La estampa de mi cartera (regalo de mi padre)
Virgen de las Cruces, Patrona de Don
Benito y su Comarca. La Madre de todos, la imagen más venerada y aclamada por todos los hijos
de las Vegas Altas del Guadiana. ¡Cuántas veces he recorrido esos siete
kilómetros que me separan físicamente de tu casa!, porque te llevo en el
corazón desde mi tierna infancia, y ahí no hay distancias que me alejen de ti.
Siempre has estado presente en mi
familia, en mis padres, en mis abuelos, que me enseñaron a quererte y a
respetarte. Me mostraron la manera de acercarme a ti, y de rezar unos minutos
en tu Ermita. A pesar de vivir lejos de tu casa, de que mis padres fueron de
los muchos dombenitenses que tuvieron que emigrar en los años sesenta, para
ganarse el pan y la sal lejos de su tierra, nunca faltó una imagen tuya en
nuestras vidas; bien fuera una postal (de esas que ya no se escriben) con la
vista del exterior de tu casa, o con tu
presencia en la hornacina de ese retablo pintado en azul; llaveros, imanes para
el coche junto a San Cristóbal, medallitas, estampas, rosarios, etc…
En mi casa, siempre tuve también un
pequeño librito de mano, que ponía “Plegarias a la Virgen de las Cruces”, con
rogativas y oraciones de todo tipo que me ayudaban a comprender la dimensión de
su grandeza.
Cada verano, el SEAT 124 recorría
aquella carretera de firme muy irregular, sin apenas arcén, y me acercaba con
mis padres a visitarla, allá por los años 80, a mediados. Aparcábamos el coche
entre los grandes eucaliptos de la entrada. Recordaba una Ermita muy abandonada
y que poco recuerda a la que conocemos y disfrutamos hoy, afortunadamente. Por aquel entonces, se
entraba por la puerta del lateral derecho del templo, ya que la entrada
principal se encontraba prácticamente en estado ruinoso, la zona de un
antiguo coro que se vislumbraba en la oscuridad hacía que solo desde la mitad
de la planta del edificio pudiera
rendirse culto a la Virgen. Nada mas
entrar, te topabas de frente con un antiguo lampadario de velas naturales, que daban algo de luz al lúgubre ambiente del
interior. Junto a el, una vitrina con recuerdos de la Virgen daba paso a una
pequeña fila de reclinatorios de madera hasta la zona del ábside que separaba
la reja del altar.
Tras orar y encender alguna vela, era
obligado acercarnos hasta la fuente de agua natural que desde la Sierra de
ortiga, derramaba su inmenso tesoro para regocijo de cuantos íbamos sedientos.
Llenábamos un par de garrafas, con mucha paciencia, puesto que tan solo salía
un hilito de ella. En otras ocasiones, pedíamos al ermitaño sacar algún cubo del pozo
de la entrada.
De regreso al pueblo, lo normal era
hacer una parada en el famoso Bar de la Peña de los Pollos, a tomar algún
refrigerio que solapara los calores del verano.
Con la adolescencia, tanto en Semana
Santa como en la Velá, los jóvenes ocupábamos los terrenos adyacentes a la
Ermita, mochila en mano o con tienda de campaña, y dábamos cuenta de ensaladillas, tortillas y
filetes empanados, dando rienda suelta a nuestros amores y ligoteos,
acrecentados con esa edad del pavo que todos hemos pasado. En mis años de Universidad, apuraba los días
en Don Benito, para esperar la llegada de la Virgen a finales de septiembre y
acompañarla con mis amigos hasta el pueblo. Con ellos y con la que por aquel
entonces era mi novia, hoy mi mujer, hacía la novena de los jóvenes a las siete
y media de la mañana. Recuerdo una misa muy concurrida a pesar de las caras
somnolientas.
Pasada esa época, llegó el camino
nuevo, con el Vía Crucis, el monumento al Sagrado Corazón de Jesús (Santo
Jabero), el nuevo asfaltado de la carretera con mas arcén, y una gran
remodelación del Templo y de sus alrededores, que nos dejan a día de hoy, un
lugar de obligado paso para cuantos queremos a la Virgen.
La Virgen fue testigo de mi boda,
cuando allí fui a entregarle el ramo de novia, cuando llevé a mis hijas recién
nacidas a presentarlas a sus pies, para que obtuvieran de Ella su protección y
bendiciones. Siempre presente en mi vida, en los buenos y en los malos
momentos, siempre acompañándome en la cartera, en la mesa de trabajo, en el
coche, en casa…
Con el paso de los años, no he dejado
de hacer ese camino a veces a pie, otras en bici, unas veces solo y otras,
acompañado. ¿Qué mejor escusa para el reencuentro con los amigos?, ese camino
es testigo de muchas charlas pausadas, de tratar de responder a los problemas
de la vida, de resolver conflictos internos y externos, siempre con una meta,
la de llegar hasta Ella, hasta la Madre de Dios, la Madre de todos los hijos de
Don Benito, y de los que se acercan a Ella a suplicarle, a hacerle partícipe de
nuestros avatares como cristianos, como personas creyentes y confiadas en sus
poderes. Llegar a la Ermita, santiguarse, y sentarse en un banco a rezar o a
hablarle de nuestras preocupaciones es
un bálsamo recomendable a cuantos se encuentran desorientados, perdidos o
desmoralizados, a cuantos tienen alguna alegría o tristeza, que compartir con
la Señora de Ortiga.
Este año, vuelvo a acercarme con
ilusión a tus plantas, a esperar tu llegada con emoción, vuelvo a realizar la
ofrenda floral con los niños, vuelvo a la novena concurrida de la tarde noche,
a disfrutar con la misa extremeña de los Caramanchos, a la salve cantada en la
plaza, a realizar un turno de la Velá en la madrugada del día 12, a rezar el
Rosario de la Aurora, a acompañarte en
tu regreso y a escuchar la misa del Obispo en la Ermita…
Por último Madre, y cuando está
cercano el primer Aniversario de su fallecimiento, no quiero olvidarme de uno
de tus Hijos adoptivos mas ilustres, y que mas preocupado estuvo de ensalzarte y
componer un camino y un lugar digno donde poder rezarte, me refiero al que
fuera insigne Párroco de Santiago, Don Delfín Martín Recio; que aunque merecerá
una entrada de Blog aparte, es necesario
rendir homenaje a su figura e influencia sobre la Virgen.
Sin más queridos lectores, deciros:
¡¡¡¡ VIVA LA VIRGEN DE LAS CRUCES !!!
la postal de mi mesa de trabajo