Comienza una nueva Cuaresma para todos, y en
particular para los amantes de la vida Cofrade. Un tiempo donde culmina la
preparación de todo un año, donde se da principio y fin a una manera de cumplir
con nuestras pasiones, con nuestras devociones. No es un objetivo en si mismo
para el Cofrade, es una razón más para cumplir con sus obligaciones, puesto que
tras ella, la Semana
de Pasión, es el colofón a una temporada de arduo trabajo y dedicación, pero
también es el inicio de la preparación de la siguiente. La vida del cofrade, no
es en si misma la que contempla una actividad ceñida a este período, sino que
es un peldaño mas, unido al de la
Formación , al de la
Fe , al de la
Caridad de su Obra social, al de la catequización permanente
en el ámbito de su Parroquia y de su Barrio. Todos estos parámetros, son los
pilares fundamentales de una vida cofrade plena, y quien no los tenga
contemplados como tal, no puede considerarse un verdadero cofrade…
A veces uno tiene la sensación, cuando desarrolla
este Blog, de estar “predicando en el desierto”; sobre todo cuando el lugar
geográfico desde el que nos dirigimos, es uno de los más alejados de esa
plenitud de vida y espíritu cofrade verdadero. Está claro, y no engañamos a
nadie, que no existe una verdadera “pasión dombenitense”, valga la redundancia
del título de mi Blog ( que ya es el vuestro..). Cuando echamos la vista atrás,
y tratamos de analizar lo que nos mueve a cada uno a sentir una vida cofrade
plena, tengo claro que lo mas alejado de ella, es vestir el hábito de nazareno
una vez al año; acudir a rendir culto a mis titulares, una vez al año; no ser
convocado para ningún acto solidario, ni de formación, ni de convivencia con
otros cofrades; no alimentar la devoción de ninguna de las maneras posibles,
que se nos exigen a Hermandades y Cofradías.
Por todo ello, uno tiene la sensación de estar hablando para quien difícilmente
tienen la intención de escuchar, o cuyas entendederas, están muy alejadas de lo
que uno pretende encontrarse al otro lado de la interlocución. Así debió
sentirse Juan el Bautista:
Cuando Juan el Bautista salió a predicar, eligió un
curioso lugar para instalar su ámbito académico: el desierto palestino.
Realmente no podía haber buscado un sitio más inapropiado. ¿Cómo haría la gente
para llegar hasta allí? ¿Y cómo podrían ubicarse más o menos cómodamente para
escuchar sus sermones, entre las piedras, los insectos, la arena, el sol y las
alimañas? ¿Y dónde encontrarían sanitarios, o un lugar para hacer un alto y
tomar agua?
Pero a Juan no pareció haberle importado esos
detalles. Y a la gente tampoco, porque dice el Evangelio que “acudían hasta él
muchedumbres de toda la región de Judea, y todos los habitantes de Jerusalén, y
se hacían bautizar por él confesando sus pecados” (Mc 1,5). Juan convirtió el
desierto en un hervidero de gente, llegada de todas partes para escuchar su
mensaje, confesar sus pecados y cambiar de vida.
¿Pero por qué eligió un lugar tan incómodo para
dirigirse a su auditorio? En ese sentido Jesús fue más práctico: buscaba a las
multitudes donde ellas se reunían naturalmente: en las plazas, las calles, el
Templo, las sinagogas, o las casas de familia. No las obligaba a concurrir a
ningún lugar penoso. En cambio Juan les complicaba la vida. ¿Qué razón poderosa
tuvo para arrastrar al gentío hasta el desierto y hablarles allí?
Un
escenario contradictorio
Si averiguamos dónde exactamente predicaba Juan,
quizás podamos resolver el misterio. El primer dato que nos da el Evangelio es
que se había instalado “en el desierto” (Mc 1,3-4; Mt 11,7). Éste no era, como
solemos imaginar, una planicie cubierta de arena y dunas en medio de la nada.
La palabra hebrea midbar (que traducimos por “desierto”) indica un lugar
deshabitado y sin cultivar, pero que podía tener vegetación, plantas, y hasta
incluso un río.
¿Y cuál era concretamente ese desierto? Mateo lo
señala: era “el desierto de Judea” (Mt 3,1). Una vasta región, situada al norte
del mar Muerto, justo donde desemboca el río Jordán (Jue 1,16; Sal 63,1). Para
nuestra mentalidad, puede resultar extraño que el valle de un río sea llamado
“desierto”. Pero hay que tener en cuenta que ese último tramo del Jordán, antes
de desembocar en el mar Muerto, es una zona donde no llueve casi nunca, el
suelo es infértil, y ofrece al visitante un aspecto árido y desolado. Incluso
Flavio Josefo, un historiador judío del siglo I que conocía muy bien la
geografía de su país, dice que el río Jordán “serpentea a lo largo de un buen
trecho de desierto”. O sea que para la Biblia , el terreno por donde el río Jordán
transitaba sus últimos kilómetros se consideraba un “desierto”.
San Marcos confirma el dato cuando dice que la
gente iba al desierto a escuchar a Juan “y se hacía bautizar por él en el río
Jordán” (Mc 1,5). O sea que “desierto” y “río” eran dos realidades que estaban
en el mismo escenario donde predicaba y bautizaba Juan.
El
DESIERTO: ESE MUNDO COFRADE QUE A VECES NOS RODEA
En la prédica, como en toda labor comunicativa, es
imprescindible contar con público o auditorio, por ello la tarea se torna más
que difícil, se diría absurda, si se lleva acabo en el desierto, lugar
caracterizado por la escasez de seres vivos. Se dice que “es como predicar en
el desierto” cuando se le habla a alguien que no entiende razones, que está muy
cerrado en su idea o que no puede o no quiere concentrarse en lo que se le
dice. La prédica es algo propio de aquellos que intentan convencer a otros de
sus creencias, motivo por el cual se asocia con los ámbitos religiosos y, más
comúnmente, con los apóstoles. Precisamente tenemos que recurrir a uno de
ellos, San Mateo, para desentrañar el origen del concepto hecho frase: “En
aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, y
diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado. Pues éste
es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo: Voz del que clama en el
desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas.” (Mateo·3:1-2). A
Isaías no le creyeron, a Juan El Bautista tampoco y a Cristo… muy pocos, al
menos en su tiempo.
Así es como nos sentimos algunos COFRADES en esta
zona de las Vegas Altas; y recalco lo de COFRADES con mayúsculas, por que también
los hay con minúsculas, y esos son los que conforman el gran desierto al que se
dirigen los ecos de nuestras palabras…. Mientras
unos se siguen quedando en el envoltorio del caramelo, dulce del que solo
gustan disfrutar varios días al año; otros nos regocijamos de comernos ese
caramelo, y 100 mas como ese el resto de días del calendario.
Ese desierto, lo conforman en mayor medida quienes
tienen la obligación impuesta por su cargo, de dar algo mas que un buen deseo o
una buena intención. Desde las propias directivas de las Hermandades y Cofradías
surge la importante tarea de la
MOTIVACIÓN , la IMPLICACIÓN , la tarea
de ESCUCHAR A LOS HERMANOS, la de darles la opción de EXPRESAR SUS OPINIONES;
la de abrirse a NUEVAS IDEAS; la de GENERAR CONFIANZA ; la de TRABAJAR POR EL
CRECIMIENTO DE LA HERMANDAD …
Cuando todos estos adjetivos faltan y sin embargo
sobran otros como la DESIDIA ,
la ENVIDIA , la PEREZA , el ACOMODAMIENTO, la NEGACIÓN DEL PAN Y LA SAL , la VANALIDAD , el
EGOCENTRISMO, y un largo etcétera de calificativos, que afortunadamente nos
ofrece el Diccionario de la Real Academia
de la Lengua Española ;
nos encontramos con este desierto para el que uno predica obteniendo muy poco
fruto a cambio.
El problema está cuando no se quiere ni se cree en
lo que se hace; cuando falta convicción, necesidad de dar sin recibir, cuando
nos quedamos en ese envoltorio, pero no acudimos a la casa del Hermano a ver lo
que le pasa, lo que necesita, y lo que este Hermano nos puede aportar. Cuando
se sientan en la mesa a debatir sobre el futuro de nuestra Semana Santa, los
puntos a tratar se quedan en el envoltorio de ese caramelo, por que el sabor
del mismo no les gusta. No hay una reflexión profunda de los verdaderos
problemas que una Hermandad de penitencia o no, está en disposición de poder
solucionar. Se debaten cuestiones que mas se acercan al ego de cada uno, que al
ponerse en la piel del hermano, que al intentar ser como el campesino que
siembra y siembra y siembra mirando al cielo, y esperando un buen tiempo para
su cosecha. Yo les animaría a presentar ideas al Consejo Diocesano de Hermandades y Cofradías de Plasencia, y no a mandar misivas aludiendo a los que las tienen, por omisión de ellos.
Y todo ello me lleva a la siguiente reflexión:
Si no amas lo que haces, si no crees en lo que
haces, si te resulta molesto o costoso, si eres incapaz de escuchar y que te
escuchen; si solo te preocupa lo que hablen o digan de ti, pero eres incapaz de
reconocer tus errores, tus limitaciones, tu incapacidad, y no le das paso a
gente mas ilusionada y con mayor espíritu cofrade; difícilmente vas a poder
tomar decisiones acertadas y que redunden en un futuro mas vivo, en un tránsito
hacia el mantenimiento de las costumbres, de las devociones populares…
Algunos están ya señalados por su nula aportación a
la causa, y por el daño que están haciendo a la Semana Santa , pero ….no hay mal
que cien años dure.
Mientras sigamos teniendo el ánimo suficiente, (que
lo tenemos) seguiremos con nuestra predicación, aunque sea en este desierto que
nos rodea….. Esperemos que esta Cuaresma sea un camino de verdadera reflexión sobre ello.