martes, 7 de febrero de 2012

SUEÑOS DE AZAHAR


Los últimos rayos de sol de la tarde, delataban mirando al reloj, que el invierno empezaba a dejarnos el regalo de la luz durante algunos minutos más. El tiempo necesario, para darle un sitio a cada cosa, para que el lento transcurrir de las emociones, se pelearan por ser vida, por ser testigo de lo que ha de venir para gozo de todos.

Como el niño que mira el escaparate de una pastelería, así amanece la mirada del cofrade que ansía la Cuaresma como el preludio de esa sinfonía de sensaciones, que pretenden envolver no solo la vista, sino también el tacto, el oído, el olfato y el gusto. Es en esa lucha por ganarle tiempo a la noche, donde se desarrolla la batalla entre lo carnal y lo divino, cuando surge la vida templada del atardecer brillante, ese cuya brisa todavía fría, nos envuelve en cuerpo y alma.

En ese clima de desasosiego se estremece el árbol del naranjo, testigo de nuestro caminar por la esperanza en vivir una nueva semana de pasión, muerte y resurrección. Fruto de la sabia naturaleza, que nos quiere premiar con su inconfundible aroma, surge la flor del azahar; esa que también apreciamos por su belleza y por sus otras propiedades terapéuticas. Propiedades para sanar el espíritu y protegerlo de todo mal.

Sueña el azahar con una noche cerrada, un paso de palio levemente mecido al compás de la música; una bulla en la calle; sueña con la luz de la luna reflejada en las hojas que lo rodean; con llenar las ánforas entre varales de un paso de Virgen o ser petalada que cubra su manto al pasar por su barrio. No le tiene miedo al incienso, en la pugna por ser más aromático, porque su fragancia verdadera y pura no precisa más que de una leve brisa que mueva sus tallos para desprender todo su poder. El gran poder de su presencia en las calles y plazas, llega cada Cuaresma con su programa de actos, especialmente preparados para esta fecha. No necesita de un pregonero, ni de un librito de mano, se anuncia solo y como dijera Antonio Machado al glosar la primavera, “….ha venido y nadie sabe como ha sido….”.

Así llega para quedarse en la historia de nuestras vidas, clavado en el aroma de nuestra continuada estación de penitencia, con los clavos de la pasión que en ella ponemos, con la esencia sutil de su presencia que llena las vivencias del cofrade, como terciopelo blanco y verde, bordado en oro.

!! Ay, Azahar ¡¡, tú no me dejes solo, espera mis pasos en la madrugá, reconforta mi espíritu con tu infinita dulzura, reconforta mi dolor, sana mis heridas, ayúdame a soportar el peso de la cruz, acaricia mi cuerpo mancillado, cubre mis pies descalzos con tus pétalos y al final de mis días, llena mi sudario con tu perfume, para transitar hacia la vida eterna embriagado de ti…

Soñaba el Azahar ….