Hola de nuevo, queridos amigos
blogueros:
Desde este rincón del
otoño regreso a vuestra mirada, con ánimos e ilusiones renovadas, con mucho que
contar, mucho por informar y por formar, en este mundo cofrade tan falto de
atenciones en esta nuestra ciudad de Don Benito. Sigo el camino emprendido hace casi dos años,
gracias a la Tertulia Cofrade
“la Revirá”,
con la confianza de seguir llenando vuestro tiempo y vuestra curiosidad.
Creo en la necesidad de
continuar con la labor emprendida en su día, y no hay limites, ni ataduras, ni
tabús que no puedan romperse en un mundo como este, que entiendo sigue estando
vacío y es preciso reconquistarlo y explorarlo como se debe.
¡¡¡ AYÚDAME SEÑOR A
CAMINAR A TU LADO !!!
Sin mas quiero empezar la
temporada con una pregunta o una reflexión que el Señor realizó en su día. Hoy
contemplamos una de las pocas escenas donde Jesús dirige a sus discípulos una
pregunta, concreta, de un tema importante y la hace repentinamente.
La pregunta “Y vosotros,
¿quién decís que soy yo?”, es una pregunta concretísima, referida a su
identidad (tema capital) y la hace de repente después de estar orando en un
lugar apartado.
Por tanto, estamos
delante de una pregunta importante, que marca un antes y un después, en el
evangelio de Lucas. Como ya hemos dicho alguna vez: la Palabra de Dios es viva y
a través de ella Jesús se dirige a nosotros, Jesús nos habla a nosotros, Jesús
hoy nos pregunta a nosotros: “y tú, ¿quién dices que soy yo? Es una pregunta
ineludible. Y es una pregunta que en el silencio de nuestra oración haría falta
contestarla, y contestarla desde la vida, no dar respuestas teóricas, sino
mirando nuestra vida, responder a ¿quién es Jesús para mí?
La vida cristiana nos
pide ir profundizando poco a poco los grandes misterios de la persona de Jesús.
Su identidad es una realidad que nosotros hemos de ir profundizando, y eso va
enriqueciendo nuestra vida cristiana.
Pongo un ejemplo: si
Jesús es para nosotros un gran maestro en humanidad, entonces Él forma parte
del pasado: sus enseñanzas me pueden dar una cierta luz, pero Él no puede
cambiar mi corazón, no puedo relacionarme con Él, etc
Si Jesús es el Hijo del
Dios vivo, entonces puede entrar en mi vida, en mi historia, y renovarla
completamente, haciendo de mí un santo. Y cuanto más he pensado, meditado y
contemplado que Jesús es el Hijo de Dios, más puede actuar en mi vida. Porqué
mi meditación, contemplación, hace crecer mi fe en su persona y esto crea un
espacio que posibilita la acción de Jesucristo en mí.
Pienso que, de vez en
cuando nos tendríamos que preguntar: ¿Mi Jesús está vivo o está muerto? ¿Lo
trato como alguien que está vivo, que me puede cambiar la vida o como alguien
que está muerto? La rutina nos puede, nos hace falta ir revisando constantemente
nuestra vida.
Volvamos al evangelio,
Pedro hace la confesión de fe: “El Mesías de Dios”. Momento importantísimo.
Central. Determinante. ¿Y cómo reacciona Jesús? En este momento crucial Jesús
lanza tres mensajes:
-1.- “Él les prohibió
terminantemente decírselo a nadie”. Jesús tiene miedo que se entienda mal su
mesianismo. Jesús teme que su mesianismo se entienda en clave política, de
liberación del invasor romano, de aquí su advertencia.
El gran miedo de Jesús a
ser malentendido continúa hoy. Podemos entender mal a Jesús... Pongo un
ejemplo: mucha gente que no viene a misa, o que vienen cuando les va bien, es
porqué no han entendido bien el mensaje de Jesús. Podemos entender mal a Jesús.
Pidamos, en el silencio de nuestra oración, la gracia de entender mejor su
mesianismo.
-2.- El segundo mensaje de
Jesús va en este mismo sentido, para que su mesianismo se entienda bien,
explica ya ahora lo que pasará a Jerusalén: “El Hijo del hombre tiene que
padecer mucho, ser desechado por los ancianos,.... y resucitar al tercer día”.
Palabras que destierran cualquier lectura política de su mesianismo. ¡Jesús no
quiere ser malentendido! (tres veces hará el anuncio de la pasión).
-3.- Por tanto, después de
la importante confesión de Pedro, Jesús empieza haciendo advertencias para no
ser malentendido y después para que todo quede claro expone lo que han de hacer
sus seguidores: “negarse uno mismo”, “cargar cada día nuestra cruz”, y “perder
la vida por Él”. Expresiones convergentes, que van en un mismo sentido.
Son palabras que nos
sorprenden. Jesús utiliza un lenguaje negativo, “negarse” “cruz” “perder la
vida”, pero es un lenguaje negativo sólo en apariencia. Me explico: Jesús nos
muestra el camino para liberarnos del hombre viejo y llegar a ser hombres
nuevos. El hombre viejo encadenado a él mismo y encadenado al mundo, no es
libre, no es feliz. Jesús con las expresiones, “que se niegue a sí mismo”,
“cargue con su cruz cada día”, y “pierda su vida por mí”, propone un nuevo
camino, un camino de vida, donde nos desnudamos del hombre viejo, nos revestimos
de Cristo y encontramos la Vida.
San Pablo nos decía hoy a
nosotros: “Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo os habéis
revestido de Cristo”. ¿Qué quiere decir revestirse de Cristo? Quiere decir
desnudarnos de nosotros mismos y hacer nuestras sus ideas, actitudes,
comportamientos, afectos, etc. Ser uno con Cristo por la recepción de su
Espíritu.
Ya vemos que estas
expresiones (“negarse uno mismo”, “cargar cada día nuestra cruz”, y “perder la
vida por Él”) nos hablan de una tarea a hacer por nosotros, nos hablan de un
camino a hacer, un camino que pide un esfuerzo, pero que es un camino de vida.
¿Quién eres, Señor, dinos
quién eres? Continuamente se lo hemos preguntado a Jesús, y, ahora, haciéndola
a nosotros, nos mira. ¿Le da de pronto la curiosidad por saber qué se piensa de
él, cuando vemos que nunca va preguntándolo por ahí a las gentes? Jesús está
vertido hacia su Padre y hacia los que requieren de él una mirada de compasión,
no al corretear detrás de todos para averiguar quién se dice que es. Hoy, como
si le hubiera entrado una curiosidad que nunca ha tenido, pregunta: ¿Quién dice
la gente que es el Hijo del Hombre? No, qué dice la gente de mí. Ya en la
pregunta hay algo que nos planta la cuestión en otro lugar distinto, puesto que
se denomina a sí mismo Hijo del hombre, título profético que encuentra en el
libro de Daniel, aunque algunos aseveran, sin más, que es una manera de decir
hombre. No importa, pues en este caso significaría la pregunta quién es este
hombre, desapegando la cuestión de cualquier movimiento de fisgoneo. No tanto
quién soy yo, pues lo que quiere hacer notar es su singularidad, encauzada, sin
duda, en la línea de los profetas. Por eso, la interpelación tiene mucha miga.
Se ve por la respuesta de los discípulos: Juan, el Bautista cuya cabeza ha sido
segada por Herodes, Elías, cuya vuelta todo Israel esperaba, dejando siempre un
sitio vacío en la mesa de Pascua, Jeremías, cuya figura se personaliza como en
ningún otro, o alguno de los profetas. La respuesta toma la pregunta en su
calidad temática. ¿Qué relación tengo con el que ha de venir?, ¿soy yo, o
debéis esperar a otro? No es un merodeo lleno de descaro de quien busca
encontrarse al mirar el espejo para poder decirse: mecachis, qué guapo soy. Una
pregunta que plantea el cumplimiento en Jesús de lo apuntado en las Escrituras.
¿Cómo y en quién se da ese cumplimiento?, ¿será un eslabón más de lo venidero,
que llega y pasa?
Esta pregunta estaba
relacionada con los discípulos mismos. Desde el principio, Pedro había creído
que Jesús era el Mesías.
Muchos otros que habían
sido convencidos por la predicación de Juan el Bautista y que habían aceptado a
Cristo, empezaron a dudar en cuanto a la misión de Juan cuando fue encarcelado
y ejecutado; y ahora dudaban que Jesús fuese el Mesías a quien habían esperado
tanto tiempo.
Muchos de los discípulos
que habían esperado ardientemente que Jesús ocupase el trono de David, le
dejaron cuando percibieron que no tenía tal intención. Pero Pedro y sus
compañeros no se desviaron de su fidelidad. El curso vacilante de aquellos que
ayer le alababan y hoy le condenaban no destruyó la fe del verdadero seguidor
del Salvador. "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente."
El no esperó que los
honores regios coronasen a su Señor, sino que le aceptó en su humillación. El
había expresado la fe de los doce. Sin embargo, los discípulos distaban mucho
de comprender la misión de Cristo. La oposición y las mentiras de los
sacerdotes y gobernantes, aun cuando no podían apartarlos de Cristo, les
causaban gran perplejidad. Ellos no veían claramente el camino.
La influencia de su
primera educación, la enseñanza de los rabinos, el poder de la tradición,
seguían interceptando su visión de la verdad. De vez en cuando resplandecían
sobre ellos los preciosos rayos de luz de Jesús; mas con frecuencia eran como
hombres que andaban a tientas en medio de las sombras.
Pero en ese día, antes
que fuesen puestos frente a frente con la gran prueba de su fe, el Espíritu
Santo descansó sobre ellos con poder. Por un corto tiempo sus ojos fueron
apartados de "las cosas que se ven" para contemplar "las que no
se ven". 2 Cor. 4:18. Bajo el disfraz de la humanidad, discernieron la
gloria del Hijo de Dios.
Jesús contestó a Pedro:
"Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás; porque no te lo reveló carne
ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos."