Hermandad del Santo Entierro (Sevilla)
Lectura del Evangelio según San Juan 19,39-40.
Llegó
también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras
de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en
los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos.
Nicodemo recibe el cuerpo de Cristo, se hace cargo
de él y lo pone en el sepulcro, en un jardín que recuerda el de la creación.
Jesús se deja enterrar como se dejó crucificar, con el mismo abandono,
completamente «entregado» en las manos de los hombres y «perfectamente unido» a
ellos «hasta el sueño bajo la lápida de la tumba» (S. Gregorio de Narek).
Aceptar las dificultades, los sucesos dolorosos, la
muerte, exige una esperanza firme, una fe viva.
La piedra puesta a la entrada de la tumba será
removida y una nueva vida surgirá.
En efecto, «por el bautismo fuimos sepultados con
él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos
por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva» (Rm
6,4).
Hemos recibido la libertad de los hijos de Dios
para no volver a la esclavitud; se nos ha dado la vida en abundancia, no
podemos conformarnos ya con una vida carente de belleza y significado.
Paso del Duelo (Hermandad del Santo Entierro - Sevilla)
Señor Jesús, haz de nosotros hijos de la luz que no
temen las tinieblas. Te pedimos hoy por todos los que buscan el sentido de la
vida y por los que han perdido la esperanza, para que crean en tu victoria
sobre el pecado y la muerte.
Amén.
«Fue crucificado, muerto y sepultado...». El cuerpo sin vida de Cristo fue depositado en el sepulcro. La piedra sepulcral, sin embargo, no es el sello definitivo de su obra. La última palabra no pertenece a la falsedad, al odio y al atropello. La última palabra será pronunciada por el Amor, que es más fuerte que la muerte. «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24).
El sepulcro es la última etapa del morir de Cristo
en el curso de su vida terrena; es signo de su sacrificio supremo por nosotros
y por nuestra salvación. Muy pronto este sepulcro se convertirá en el primer
anuncio de alabanza y exaltación del Hijo de Dios en la gloria del Padre.
«Fue crucificado, muerto y sepultado (...); al
tercer día resucitó de entre los muertos».
Con la deposición del cuerpo sin vida de Jesús en
el sepulcro, a los pies del Gólgota, la Iglesia inicia la vigilia del Sábado
Santo. María conserva en lo profundo de su corazón y medita la pasión del Hijo;
las mujeres se citan para la mañana del día siguiente del sábado, para ungir
con aromas el cuerpo de Cristo; los discípulos se reúnen, ocultos en el
Cenáculo, hasta que haya pasado el sábado.
Esta vigilia acabará con el encuentro en el
sepulcro, el sepulcro vacío del Salvador. Entonces el sepulcro, testigo mudo de
la resurrección, hablará. La losa levantada, el interior vacío, las vendas por
tierra, será lo que verá Juan, llegado al sepulcro junto con Pedro: «Vio y
creyó» (Jn 20,8). Y, con él, creyó la Iglesia, que desde aquel momento no se cansa
de transmitir al mundo esta verdad fundamental de su fe: «Cristo ha resucitado
de entre los muertos, primicia de todos los que han muerto» (1 Cor 15,20).
El sepulcro vacío es signo de la victoria
definitiva, de la verdad sobre la mentira, del bien sobre el mal, de la
misericordia sobre el pecado, de la vida sobre la muerte.
El sepulcro vacío es signo de la esperanza que «no
defrauda» (Rm 5,5). «Nuestra esperanza está llena de inmortalidad» (Sb 3,4).
"Por la gracia de Dios, gustó la muerte para
bien de todos" (Hb 2, 9). En su designio de salvación, Dios dispuso que su
Hijo no solamente "muriese por nuestros pecados" (1 Co 15, 3) sino
también que "gustase la muerte", es decir, que conociera el estado de
muerte, el estado de separación entre su alma y su cuerpo, durante el tiempo
comprendido entre el momento en que Él expiró en la Cruz y el momento en que
resucitó. Este estado de Cristo muerto es el misterio del sepulcro y del
descenso a los infiernos. Es el misterio del Sábado Santo en el que Cristo
depositado en la tumba (cf. Jn 19, 42) manifiesta el gran reposo sabático de
Dios (cf. Hb 4, 4-9) después de realizar (cf. Jn 19, 30) la salvación de los hombres,
que establece en la paz el universo entero (cf. Col 1, 18-20).
EL CUERPO DE CRISTO EN EL SEPULCRO
La permanencia de Cristo en el sepulcro constituye
el vínculo real entre el estado pasible de Cristo antes de Pascua y su actual
estado glorioso de resucitado. Es la misma persona de "El que vive"
que puede decir: "estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de
los siglos" (Ap 1, 18):
«Y este es el misterio del plan providente de Dios
sobre la Muerte y la Resurrección de Hijos de entre los muerte: que Dios no
impidió a la muerte separar el alma del cuerpo, según el orden necesario de la
naturaleza, pero los reunió de nuevo, una con otro, por medio de la Resurrección,
a fin de ser Él mismo en persona el punto de encuentro de la muerte y de la
vida deteniendo en Él la descomposición de la naturaleza que produce la muerte
y resultando Él mismo el principio de reunión de las partes separadas» (San
Gregorio Niceno, Oratio catechetica, 16, 9: PG 45, 52).
Ya que el "Príncipe de la vida que fue llevado
a la muerte" (Hch 3,15) es al mismo tiempo "el Viviente que ha
resucitado" (Lc 24, 5-6), era necesario que la persona divina del Hijo de
Dios haya continuado asumiendo su alma y su cuerpo separados entre sí por la
muerte:
«Aunque Cristo en cuanto hombre se sometió a la
muerte, y su alma santa fue separada de su cuerpo inmaculado, sin embargo su
divinidad no fue separada ni de una ni de otro, esto es, ni del alma ni del
cuerpo: y, por tanto, la persona única no se encontró dividida en dos personas.
Porque el cuerpo y el alma de Cristo existieron por la misma razón desde el
principio en la persona del Verbo; y en la muerte, aunque separados el uno de
la otra, permanecieron cada cual con la misma y única persona del Verbo» (San
Juan Damasceno, De fide orthodoxa, 3, 27: PG 94, 1098A).
"No dejarás que tu santo vea la
corrupción"
La muerte de Cristo fue una verdadera muerte en
cuanto que puso fin a su existencia humana terrena. Pero a causa de la unión
que la persona del Hijo conservó con su cuerpo, éste no fue un despojo mortal
como los demás porque "no era posible que la muerte lo dominase" (Hch
2, 24) y por eso "la virtud divina preservó de la corrupción al cuerpo de
Cristo" (Santo Tomás de Aquino, S.th., 3, 51, 3, ad 2). De Cristo se puede
decir a la vez: "Fue arrancado de la tierra de los vivos" (Is 53, 8);
y: "mi carne reposará en la esperanza de que no abandonarás mi alma en la
mansión de los muertos ni permitirás que tu santo experimente la
corrupción" (Hch 2,26-27; cf. Sal 16, 9-10). La Resurrección de Jesús
"al tercer día" (1Co 15, 4; Lc 24, 46; cf. Mt 12, 40; Jon 2, 1; Os 6,
2) era el signo de ello, también porque se suponía que la corrupción se manifestaba
a partir del cuarto día (cf. Jn 11, 39).
"Sepultados con Cristo ... "
El Bautismo, cuyo signo original y pleno es la
inmersión, significa eficazmente la bajada del cristiano al sepulcro muriendo
al pecado con Cristo para una nueva vida: "Fuimos, pues, con él sepultados
por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado
de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros
vivamos una vida nueva" (Rm 6,4; cf Col 2, 12; Ef 5, 26).
Jesús gustó la muerte para bien de todos (cf. Hb 2,
9). Es verdaderamente el Hijo de Dios hecho hombre que murió y fue sepultado.
Durante el tiempo que Cristo permaneció en el
sepulcro su Persona divina continuó asumiendo tanto su alma como su cuerpo,
separados sin embargo entre sí por causa de la muerte. Por eso el cuerpo muerto
de Cristo "no conoció la corrupción" (Hch 13,37).
Pausa de silencio
OREMOS:
Señor Jesucristo, que por el Padre, con la fuerza
del Espíritu Santo, fuiste llevado desde las tinieblas de la muerte a la luz de
una nueva vida en la gloria, haz que el signo del sepulcro vacío nos hable a
nosotros y a las generaciones futuras y se convierta en fuente viva de fe, de
caridad generosa y de firmísima esperanza.
A ti, Jesús, presencia escondida y victoriosa en la
historia del mundo, honor y gloria por los siglos.
Amén.
Vía
crucis de Gerardo Diego
Fue un José el primer varón
que a Jesús tomó en sus brazos,
y otro José en tiernos lazos
le estrecha de compasión.
Con grave, infinita unción
el sagrado cuerpo baja
y en un lienzo le amortaja.
Luego le da sepultura
y una piedra en la abertura
de la roca viva encaja.
Como póstuma jornada
de tu vía de amargura,
admiro en la sepultura
tu heroica carne sellada.
Señor, ya no queda nada
por hacer. Señor, permite
que humildemente te imite,
que contigo viva y muera,
y en luz no perecedera,
que como Tú resucite.
La última estación describe en tercera persona el
descendimiento y posterior sepultura del Señor, gracias la oficiosa mediación
de José de Arimatea.
El poeta, llegado este momento definitivo, cambia
el registro de su voz para proclamar en primera persona que todo ha concluido y
no hay más que hacer. Y con muy buen criterio, concorde con Cristo, reclama
para sí su parte de vida y de muerte, como equipaje necesario para resucitar
"con luz no perecedera" con él y como él.