jueves, 14 de noviembre de 2013

LA DIRECCIÓN ESPIRITUAL EN LAS COFRADÍAS


 








Siguiendo las palabras del Papa Benedicto XVI, se podría decir que los cofrades deben abrirse, bajo la guía del pastoreo de los consiliarios, a la amistad plena con Cristo que les lleve a una fe adulta. Amistad que nos abre a todo lo que es bueno y nos da el criterio para discernir entre lo verdadero y lo falso, entre el engaño y la verdad.

A menudo obviamos el papel fundamental que desempeña la Dirección Espiritual o Consiliario de una grupo de fieles o cofradía, y nos alejamos de su necesaria intervención para canalizar algunos de su objetivos. En Don Benito encontramos claros ejemplos de ello, en Hermandades que no toman en consideración sus opiniones, o bien en otras que no cuentan con el respaldo o beneplácito de sus pastores para llevar a cabo el cumplimiento de sus fines, es decir, unos por que no quieren oír y otros porque no son oídos; unos porque son gustosos del mundo cofrade y tratan de incentivarlo, y otros por que no es "santo de su devoción", y les abandonan a su suerte…

Un Consiliario es un servidor de la fe del grupo de creyentes que, asociados en hermandad canónicamente reconocida, se proponen una serie de fines religiosos, expresados en los estatutos, orientados al culto público de sus titulares y a la mutua ayuda en la vida cristiana, circunstancia ésta que debe servir para que los fieles se abran progresivamente al misterio de Dios y de la Iglesia en toda su profundidad.

Los aspectos que encierra la definición de consiliario podemos agruparlos en cuatro apartados:

1. El papel de consiliario solo puede desempeñarlo un presbítero designado por el Sr. Obispo al que se le encomienda el cuidado especial de una porción del Pueblo de Dios, surgida de modo asociativo, normalmente en el marco de la vida cristiana de una Parroquia, ermita o santuario. Con ello se garantiza la eclesialidad plena de la hermandad.

2.  Lo normal es que el cargo de consiliario sea ejercido por el Párroco o algún vicario parroquial de la Parroquia en la que la hermandad está constituida canónicamente. Por tanto, la hermandad no es una asociación que pueda ir por libre, sino que ha de estar en comunión con la Iglesia Local o Particular (la Diócesis).

3.  El consiliario debe velar y garantizar la eclesialidad plena de la hermandad y de todos sus miembros mediante el desempeño de sus funciones propias relativas a la predicación con autoridad de la Palabra de Dios, el servicio de los sacramentos y de la Eucaristía en particular, amén de participar en la Junta de Gobierno a la que pertenece por derecho propio.

4. Por último, debe integrar a la Hermandad en los organismos pastorales pertinentes de la vida de la Parroquia en la que está radicada canónicamente.




El paso previo para que lo señalado en los puntos anteriores se lleve a cabo es que debe existir un aprecio mutuo por ambas partas, que se esté por encima o más allá de nuestras simpatías personales o manifiestas antipatías. Se trata de un aprecio que va, en la parte de los fieles hacia el consiliario, no tanto por quién es, sino por lo que es. Por su parte, el consiliario deberá saber distinguir lo que son sus apreciaciones personales sobre otros aspectos, de lo que es doctrina común en la Iglesia respecto a la piedad popular, debidamente establecidos por la Delegación Episcopal de la Liturgia en la Diócesis

En definitiva, el papel del consiliario es de vital importancia en las hermandades, pues sus miembros necesitan de la buena orientación catequética, litúrgica y pastoral de quien hace las veces del Buen Pastor en medio de esa ovejas que somos todos con respecto a Cristo en el Pueblo de Dios: la Iglesia. Por tanto, el consiliario ante todo ha de ser un creyente entre los creyentes.

En este sentido, conviene subrayar las palabras de Juan Pablo II, para quien “uno de los retos más serios que nuestras Iglesias han de afrontar ... consiste no tanto en bautizar a los nuevos convertidos, sino en guiar a los bautizados a convertirse a Cristo y a su Evangelio”. Por ello, será muy conveniente que la insistencia tanto del Consiliario como de la Junta de Gobierno de las Hermandades vayan en la línea de potenciar la real integración de la vida cofrade en la dinámica pastoral de la Parroquia a la que pertenece.



Para terminar, citar algunas de las responsabilidades que deben tener en cuenta los consiliarios:

- Estar presentes de manera habitual en las reuniones de Junta de Gobierno y Asambleas Generales de la Hermandad, ofreciéndoles una orientación doctrinal y pastoral adecuada al momento de la vida de la Iglesia.

- Orientar el ejercicio de la caridad que realizan las hermandades, conforme a lo establecido en los estatutos de las mismas así como informar de las urgencias de caridad que desde Cáritas se produzcan.

- Ha de ser un intermediario ante el Sr. Obispo de la idoneidad de los candidatos a ser miembros de la hermandad y en particular a los elegidos para cargos directivos, que deberán llevar una vida cristina públicamente reconocida y avalada por el consiliario.

- Aunque resulte evidente, corresponde al consiliario acompañar y presidir las manifestaciones religiosas públicas que pueda organizar la hermandad con su consentimiento.

- Por último, procurará no ser absorbido de manera exclusiva por la vida cofrade de una hermandad, en detrimento del resto de las obligaciones pastorales que tiene encomendadas como pastor de la Iglesia.

LA IMPORTANTE FUNCIÓN DE LA DIRECCIÓN ESPIRITUAL

“La vida espiritual, como trabajo privilegiado de la gracia, es algo sumamente original y siempre nuevo en la creación, donde Dios no se repite nunca”.

Deseamos ser eficaces como directores espirituales y es a través de la dirección espiritual donde podemos acompañar y llevar al seglar por el camino que el Señor amorosamente lo ha llamado. Para lograrlo, junto con la gracia divina como punto de partida y elemento esencial de santificación, hay que aplicar un método. Este método incluye los siguientes elementos:

-1.- Saber acoger

Saber acoger significa crear un ambiente de confianza en el orientado por el modo de tratarlo: con amabilidad, con respeto, dándole su lugar. El aspecto humano cuenta mucho (afabilidad, rostro alegre y amable) y favorece la confianza. El primer contacto es decisivo, quien desde el primer momento se sienta atendido, en un clima de apertura, confianza y serenidad.



 


-2.- Saber escuchar

Es algo sumamente costoso, ya que en el papel de director, cuando se intuye lo que quiere decir la persona inmediatamente formulamos los buenos “consejos” que debemos decir. ¡No! Hay que dejar hablar, que se expresen, que abran su espíritu y sobre todo propiciar esta apertura y desahogo con nuestro interés sincero.

Saber escuchar significa no sólo oírles, sino también

a) Favorecer la apertura.
Casi lo único que requiere el individuo, en relación con su vida interior, es que se le permita hablar. A veces las personas y especialmente los jóvenes presentan situaciones personales que a simple vista parecen irrelevantes. Tiene sin embargo su trasfondo. Si dejamos hablar e incluso preguntar ¿algo más?, casi siempre las personas con problemas explotan, pero luego se serena. El verdadero formador, el verdadero director espiritual, por su carácter sacerdotal, religioso, carisma y por los ingredientes de bondad, paciencia y generosidad, debe lograr esta apertura en las almas.

b) Prestar interés y escuchar con paciencia. Escuchar no es sólo guardar silencio, es sobre todo prestar interés y atención a lo que el orientado está tratando. Cualquier otro compromiso o interrupción en ese momento, es menos importante. ¡Qué gran necesidad tienen los seglares de ser escuchados!

-3.- Saber comprender


Que es meterse de lleno en la situación, circunstancias y problemática del dirigido pero desde su realidad. Comprender no significa, por supuesto, estar de acuerdo con sus defectos y malos comportamientos. Comprender significa captar todas las implicaciones intrínsecas de sus dificultades o comportamientos, es decir llegar a las causas. Hay que ir hasta el fondo para dar a cada quien la medida exacta que necesita.

En una ocasión preguntaba Chesterton:

- ¿Qué necesitas para enseñar a Pedro matemáticas?

- Saber matemáticas, respondieron.

- No, Conocer a Pedro, replicó Chesterton.

Por lo tanto conocer para comprender. Basta ver el ejemplo de Jesucristo. El Buen Pastor. ¡Cómo conoce a sus apóstoles! Sus ovejas a su vez, también le conocen a Él y siguen su voz.

 

Hay tres personajes en la dirección espiritual: el dirigido, el director espiritual y el Espíritu Santo.



Es importante tener claro, ante esta corriente liberal que quiere suplir la dirección espiritual por asesoría o consejo solamente, que la dirección espiritual se trata de la sumisión del dirigido y del director a la acción del Espíritu Santo, para descubrir juntos el plan de Dios y recibir la luz y la fortaleza para realizarlo.
El director espiritual no da consulta psicológica, no es un impositivo, pero tampoco es un espectador; actúa, pero guiado por el Espíritu Santo. A su vez el dirigido va a exponer su vida a la luz de Dios para que sea está quien dirija.


2. Tres características escalonadas de la dirección espiritual: dirigir, motivar y exigir


Dirigir: Se trata de conducir a cada alma al plan de Dios sobre su vida. Significa, por tanto encauzar todo el potencial, todos los talentos, todas las energías espirituales, humanas y afectivas de la persona para realizar ese plan. Lograr que un alma ponga a Dios en el primer lugar e su vida implica remover muchos obstáculos y segundo encauzar la riqueza personal a ideales altos y nobles.

Motivar: las personas siempre se guían por motivos y no por sentimientos. Dar razones y no sólo mover los sentimientos, porque lo primero es estable y lo segundo pasajero. Los motivos variarán en su presentación y profundidad según la edad, la psicología de cada persona, pero siempre deberá ser Cristo, el amor a la Iglesia, la salvación del alma, el plan de Dios sobre la propia vida, encauzarlos a grandes ideales. Cuando los dirigidos están convencidos de lo que deben realizar y del porqué lo deben realizar las decisiones que tomen en la vida serán profundas y duraderas.

Exigir: no significa regañar o tratar con dureza, de este modo un director espiritual no adelanta nada, e incluso puede ser contraproducente, sobre todo si no hay motivos de fondo en los que se apoye su exigencia. Exigir presupone que se ha dirigido con un plan concreto de santificación y se ha dado motivos profundos para realizarlo.

Exigir quiere decir dar formar, dar la respuesta adecuada y la solución precisa a sus inquietudes, problemas, necesidades. No dar respuestas prefabricas. Exigir no es dar un consejo maravilloso o sorprendente. Tampoco es tratar a todos con la misma medida, por ello es importante tratar de conocer a cada alma que dirigimos. Conocer para detectar la problemática de fondo, analizar las causas profundas. Hasta que no se llega a las causas profundas, todo será un barniz, de diversas capas. Si tocamos fondo con el dirigido entonces comenzamos a exigir.

Y cuando se ha tocado fondo, el siguiente paso es la exigencia consistirá en ir dosificándola. No se puede exigir todo de golpe, debe ser algo progresivo. En resumen: que mi dirección o respuesta no sólo satisfaga, sino comprometa de una manera profunda y progresiva.

Saber exigir, he ahí el gran secreto para lograr entregas generosas. No debemos tener miedo ya que lo mejor que podemos querer para una persona, como directores espirituales, es que alcance su plenitud vocacional, la realización completa del plan de Dios sobre su vida.

La dirección espiritual tiene muy poco de espectacular y sí exige mucho esfuerzo. Con frecuencia se hace agotadora e ingrata porque no se palpan inmediatamente los frutos. No hay que desanimarse. A veces se advierten los milagros descarados de la gracia de Dios, pero generalmente se requiere de mucha confianza en Dios. El labrador, labra, no mira atrás a ver si la semilla recién sembrada está ya creciendo. Sabe esperar, sabe tener paciencia.

Como segunda parte de nuestro tema trataremos el desarrollo normal de una dirección espiritual. Nos apoya el texto del padre Luis Maria Mendizaval S.J.







3. Desarrollo normal de una dirección espiritual

Periodicidad


A los principios de una vida fervorosa, parece conveniente que la dirección espiritual tenga una frecuencia semanal o quincenal; frecuencia que progresivamente irá disminuyendo en proporción al avance en la vida espiritual.


En ese período inicial suele ser conveniente fijar el día y hora de la siguiente entrevista, y, a las veces, urgir al dirigido, llamándole si es preciso, porque no raras veces suelen aparecer timideces e inhibiciones. Con los que ya van madurando espiritualmente, no conviene ya tratar en tiempos tan concretos, porque generalmente las cosas proceden normalmente y con prontitud de espíritu, hallándose como se hallan en un período de plena aplicación y progreso tranquilo. Sólo en el caso de que apareciera una crisis de debilitación o de crecimiento, habrá que establecer contactos más frecuentes y concertados a medida de la necesidad.

Hay que cuidar también que la entrevista misma no quede encanalada sistemáticamente en un horario restringido, oprimiendo con la impresión de prisa y mecanización, porque es importante que se desenvuelva en atmósfera de espiritual espontaneidad. Esta espontaneidad se desvanece cuando la persona se siente «número» o puro cliente. Como se pierde también con la impresión agobiadora de la prisa. Con todo, cada entrevista conviene que sea breve cuando el dirigido procede normalmente sin problemas especiales. Cuando haya problemas, se proporcionará a la exigencia del problema mismo.

 



Comienzo de la dirección

De ordinario, la dirección espiritual no suele empezar por una proposición formal de ser dirigido, sino por la presentación de algún problema concreto personal de espíritu. Es el camino que hay que aconsejar normalmente a quien busca director: que no pida desde el principio dirección habitual, sino que lo tantee a través de algunos planteamientos concretos para ver si le da garantías de una posible buena dirección. Lo cual sucederá si desde las primeras respuestas intuye la competencia del director, que se manifiesta en la inteligencia y solución de su caso, aun cuando el problema no se haya tocado todavía en toda su profundidad.

Cuando se comienza formalmente una dirección seria, hay que conocer con atención el estado espiritual del dirigido. El modo de proceder será distinto si se trata de un comienzo absoluto de dirección espiritual en quien hasta ahora nunca la había tenido, o si se trata de quien ha tenido ya dirección y ahora comienza su relación directiva con este director concreto.

En el primer caso, de comienzo absoluto de dirección, hay que hacerse cargo de la vida espiritual que hasta el momento ha llevado, aunque sea de manera rudimentaria. Porque, sin duda, tenía alguna vida espiritual, aunque tenue. Para ello le ayudará a hacer una especie de confesión ascética a base de un examen espiritual de sus antecedentes. Porque cuanto mejor conozca sus cosas interiores y exteriores, con tanto mayor amor y solicitud le podrá ayudar.

Si se trata del comienzo de la dirección de una persona que ya antes ha tenido director, no conviene, normalmente, volver a mirar sistemáticamente hacia atrás. La que hemos llamado confesión ascética no se debe repetir en cada cambio de director, a no ser que haya alguna razón concreta poderosa. El nuevo director no tiene que comenzar desde el principio, como si no valiera nada cuanto hasta el momento se ha hecho, sino que tiene que tomar a la persona tal como se encuentra en el momento actual. El inquirir demasiado en las cosas pasadas sería signo de falta de aptitud en el director. Debe considerarlas como secreto entre Dios y el hombre, que el mismo Dios no, quiere que se manifiesten sin causa razonable y proporcionada. En estos casos, el director debe reconocer el estado actual de espíritu y entenderlo, a fin de poder colaborar a la continuación de cuanto Dios ha obrado en el dirigido a través de la acción de sus predecesores”.

 






Esta primera inspección de la conciencia debe estar esencialmente ordenada al bien del dirigido, en orden a continuar su evolución espiritual propia. La vida espiritual, como trabajo privilegiado de la gracia, es algo sumamente original y siempre nuevo en la creación, donde Dios no se repite nunca. De esta primera manifestación debe sacar el director el conocimiento de las relaciones actuales de intimidad entre Dios y el nuevo dirigido y comunicarle a éste un sentido de confianza en los caminos del Señor.

Al término de ella podrá, quizás, ser oportuno prevenirle sobre la impresión que puede seguirse en él a esta manifestación de su conciencia, como de cierto despecho por haberse abierto en su interior a otro; y sugerirle que no tenga dificultad en contar luego los sentimientos de antipatía que con esta ocasión hayan brotado en él, para superarlo más fácilmente.


Y ¿qué decir de una confesión general sacramental? El director, al comienzo de la dirección, no exija confesión general ni la admita, a no ser que el dirigido mismo se la pida con motivo razonable. Si se trata de la primera dirección que este dirigido tiene, es bueno que después de algún tiempo haga tal confesión general. Pero, si ya la ha hecho otra vez, normalmente no hay que repetirla.






Observaciones para las primeras direcciones espirituales

Hay que comenzar a trabajar desde el principio. Ante todo, hay que procurar crear un ambiente de confianza, para evitar inhibiciones.
Superar cuanto pueda parecer artificial, demasiado formulista, para llegar a un auténtico contacto personal con acogida cordial.






 


Guárdese el director de pronunciar juicios definitivos a raíz de las primeras entrevistas y evite incluso dar la impresión de que se los ha formado interiormente. Igualmente, evite la tentación de clasificar al dirigido en las fichas de determinada categoría psicológica o espiritual. Sería fatal para el proceso ulterior de dirección. Desconfíe de las primeras impresiones. En la dirección se encuentra uno con grandes sorpresas por la excesiva precipitación con que se ha juzgado inicialmente. El daño mayor suele consistir en que uno se forma una idea desde el principio, y ya contempla desde ella cuantos datos se van acumulando, prejuzgándolos partidistamente desde su postura ya tomada y deformando totalmente su visión de los hechos y de la persona. El director debe estar libre de esquemas prejudiciales.

Desde el principio debe colocarse y actuar en plena luz evangélica; no como psicólogo, o doctor, o humanista, o teólogo, o persona culta, sino claramente como un director espiritual. Ni siquiera como amigo natural. En consecuencia, exprese desde el principio enjuiciamientos evangélicos de las situaciones concretas.

Muestre desde las primeras entrevistas una confianza plena en la sincera voluntad del dirigido, como la manifestó Cristo en el caso de Natanael: «Mira un israelita verdaderamente sin dolo» (Jn 1,47). Si al principio se admite o se deja transparentar la menor desconfianza, se acabó la dirección. Esté convencido el director de que, si hay cosas no totalmente perfectas, hay, sin embargo, muchas buenas.

Patentice su fe cierta en la victoria de Dios, que está ya en acción por la presencia de su fervor en el dirigido. Muestre su convencimiento de la acción de la gracia en su buena voluntad y en sus deseos, que él debe fomentar y cuidar. La fuerza de este convencimiento es enorme, porque, si el dirigido se siente acogido y juzgado con benignidad, se expresará con más facilidad.

Deje ver también, por los medios oportunos, la estima que tiene del dirigido. Cada persona, incluso cuando aparece orgullosa, agitada, en postura crítica ante todo, etc., en el fondo solitario de sí misma tiene un juicio muy desfavorable de sí y sufre de pusilanimidad. Conoce algo de sí mismo y de las propias debilidades. En el fondo tiene la impresión de que, si le conocieran como es en su interior, le menospreciarían. En la entrevista espiritual, manifestando su conciencia, este hombre ha hecho un esfuerzo y empieza a revelar su interior; cómo él se ve a la luz de Dios. Lo hace, naturalmente, con cierto temor, porque ha llegado el momento de pasar la prueba: va a haber una persona que conocerá sus debilidades, su realidad interior; que le juzgará como intérprete del Señor, a la luz de Dios. Es, pues, importante el reflejar sinceramente el juicio alentador y favorable de Dios mostrando la estima auténtica que esa persona sigue mereciendo. Cuando, después de una manifestación de debilidades que parecían humillantes, entiende que el director le estima verdadera y sinceramente, esto le abre enormemente el corazón y la esperanza.


 




 Pero ha de ser una estima auténtica, no fingida. Y una estima espiritual en el campo mismo de la manifestación hecha. Se entiende que desde el principio es una estima verdadera porque llega a la bondad escondida, porque detrás de todo aquello descubre una riqueza de bondad por razón de la gracia y dones de Dios, que están actuando en medio de las miserias y limitaciones humanas. Es conducido por el Espíritu Santo con un sentido de docilidad al director espiritual para ser ayudado. Esta disponibilidad es expresión delicada de la fe, que obra por la caridad. Le da al dirigido un valor transcendente ante los ojos de Dios, aun cuando la perla preciosa está cubierta de desórdenes, ignorancias e ilusiones. Por tanto, es una estima que no hincha: visión espiritual positiva de su espíritu. Llegará el momento de insistir; con la luz conveniente, en los impedimentos de ese espíritu.

Esa estima hay que mostrarla más con una sugerencia apta que de manera explícita. No hay que caer en el vicio de la adulación, alabando desordenadamente.

Una última observación psicológica acerca de la postura en este momento de la dirección. El director debe evitar absolutamente el comenzar ponderando y alabando las cualidades exteriores y humanas del dirigido según esas cualidades son comúnmente reconocidas y admiradas socialmente. Porque muchas veces ahí precisamente está el conflicto de esa persona: bajo brillantes éxitos exteriores, esconde heridas espirituales humillantes. La alabanza inicial del director puede hacer más difícil y hasta psicológicamente imposible la ulterior manifestación de sus debilidades. En cambio, más adelante podrá mostrar la estima que, bajo la luz evangélica, le merecen esas cualidades, como del resto de toda su persona.