctor de la Iglesia en 1875.
Para un devoto de la Virgen ninguna lectura más
provechosa que Las Glorias de María de San Alfonso.
No hay gente débil y gente fuerte en lo
espiritual, sino gente que no reza y gente que sí sabe rezar.
(San Alfonso)