Empezamos el mes de junio manifestando una devoción más; La
devoción al Corazón de Jesús, que ha existido desde los primeros tiempos de la Iglesia, desde que se
meditaba en el costado y el Corazón abierto de Jesús, de donde salió sangre y
agua. De ese Corazón nació la
Iglesia y por ese Corazón se abrieron las puertas del Cielo.
La devoción al Sagrado Corazón no es
sino una forma especial de devoción a Jesús. Al esclarecer su objeto, sus
fundamentos y sus actos propios conoceremos qué es exactamente y qué hace
distinta a esta devoción.
La devoción al Sagrado Corazón no es
sino una forma especial de devoción a Jesús. Al esclarecer su objeto, sus
fundamentos y sus actos propios conoceremos qué es exactamente y qué hace
distinta a esta devoción.
La naturaleza de esta cuestión es ya
de por sí compleja y las dificultades que nacen a causa de la terminología la
hacen aún más compleja. Sin profundizar en términos que son extremadamente
técnicos, estudiaremos las ideas en sí mismas y, con el fin de saber pronto
dónde estamos, nos detendremos en el significado y en el uso que se da a la
palabra corazón en el lenguaje normal. (a) La palabra corazón despierta en
nosotros, antes que nada, la idea del órgano vital que palpita en nuestro pecho
y del que sabemos, aunque quizás vagamente, que está íntimamente conectado no
sólo con nuestra vida física, sino también con nuestra vida moral y emocional.
Tal relación explica, también, que el corazón de carne sea universalmente
aceptado como emblema de nuestra vida moral y emocional, y que por asociación,
la palabra corazón ocupe el sitio que tiene en el lenguaje simbólico y que esa
palabra se aplique igualmente a las cosas mismas que son simbolizadas por el
corazón. (Cfr. Jer. 31,33; Dt. 6,5; 29,3; Is. 29,13; Ez. 36,26; Mt. 6,21;
15,19; Lc. 8,15; Rm. 5,5; Catecismo de la Iglesia Católica,
nos. 368, 2517, N.T.). Pensemos, por ejemplo, en expresiones como "abrir
nuestro corazón", "entregar el corazón", etc. Llega a pasar que
el símbolo es despojado de su significado material y en vez del signo se
percibe sólo lo que es significado. De igual manera, en el lenguaje corriente
la palabra alma ya no despierta la idea de aliento, y la palabra corazón sólo
nos trae a la mente las ideas de valor o amor. Claro que aquí hablamos de figuras
del lenguaje o de metáforas, más que de símbolos. El símbolo es un signo real,
mientras que la metáfora es sólo un signo verbal.
El símbolo es algo que significa algo
distinto de si mismo, mientras que la metáfora es una palabra utilizada para
dar a entender algo distinto de su significado propio. Por último, en el
lenguaje normal, nosotros pasamos continuamente de la parte al todo y, gracias
a una forma muy natural de hablar, usamos la palabra corazón para referirnos a
la persona. Todas estas ideas nos ayudarán a determinar el objeto de la
devoción al Sagrado Corazón.
Virgen de las Cruces ante el Sagrado Corazón
de Jesús (Santo Jabero) - Don Benito
El problema comienza cuando se debe
distinguir entre los significados material, metafórico y simbólico de la
palabra corazón. Se trata de saber si el objeto de la devoción es el corazón de
carne, como tal, o el amor de Jesucristo significado metafóricamente por la
palabra corazón, o el corazón de carne en cuanto símbolo de la vida emocional y
moral de Jesús, especialmente de su amor hacia nosotros. Afirmamos que se da
debido culto al corazón de carne en cuanto éste simboliza y recuerda el amor de
Jesús y su vida emocional y moral (Cfr. Pío XII, encíclica "Haurietis
Aquas", 18,21,24, N.T.). De tal forma, aunque la devoción se dirige al
corazón material, no se detiene ahí: incluye el amor, ese amor que constituye su
objeto principal pero que únicamente se alcanza a través del corazón de carne,
símbolo y signo de ese amor. La devoción al solo Corazón de Jesús, tomado éste
como una parte noble de su divino cuerpo, no sería equivalente a la devoción al
Sagrado Corazón tal y como la entiende y aprueba la Iglesia.
Y lo mismo se puede decir de la
devoción al amor de Jesús, como si se tratara de una parte separada de su
corazón de carne, o sin más relación con este último que la sugerida por una
palabra tomada en su sentido metafórico. (Cfr. Gaudium et Spes, 22,2, N.T.)
Pues hay que considerar que en esta devoción existen dos elementos: uno
sensible, el corazón de carne, y uno espiritual, el que es representado y
traído a la mente por el corazón de carne. Estos dos elementos no son dos
objetos distintos, simplemente coordinados, sino que realmente constituyen un
objeto solo, del mismo modo como lo hacen el alma y el cuerpo, y el signo y la
cosa significada. De esos dos elementos el principal es el amor, que es la
causa y la razón de la existencia de la devoción, tal como el alma es el
elemento principal en el [[hombre. Consecuentemente, la devoción al Sagrado
Corazón puede ser definida como una devoción al Corazón Adorable de Jesucristo
en cuanto él representa y recuerda su amor. O, lo que equivale a lo mismo, se
trata de la devoción al amor de Jesucristo en cuanto que ese amor es recordado
y simbólicamente representado por su corazón de carne (Cfr. Encíclica de S.S.
León XIII, Annum Sacrum; Catecismo de la Iglesia Católica
nos. 479, 609. N.T.).
Es este simbolismo lo que de da su
significado y su unidad, y su fuerza simbólica queda admirablemente completada
al ser representado el corazón como herido. Como el Corazón de Jesús se nos
presenta como el signo sensible de su amor, la herida visible en el Corazón nos
recuerda la invisible herida de su amor ("Sólo el corazón de Cristo, que
conoce las profundidades del amor de su Padre, pudo revelarnos el abismo de su
misericordia de una manera tan llena de simplicidad y de belleza",
Catecismo de la
Iglesia Católica, 1439, N.T.).
Ese simbolismo también nos deja en
claro que la devoción, si bien concede al corazón un lugar especial, poco está
interesada en los detalles anatómicos. Dado que en las imágenes del Sagrado
Corazón la expresión simbólica debe predominar sobre todo lo demás, no se busca
nunca la congruencia anatómica; ésta afectaría negativamente la devoción al
debilitar la evidencia del simbolismo. Es de primera importancia que el corazón
como emblema se pueda distinguir del corazón anatómico; lo apropiado de la
imagen debe ser favorable a la expresión de la idea. En una imagen del Sagrado
Corazón es necesario un corazón visible, pero éste debe ser, además de visible,
simbólico. Y se puede afirmar algo semejante en el ámbito de la fisiología, porque
el corazón de carne que constituye el objeto de la devoción, y que debe dejar
ver el amor de Jesús, es el Corazón de Jesús, el Corazón real, viviente, que en
verdad amó y sufrió; el que, como lo experimentamos en nuestros corazones, tuvo
relación con las emociones y la vida moral de Cristo; el que, por el
conocimiento, así sea rudimentario, que tenemos a partir de las operaciones de
nuestra propia vida Humana, jugó igual papel en las
operaciones de la vida del Maestro. Sin embargo, la relación entre el Corazón y
el Amor de Cristo no tiene un carácter puramente convencional, como es el caso
entre la palabra y la cosa, o entre la bandera y el país que ésta representa.
Ese Corazón ha estado y está
inseparablemente vinculado con la vida de Cristo, vida de bondad y amor. Basta,
empero, que en nuestra devoción simplemente conozcamos y sintamos esta relación
tan íntima. No tenemos por qué preocuparnos por la anatomía del Sagrado
Corazón, ni con determinar cuáles son sus funciones en la vida diaria. Sabemos
que el simbolismo del corazón se funda en la realidad y que constituye el
objeto de nuestra devoción al Sagrado Corazón, la cual no está en peligro de
caer en el error. Es precisamente esa característica la que define naturalmente
a la devoción al Sagrado Corazón. Es más, ya que la devoción se dirige al
amante Corazón de Jesús, ella debe abarcar todo aquello que es abrazado por ese
amor. Y, en ese contexto, ¿no fue ese amor la causa de toda acción y
sufrimiento de Cristo?. ¿No fue su vida interior, más que la exterior, dominada
por ese amor? Por otro lado, teniendo la devoción al Sagrado Corazón como
objeto al Corazón viviente de Jesús, eso mismo familiariza al devoto con toda
la vida interna del Maestro, con sus virtudes y sentimientos y, finalmente, con
Jesús mismo, infinitamente amante y amable. Consecuentemente, de la devoción al
Corazón amante se procede, primero, al conocimiento íntimo de Jesús, de sus
sentimientos y virtudes, de toda su vida emocional y moral; del Corazón amante
se extiende a las manifestaciones de su amor. Hay otra forma de extensión que,
teniendo la misma significación, se realiza, sin embargo, de diverso modo,
pasando del Corazón a la
Persona. Transición que, por otra parte, es algo que se
realiza naturalmente. Cuando hablamos de un "gran corazón" siempre
hacemos alusión a una persona, del mismo modo que cuando mencionamos el Sagrado
Corazón nos referimos a Jesús. Esto no sucede porque ambas cosas sean sinónimas
sino porque la palabra corazón se utiliza para indicar una persona, y esto es
posible porque expresamos que tal persona está relacionada con su propia vida
moral y emocional.
Del mismo modo, cuando nos referimos
a Jesús como el Sagrado Corazón, lo que en realidad queremos expresar es al
Jesús que manifiesta su Corazón, el Jesús amante y amable. Jesús entero queda
recapitulado en su Corazón Sagrado, al igual que todas las cosas son
recapituladas en Jesús. Dios continuamente se lamenta de ello en las Sagradas
Escrituras; los santos siempre han escuchado en sus corazones la queja de ese
amor no correspondido. Una de las fases esenciales de la devoción es la
percepción de que el amor de Jesús por nosotros es ignorado y despreciado. El
mismo Jesús reveló esa verdad a Santa Margarita María Alacoque, ante la que se
quejó de ello amargamente.
Únicamente ese amor puede explicar a
Jesús, así como sus palabras y obras. Empero, su amor brilla más
resplandeciente en ciertos misterios a través de los que nos llegan grandes
bienes, y en los cuales Jesús se manifiesta más generoso en la entrega de si
mismo. Podemos pensar, por ejemplo, en la Encarnación, la Pasión y la Eucaristía. Estos misterios, además, tienen un
lugar especial en la devoción que, buscando a Jesús y los signos de su amor y
su gracia, los encuentra aquí con una intensidad mayor que en cualquier evento
particular.
Ya se dijo arriba que la devoción al Sagrado
Corazón, dirigida al Corazón de Jesús como emblema de su amor, pone especial
atención a su amor por la humanidad. Lógicamente, esto no excluye su amor a
Dios, pues está incluido en su amor por los hombres. Se trata, entonces, de la
devoción al "Corazón que tanto ha amado a los hombres", según las
palabras citadas por Santa Margarita María.
Por último, surge la pregunta de si
el amor al que honramos con esta devoción es el mismo con el que Jesús nos ama
en cuanto hombre o se trata de aquel con el que nos ama en cuanto Dios. O sea,
si se trata de un amor creado o de uno increado; de su amor humano o de su amor
divino. Sin lugar a dudas se trata del amor de Dios hecho hombre, el amor del Verbo
Encarnado. Ningún devoto separa estos dos amores, como tampoco separa las dos
naturalezas de Cristo (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica,
No. 470, N.T.). Y aunque quisiésemos debatir este punto y solucionarlo a toda
costa, sólo encontraremos que hay diferentes opiniones entre los autores.
Algunos, por considerar que el corazón de carne sólo puede vincularse con el
amor humano, concluyen que no puede simbolizar el amor divino que, a su vez, no
es propio de la persona de Jesús y que, por tanto, el amor divino no puede ser
objeto de la devoción. Otros afirman que el amor divino no puede ser objeto de
la devoción si se le separa del Verbo Encarnado, o sea que sólo es tal cuando
se le considera como el amor del Verbo Encarnado y no ven porqué no pueda ser
simbolizado por el corazón de carne ni porqué la devoción debiera
circunscribirse solamente al amor creado.
El acto propio de la devoción
El objeto mismo de la devoción exige
un acto apropiado, si se considera que la devoción al amor de Jesús por nosotros
debe ser, antes que nada, una devoción al amor a Jesús. Su característica debe
ser la reciprocidad del amor; su objeto es amar a Jesús que nos ama tanto;
pagar amor con amor. Más aún, habida cuenta que el amor de Jesús se manifiesta
al alma devota como despreciado y airado, sobre todo en la Eucaristía, el amor
propio de la devoción deberá manifestarse como un amor de reparación. De ahí la
importancia de los actos de desagravio, como la comunión de reparación, y la
compasión por Jesús sufriente. Mas ningún acto, ninguna práctica, puede agotar
las riquezas de la devoción al Sagrado Corazón. El amor que constituye su
núcleo lo abraza todo y, entre más se le entiende, más firmemente se convence
uno de que nada puede competir con él para hacer que Jesús viva en nosotros y
para llevar a quien lo vive a amar a Dios, en unión con Jesús, con todo su
corazón, su alma y sus fuerzas.
ORACIÓN AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
Oh
Divino Jesús que dijiste: «Pedid y recibiréis;
buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá; porque
todo el que pide recibe, y el que busca encuentra, y a quien
llama se le abre». Mírame postrado a tus plantas
suplicándote me concedas una audiencia. Tus palabras me
infunden confianza, sobre todo ahora que necesito que me hagas
un favor:
(Se ora en silencio
pidiendo el favor)
¿A quién he de
pedir, sino a Ti, cuyo Corazón es un manantial inagotable
de todas las gracias y dones? ¿Dónde he de buscar
sino en el tesoro de tu corazón, que contiene todas las
riquezas de la clemencia y generosidad divinas? ¿A dónde
he de llamar sino a la puerta de ese Corazón Sagrado,
a través del cual Dios viene a nosotros, y por medio del
cual vamos a Dios?
A Ti acudimos, oh Corazón
de Jesús, porque en Ti encontramos consuelo, cuando afligidos
y perseguidos pedimos protección; cuando abrumados por
el peso de nuestra cruz, buscamos ayuda; cuando la angustia,
la enfermedad, la pobreza o el fracaso nos impulsan a buscar
una fuerza superior a las fuerzas humanas.
Creo firmemente que puedes
concederme la gracia que imploro, porque tu Misericordia no tiene
límites y confío en que tu Corazón compasivo
encontrará en mis miserias, en mis tribulaciones y en
mis angustias, un motivo más para oír mi petición.
Quiero que mi corazón
esté lleno de la confianza con que oró el centurión
romano en favor de su criado; de la confianza con que oraron
las hermanas de Lázaro, los leprosos, los ciegos, los
paralíticos que se acercaban a Ti porque sabían
que tus oídos y tu Corazón estaban siempre abiertos
para oír y remediar sus males.
Sin embargo... dejo en tus
manos mi petición, sabiendo que Tú sabes las cosas
mejor que yo; y que, si no me concedes esta gracia que te pido,
sí me darás en cambio otra que mucho necesita mi
alma; y me concederás mirar las cosas, mi situación,
mis problemas, mi vida entera, desde otro ángulo, con
más espíritu de fe.
Cualquiera que sea tu decisión,
nunca dejaré de amarte, adorarte y servirte, oh buen Jesús.
Acepta este acto mío
de perfecta adoración y sumisión a lo que decrete
tu Corazón misericordioso.
Amén.
Padre Nuestro, Ave María,
Gloria al Padre.