martes, 16 de abril de 2013

CAMINO DE EMAÚS: CAMINO DE LA VIDA





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Del santo Evangelio según san Lucas 24, 13-35


Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran. Él les dijo: «¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?» Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: «¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?» Él les dijo: «¿Qué cosas?» Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron». Él les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?» Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras. Al acercarse al pueblo a donde iban, Él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado». Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.


Oración introductoria


Gracias, Señor, por buscarme, por no dejarme solo en el camino. Me conoces y sabes que soy presa fácil del desánimo y del abatimiento y me cuesta mucho reconocerte en mi oración. Ilumina mi mente y mi corazón para que sepa descubrirte y experimente esa cercanía que me llena de paz y amor.








Petición

Cristo resucitado, enciende el calor de mi fe y esperanza de tal manera, que en esta Pascua de resurrección, la vivencia de la caridad sea el distintivo de mi vida.



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MEDITACIÓN DE SS BENEDICTO XVI


Este drama de los discípulos de Emaús es como un espejo de la situación de muchos cristianos de nuestro tiempo. Al parecer, la esperanza de la fe ha fracasado. La fe misma entra en crisis a causa de experiencias negativas que nos llevan a sentirnos abandonados por el Señor. Pero este camino hacia Emaús, por el que avanzamos, puede llegar a ser el camino de una purificación y maduración de nuestra fe en Dios. También hoy podemos entrar en diálogo con Jesús escuchando su palabra. También hoy, él parte el pan para nosotros y se entrega a sí mismo como nuestro pan. Así, el encuentro con Cristo resucitado, que es posible también hoy, nos da una fe más profunda y auténtica, templada, por decirlo así, por el fuego del acontecimiento pascual; una fe sólida, porque no se alimenta de ideas humanas, sino de la palabra de Dios y de su presencia real en la Eucaristía. (Benedicto XVI, 6 de abril de 2008). 



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Reflexión

El último capítulo del "Evangelio de la misericordia" nos narra un acontecimiento que se ha repetido en prosa y en cantos, que ha inspirado a las obras de arte más conocidas, que ha suscitado conversiones e inspirado a los cristianos en el camino a la santidad.

Comienza con dos discípulos desencantados, que están abandonando la causa por la cual, tres años antes, habían dejado todo. Pero ahora, después de tres días de esperar al Maestro en el que habían creído, se habían convencido de su tontería, y partían para tratar de reconstruir las vidas que habían dejado atrás. En un fin de semana se les había escapado el único ideal que había llenado sus corazones jóvenes.


En su camino se les aparece Cristo, pero aunque lo veían, algo les impedía reconocerle. Aquí nos tenemos que preguntar, ¿por qué? ¿Por qué no reconocen su rostro después de haberlo seguido por tres años? ¿Por qué no reconocen su voz después de haber dejado todo el día que escucharon su llamada? ¿Por qué no reconocen sus palabras después de haberlo oído predicar?


Tal vez es porque, como ellos mismos admiten, Él ha desilusionado las esperanzas que tenían, de que Él fuera el libertador de la nación de Israel. El obstáculo no es que no tengan a Jesús al lado, caminando con ellos, es que ellos esperan ver a alguien diferente. Así nunca verán a Jesús, por más claro que se les aparezca. ¡La esperanza que ellos habían tenido, pequeña y a su medida, no les deja aceptar la gloria y el gozo de la resurrección!

Pero Jesús no los deja alejarse. Quiere conquistárselos para siempre. Hace la finta de seguir adelante para que lo inviten a cenar. Y ahí, en la intimidad de un pequeño cuarto, se les revela al entregarse en la Eucaristía. Eufóricos, corren hasta Jerusalén bajo la luz de las estrellas. ¡Ha resucitado, y vive con ellos para siempre! Se dejaron conquistar por la esperanza que les ofrece Jesús, y en la Eucaristía lo llevan consigo para siempre.



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Propósito

Hacer una visita a Cristo Eucaristía para reflexionar sobre la Divina Providencia, a fin de que nunca me decepcione o dude de su Palabra.



No es lo mismo ir de camino con Jesús que seguirle el paso. Antes de su Pasión, Él va siempre más adelante de los discípulos, quienes se van quedando atrás porque están demasiado frenados por sus propias ambiciones. Santiago y Juan nos muestran esta faceta, que también puede estar en ti y en mí: Seguir al Señor por intereses propios, aún los más nobles, pero egoístas y cortos de miras. Lo importante es dejarnos aleccionar por el Maestro, quien conoce nuestra debilidad y está dispuesto a elevarnos de unos intereses demasiado mezquinos hacia un deseo de seguirle verdaderamente
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DIÁLOGO CON CRISTO


Cristo has resucitado, estás vivo y caminas conmigo. ¡Qué maravilla! ¡Qué experiencia! Mi corazón rebosa de gozo y quiero cantar, quiero gritar, quiero trasmitir a otros esta certeza. No estoy solo, Cristo quiere estar conmigo. Está vivo en la Eucaristía, esperándome pacientemente. No puedo ser indiferente o pasivo ante tanto amor, por eso hoy te pido me des la fuerza para correr a compartir con mi familia, y con los demás, esta Buena Nueva.

Si algunos sufrieron desilusión, indudablemente, fueron los discípulos de Cristo.  Tenían tanta esperanza en que Jesucristo, sería Rey y gobernarían con Él.  Todas sus expectativas y sueños se frustraron, cuando le vieron entregarse para ser crucificado en la cruz.  No entendieron nada.

Después de Su resurrección Jesús cómo un buen pastor, fue a buscar las ovejas que se habían descarriado.  Su arresto, sentencia de muerte, y su crucifixión fue un golpe terrible a su fe.  Desilusionados, desanimados y tristes, comenzaron el largo camino de regreso a sus casas.  Pensaron ¿para que seguir creyendo en el Mesías?  ¡Jesús esta muerto!  La vida ya no tiene sentido.  Se preguntaron entre ellos.  ¿Hemos sido engañados?  ¿Qué va a pasar con nosotros ahora?  Mientras andaban y recordaban los hechos, de los últimos días, el Señor se acercó a ellos, pero no le reconocieron porque no le esperaban ver.  Él les preguntó:  “¿que vienen discutiendo por el camino?  ¿Por qué estáis tan tristes?”  Aunque no eran de los doce, Jesús se preocupó por cada uno de sus discípulos.  También a nosotros nos busca cuando nos alejamos de Él.  Él oye nuestras conversaciones y conoce nuestros pensamientos.


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Hay pocos que no han andado por este camino, alejándose cada paso más de su Jerusalén.  Es el tramo que nos distancia de la ciudad santa, el lugar donde se hicieron consagraciones profundas y sagradas, el lugar del aposento alto, el lugar donde Dios quiere que estemos.  Para estos dos discípulos, Jerusalén les hizo recordar la crucifixión de su Señor, el lugar de sufrimiento y la perdida de todas sus esperanzas.  Era el sitio de desengaño, desilusión y dolor.  Querían irse lo más lejos posible de todas estas escenas dolorosas, los traumas, el sufrimiento y la perdida de fe.  Los recuerdos de los últimos días eran como una pesadilla, y esperaban despertar y encontrar que lo ocurrido era solamente un sueño malo.  Al no entender Las Escrituras, estaban a punto de perder su fe.

Cuando pasan cosas que no entendemos, cosas que no tienen lógica, ni explicación, nuestra fe es probada, como por fuego.  San Pablo nos anima de tomar el escudo de la fe.  El escudo es para un soldado en guerra, para apagar los dardos de duda y condenación.  Si no estuviéramos en una guerra, no sería necesario la armadura, ni la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios.  “Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo fuiste llamado.”  (1ª Timoteo 6:12)

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Los discípulos eran tan humanos como nosotros y padecieron las mismas tentaciones.  Sin tener la fe en un Cristo vivo, no tenían el valor o el denuedo de continuar luchando.  Se escondieron temiendo la misma suerte que su Maestro.  La perdida de fe es como la muerte y se necesita una resurrección.  El apóstol Pedro escribió:

“Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos,

para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero.”  (1ª Pedro 1:3-5)



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ORACIÓN

Señor Jesús, hijo del dios altísimo,
gracias por el amor que nos das cada día,
a cada instante,
gracias, por que sales a nuestro encuentro, así como en el camino a Emaus, para escuchar nuestras dudas, para darnos luz y vida.
gracias, por que, cada vez que te lo rogamos,
te quedas junto a nosotros, para darnos el pan de la esperanza, del amor, del servicio, de la fraternidad y de la comunión.
gracias señor, por quedarte junto a nosotros en el santísimo sacramento,
gracias por invitarnos a marchar junto a ti,
para seguir construyendo tu reino en la tierra, guiados por el espíritu santo, maravilloso don enviado por ti.

Amén.


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