martes, 24 de enero de 2012

TIEMPOS PARA LA ESPERANZA


Porque todo tiene su tiempo pero fraccionado, hecho de pequeñas partituras independientes. Porque hay un tiempo para dejar que sucedan las cosas y un tiempo para dejar que las cosas sucedan. Mas solo un tiempo lo es siempre: la Esperanza. Siempre es su tiempo, hasta que deja de ser esperanza y se convierte en plenitud del Amor. Ese es el momento en que creemos que todo ha terminado y se revela el Principio.

Es sabia la expresión: “el camino es a veces mejor que la posada”; sintetiza que es mejor los momentos que pasamos esperando la felicidad, son mucho mas agradables y felices que los coronados por el gozo. Y esto es, con mas frecuencia que la deseada, cierto, pero no lo es en cuanto a que no es aplicable a la esperanza cristiana, porque cuando el cristiano llega, da comienzo la vida. La esperanza cristiana, no consiste en simples palabras vacías o promesas hermosas pero vanas, sino realidades concretas. Más aún. son personas: la de Cristo Resucitado y la de María, Madre de la Esperanza. (palabras pronunciadas en el año 2000, por José Antonio Fernández Cabrero, Consiliario de la Hermandad de la Esperanza Macarena, en el Pregón de la Esperanza de Carlos Colón Perales).

El triunfo de la Esperanza sobre las tinieblas, es el motor de la fe del cristiano, y nos alienta a sobrevivir en un mundo de dificultades, de dudas y piedras en el camino.

Benedicto XVI, en la carta encíclica Spe Salvi, nos propone tres “lugares” para el aprendizaje y el ejercicio de la esperanza cristiana.

-1.- El primer “lugar” es la oración. En el diálogo íntimo y personal con Dios experimentamos la realidad y la cercanía de un Padre que escucha y nos habla. El contacto frecuente con el Señor, en la oración, reaviva y renueva nuestra esperanza porque nos acercamos con la convicción de que Dios siempre atiende nuestras súplicas y está dispuesto a ayudarnos, pues «cuando no puedo hablar con ninguno (...) siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme (...) Él puede ayudarme».

-2.- El segundo “lugar” es la rectitud del obrar y el sufrimiento. El dolor y los padecimientos, tanto físicos como morales, son realidades connaturales a nuestra existencia humana. Cuando las tribulaciones se aceptan, no con una vana resignación, sino con fe y esperanza encontramos un camino de maduración y purificación. Desde esta óptica, el sufrimiento adquiere un auténtico sentido sólo a la luz del misterio de Cristo y, así mismo, los padecimientos se pueden enfrentar con realismo y sin desesperación.

-3.- Finalmente, en tercer “lugar” está la reflexión constante sobre el juicio final. En este sentido, La realidad del juicio nos ayuda a ordenar la vida presente de cara al futuro, a la eternidad. Además, ante muchos de los trágicos eventos que han marcado la historia humana esperamos en la justicia divina, pues tiene que existir alguien que pueda responder «al sufrimiento de los siglos» y al «cinismo del poder». Algunos autores de la violencia e injusticia en este mundo podrán escapar al juicio humano pero no al juicio divino.

En conclusión, «el hombre necesita a Dios, de lo contrario queda sin esperanza» (Spe Salvi, n. 23). Sólo Dios puede colmar totalmente todos nuestros anhelos y esperanzas.

¿Cuáles son mis esperanzas?, ¿a dónde tiende mi corazón? La estatura moral y espiritual del hombre se puede medir por aquello que espera (cf. Benedicto XVI, Ángelus, 28 de noviembre de 2010).

Por todo ello, debemos ser portadores de la Esperanza, vivir sin miedo a la oscuridad, predicar con el ejemplo diario y eliminar cualquier vestigio de incertidumbre, porque el Tiempo de la Esperanza LO ES SIEMPRE.