Otra razón de ser de nuestras Hermandades y Cofradías, es o debe ser la práctica de la Caridad cristiana
El Catecismo de la Iglesia Católica en el n. 1856 señala la importancia vital de la caridad para la vida cristiana. En esta virtud se encuentran la esencia y el núcleo del cristianismo, es el centro de la predicación de Cristo y es el mandato más importante. Jn 15, 12; 15,17; Jn 13,34. No se puede vivir la moral cristiana haciendo a un lado a la caridad. La caridad es la virtud reina, el mandamiento nuevo que nos dio Cristo, por lo tanto es la base de toda espiritualidad cristiana. Es el distintivo de los auténticos cristianos.
La caridad es la virtud sobrenatural por la que amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios. Es la virtud por excelencia porque su objeto es el mismo Dios y el motivo del amor al prójimo es el mismo: el amor a Dios. Porque su bondad intrínseca, es la que nos une más a Dios, haciéndonos parte de Dios y dándonos su vida. 1 Jn. 4, 8
La Caridad le da vida a todas las demás virtudes, pues es necesaria para que éstas se dirijan a Dios, Ej. Yo puedo ser amable, sólo con el fin de obtener una recompensa, sin embargo, con la caridad, la amabilidad, se convierte en virtudes que se practica desinteresadamente por amor a los demás. Sin la caridad, las demás virtudes están como muertas. La caridad no termina con nuestra vida terrena, en la vida eterna viviremos continuamente la caridad. San Pablo nos lo menciona en 1 Cor. 13, 13; y 13, 87.
Al hablar de la caridad, hay que hablar del amor. El amor “no es un sentimiento bonito” o la carga romántica de la vida. El amor es buscar el bien del otro.
La caridad si no es concreta de nada sirve, sería una falsedad. Esta caridad concreta puede ser interna, con la voluntad que nos lleva a colaborar con los demás de muchas maneras. También puede ser con la inteligencia, a través de la estima y el perdón. Otra forma concreta de caridad es la de palabra, es decir, lo que llamamos benedicencia, hablar siempre bien de los demás.
Y la caridad de obra que se resumen en las obras de misericordia, ya sean espirituales o materiales. Siendo las más importantes las espirituales, sin omitir las materiales. De ahí la necesidad de la corrección fraterna, el apostolado y la oración.
No hay una cofradía sin una preocupación social o benéfico-asistencial muy seria. No hay una hermandad o cofradía sin una bolsa de caridad, sin una obra asistencial de gran calado que se está llevado cada día adelante, sin una atención diaria a las necesidades de sus hermanos y cofrades y de todas las gentes que vienen a pedirles una ayuda.
Las hermandades y cofradías han entrado en un camino de búsqueda de una auténtica espiritualidad, la suya propia, pero proyectada a las necesidades de este siglo que agoniza y de un nuevo milenio que comienza.
En palabras de la Delegación Diocesana de Hermandades y Cofradías de la ciudad de Sevilla: “Ciertamente casi todas las hermandades ejercen algunas acciones solidarias: dan dinero a alguna asociación benéfica, a Cáritas especialmente, colaboran con campañas de solidaridad, atienden a familias que les llegan con alguna petición económica, etc. Pero son acciones dispersas y puntuales. No hay un programa de formación y acción solidaria sistemático, realista y ambicioso. Nos conformamos con repartir un tanto por ciento muy pequeño del dinero que depositan los hermanos en su cofradía.
El camino que cada hermandad ha de recorrer para concretar cómo ha de actualizar esa vocación de todo cristiano es diverso. Cada hermandad es un mundo, cada ámbito social en el que se inserta es distinto, cada parroquia o realidad eclesial en la que está incardinada es diferente, y, por tanto, cada hermandad habrá de buscar cómo, dónde y con quién ha de ir realizando la vocación a la caridad que Dios le hace. Pero podemos señalar algunas pistas y algunos peligros.
Un peligro a evitar es el de los protagonismos. De este riesgo no está exenta de ninguna de las instituciones de la Iglesia y ninguno de los cristianos y cristianas del mundo. Pero la relevancia de la dimensión pública de las cofradías las hace especialmente vulnerables a esta tentación. Cuando se asumen las acciones solidarias pensando excesivamente en el prestigio social que conllevan se inicia un camino que hace inviable y estéril la solidaridad. En vez de crear comunión y testimonio se crean recelos, envidias y enfrentamientos. No será difícil reconocer muchas acciones solidarias que se han frustrado porque se ha establecido una guerra de protagonismo entre diversas hermandades, o entre hermandades y parroquias o grupos de Cáritas. Solos no podían, y no querían perder el protagonismo de la propia institución. El resultado, los pobres salieron perjudicados.
El referente constante de la acción solidaria de las hermandades ha de ser Cáritas; tanto la Cáritas diocesana, como la Cáritas arciprestal, como la parroquial. Los protagonismos sólo sirven al fracaso y al anti-testimonio; y por eso hemos de contar siempre con la experiencia, la sensibilidad social y la estructura de Cáritas para orientar nuestro compromiso social”.
En cualquier caso, no sólo Cáritas ha de mover a la acción de nuestras corporaciones, también hay otras realidades sociales que merecen consideración como los colectivos que ayudan a la drogodependencia, el alcoholismo, la violencia de género, las exclusiones sociales, etc…, y que merecen toda nuestra atención y preocupación, como promotores de lo que fue la vida y el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo.
El Catecismo de la Iglesia Católica en el n. 1856 señala la importancia vital de la caridad para la vida cristiana. En esta virtud se encuentran la esencia y el núcleo del cristianismo, es el centro de la predicación de Cristo y es el mandato más importante. Jn 15, 12; 15,17; Jn 13,34. No se puede vivir la moral cristiana haciendo a un lado a la caridad. La caridad es la virtud reina, el mandamiento nuevo que nos dio Cristo, por lo tanto es la base de toda espiritualidad cristiana. Es el distintivo de los auténticos cristianos.
La caridad es la virtud sobrenatural por la que amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios. Es la virtud por excelencia porque su objeto es el mismo Dios y el motivo del amor al prójimo es el mismo: el amor a Dios. Porque su bondad intrínseca, es la que nos une más a Dios, haciéndonos parte de Dios y dándonos su vida. 1 Jn. 4, 8
La Caridad le da vida a todas las demás virtudes, pues es necesaria para que éstas se dirijan a Dios, Ej. Yo puedo ser amable, sólo con el fin de obtener una recompensa, sin embargo, con la caridad, la amabilidad, se convierte en virtudes que se practica desinteresadamente por amor a los demás. Sin la caridad, las demás virtudes están como muertas. La caridad no termina con nuestra vida terrena, en la vida eterna viviremos continuamente la caridad. San Pablo nos lo menciona en 1 Cor. 13, 13; y 13, 87.
Al hablar de la caridad, hay que hablar del amor. El amor “no es un sentimiento bonito” o la carga romántica de la vida. El amor es buscar el bien del otro.
La caridad si no es concreta de nada sirve, sería una falsedad. Esta caridad concreta puede ser interna, con la voluntad que nos lleva a colaborar con los demás de muchas maneras. También puede ser con la inteligencia, a través de la estima y el perdón. Otra forma concreta de caridad es la de palabra, es decir, lo que llamamos benedicencia, hablar siempre bien de los demás.
Y la caridad de obra que se resumen en las obras de misericordia, ya sean espirituales o materiales. Siendo las más importantes las espirituales, sin omitir las materiales. De ahí la necesidad de la corrección fraterna, el apostolado y la oración.
No hay una cofradía sin una preocupación social o benéfico-asistencial muy seria. No hay una hermandad o cofradía sin una bolsa de caridad, sin una obra asistencial de gran calado que se está llevado cada día adelante, sin una atención diaria a las necesidades de sus hermanos y cofrades y de todas las gentes que vienen a pedirles una ayuda.
Las hermandades y cofradías han entrado en un camino de búsqueda de una auténtica espiritualidad, la suya propia, pero proyectada a las necesidades de este siglo que agoniza y de un nuevo milenio que comienza.
En palabras de la Delegación Diocesana de Hermandades y Cofradías de la ciudad de Sevilla: “Ciertamente casi todas las hermandades ejercen algunas acciones solidarias: dan dinero a alguna asociación benéfica, a Cáritas especialmente, colaboran con campañas de solidaridad, atienden a familias que les llegan con alguna petición económica, etc. Pero son acciones dispersas y puntuales. No hay un programa de formación y acción solidaria sistemático, realista y ambicioso. Nos conformamos con repartir un tanto por ciento muy pequeño del dinero que depositan los hermanos en su cofradía.
El camino que cada hermandad ha de recorrer para concretar cómo ha de actualizar esa vocación de todo cristiano es diverso. Cada hermandad es un mundo, cada ámbito social en el que se inserta es distinto, cada parroquia o realidad eclesial en la que está incardinada es diferente, y, por tanto, cada hermandad habrá de buscar cómo, dónde y con quién ha de ir realizando la vocación a la caridad que Dios le hace. Pero podemos señalar algunas pistas y algunos peligros.
Un peligro a evitar es el de los protagonismos. De este riesgo no está exenta de ninguna de las instituciones de la Iglesia y ninguno de los cristianos y cristianas del mundo. Pero la relevancia de la dimensión pública de las cofradías las hace especialmente vulnerables a esta tentación. Cuando se asumen las acciones solidarias pensando excesivamente en el prestigio social que conllevan se inicia un camino que hace inviable y estéril la solidaridad. En vez de crear comunión y testimonio se crean recelos, envidias y enfrentamientos. No será difícil reconocer muchas acciones solidarias que se han frustrado porque se ha establecido una guerra de protagonismo entre diversas hermandades, o entre hermandades y parroquias o grupos de Cáritas. Solos no podían, y no querían perder el protagonismo de la propia institución. El resultado, los pobres salieron perjudicados.
El referente constante de la acción solidaria de las hermandades ha de ser Cáritas; tanto la Cáritas diocesana, como la Cáritas arciprestal, como la parroquial. Los protagonismos sólo sirven al fracaso y al anti-testimonio; y por eso hemos de contar siempre con la experiencia, la sensibilidad social y la estructura de Cáritas para orientar nuestro compromiso social”.
En cualquier caso, no sólo Cáritas ha de mover a la acción de nuestras corporaciones, también hay otras realidades sociales que merecen consideración como los colectivos que ayudan a la drogodependencia, el alcoholismo, la violencia de género, las exclusiones sociales, etc…, y que merecen toda nuestra atención y preocupación, como promotores de lo que fue la vida y el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo.