jueves, 28 de noviembre de 2013

LOS TIEMPOS DE LA LITURGIA











Concluye el año de la Fe, con grandes frutos recogidos y comienza un nuevo período, un nuevo Año litúrgico, también denominado ciclo litúrgico, año cristiano o año del Señor, es el nombre que recibe la organización de los diversos tiempos y solemnidades durante el año en las Iglesias cristianas, como forma de celebrar la historia de la Salvación.

Enmarcados en el año litúrgico, se celebran distintos tiempos litúrgicos con los cuales se relacionan los pasajes de las Sagradas Escrituras que se proclaman en los actos de culto, las diferentes oraciones que se rezan, como así también los colores litúrgicos utilizados en la vestimenta del celebrante. Si bien las fechas de las celebraciones varían un poco entre las diferentes Iglesias cristianas, la secuencia y lógica utilizada para su planificación son en esencia las mismas. Tanto en Oriente como en Occidente, las fechas de muchas celebraciones varían de año en año, por lo general en línea con la modificación de la fecha de la Pascua (asociada en el cristianismo con la resurrección de Jesús y considerada la celebración central de la cristiandad) a la cual se asocia buena parte de las celebraciones móviles.

En el concilio de Nicea I (325), todas las Iglesias acordaron la celebración de la Pascua cristiana el domingo siguiente al plenilunio (14 de Nisán) después del equinoccio de primavera. La reforma del calendario de Occidente por parte del papa Gregorio XIII (1532), con la introducción del calendario gregoriano en reemplazo del calendario juliano, produjo un desfase de varios días en la celebración de la Pascua respecto del calendario litúrgico oriental. En el presente, las Iglesias de Occidente y de Oriente buscan un nuevo acuerdo que posibilite unificar la celebración de la Pascua y conduzca progresivamente hacia la constitución de un calendario litúrgico común.









Otra diferencia entre los calendarios litúrgicos radica en el grado de participación que se otorga a las festividades asociadas a los santos. Las Iglesias católica, ortodoxa y anglicana presentan calendarios litúrgicos con una participación importante de celebraciones en honor de la Virgen María y de otros santos, lo que no se verifica en igual medida en los calendarios de las comunidades protestantes.

La Iglesia católica denomina Año litúrgico al período cíclico anual durante el cual celebra la historia de la salvación hecha por Cristo y al que se distribuye en festividades y ciclos: Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua y Tiempo Ordinario.

No se tratan de fechas exactas, sino simplemente una sacralización del curso anual de las estaciones del año y una composición cíclica para que en un periodo de tiempo pueda englobarse dicha historia de salvación.


TIEMPO DE ADVIENTO






Es un período aproximado de cuatro semanas antes de la Navidad, en el que los católicos se preparan para celebrar la venida de Jesús en la Navidad. “Adviento” significa venida o llegada. Se celebra con una mirada puesta en la triple venida de Jesús, según indicaba San Bernardo: "Jesús vino" (nacido de la Virgen María), "viene" (hoy, en los signos de los tiempos), y "vendrá" (con gloria, al final de la historia).

El Adviento es un tiempo de alegre espera: la espera de la llegada del Señor. Por eso los cristianos escuchan en los textos y cantos palabras alusivas a la venida del Señor, en especial las profecías de Isaías.

Las grandes figuras que la liturgia presenta en este período son el profeta Isaías, San Juan Bautista, y la Virgen María.

Las fechas del Adviento se fijan entorno a las fechas que prepara, esto es, de la Navidad. Siempre cuenta con cuatro domingos, aunque las semanas no sean completas. Empieza el domingo cuarto anterior a la Navidad, que suele rondar desde el 27 de noviembre al 3 de diciembre. Solamente si Navidad (25 de diciembre) es domingo, contará con las cuatro semanas completas, pues siempre se cuentan los domingos anteriores a esta festividad.


Durante el tiempo de Adviento los sacerdotes utilizan vestiduras de color morado, como color de penitencia, mostrando así que este tiempo es de preparación a la fiesta de la Navidad, como también se hace en Cuaresma sobre la Pascua. Además, durante este tiempo no se dice ni se canta el Gloria, ni adornar el templo con flores, como en los demás días de penitencia, aunque sí se conserva el canto del Aleluya antes de la proclamación del Evangelio, omisión propia únicamente de la Cuaresma.

Sin embargo, llegados a la mitad del tiempo, en el tercer domingo, llamado antiguamente y aun nombrado como “Gaudete”, que significa "Gózate" (nombre tomado de la versión latina de la antífona de entrada propia de este día, Cf. Flp. 4, 4-5, "Estad alegres en el señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca"), se puede suavizar el color morado de las vestiduras con toques de blanco, utilizándose en este día vestiduras de color rosa, si bien no es obligatorio, indicando así la alegría al acercarse ya la festividad del nacimiento del Señor. También se puede adornar la iglesia con algunas flores.


Dentro de este tiempo, con propiedad considerado muy vinculado a la Virgen María, se celebra la solemnidad de la Inmaculada Concepción, patrona de España y de algunos países de América, y en América Latina, la solemnidad de su patrona, Nuestra Señora de Guadalupe. Durante las solemnidades se omite la supresión del Gloria y de los adornos florales.


TIEMPO DE NAVIDAD









Pasadas las cuatro semanas de Adviento, la Iglesia católica celebra el Tiempo de Navidad, a partir de esta solemnidad, el 25 de diciembre. Éste tiempo se extiende desde las I Vísperas de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, al atardecer del día 24, hasta las II Vísperas de la Solemnidad del Bautismo del Señor, el domingo después de la Epifanía (6 de enero).

Durante estos días, la Iglesia conmemora la venida en carne mortal de Cristo a la tierra. A pesar de que muchos lo consideren así, no se trata de un cumpleaños ni de una fecha tomada como exacta de este hecho histórico, sino que la elección de la fecha es puramente simbólica, como todas las del año cristiano. De este modo, otras confesiones cristianas celebran esta fiesta en fechas distintas. Como tiempo de alegría, se emplean vestiduras blancas.

A pesar de que la Navidad es una fiesta de gran importancia, el tiempo de Navidad no es uno de los tiempos considerados "fuertes". Así, durante este tiempo, se celebran algunas fiestas que se entremezclan entre la celebración, cosa impensable en Cuaresma o Pascua, como San Esteban (26 de diciembre) o la Sagrada Familia, que ocupa un lugar fijo el domingo de la octava de la Navidad.


También es creencia popular que este tiempo termina el día de Reyes, sin embargo la Iglesia católica continua conmemorando el nacimiento de Cristo y su manifestación a las naciones (Epifanía) hasta el domingo siguiente, en que celebra la fiesta de su Bautismo y comienzo de la vida pública. Tras el tiempo de Navidad, sigue un periodo de Tiempo Ordinario.


TIEMPO DE CUARESMA





La Cuaresma comprende días de preparación para la Pascua de Resurrección, que aunque tradicionalmente han sido cuarenta, las reformas posteriores han hecho cambiar; actualmente empieza el Miércoles de Ceniza y termina al comenzar la Misa de la Cena del Señor en las primeras horas de la tarde del Jueves Santo, totalizando 43 días y medio.

La Cuaresma recuerda a cada cristiano su situación de pecado y la necesidad de convertirse. Están invitados a practicar especialmente las limosnas, la oración y el ayuno. Se trata de un tiempo de conversión. Simbólicamente también recuerda los cuarenta días que Jesús vivió en el desierto y su lucha contra las tentaciones.

La Cuaresma incluye cinco domingos más el Domingo de Ramos y es un período de liturgia penitencial: se utiliza ornamentos morados, a excepción del Domingo de Ramos que es el rojo y las solemnidades más importantes que es el blanco, no se canta el Gloria ni tampoco el Aleluya, tampoco se adorna el templo con flores y el órgano y demás instrumentos callan, a no ser que sean para sostener básicamente el canto. Únicamente se exceptúa el cuarto domingo, tradicionalmente llamado "Laetare" en el que se puede cambiar de color al rosa (opcional, por la proximidad de la Pascua, mezcla entre el morado y el blanco), se pueden poner algunas flores y usar instrumentos, pero sigue callado el Gloria y por supuesto el Aleluya. También en las solemnidades y fiestas que coincidan -habitualmente son dos importantes: San José y la Encarnación del Señor- pueden quitarse estos signos penitenciales, empleando vestiduras blancas debido al la solemnidad de estas celebraciones, aunque nunca usar el Aleluya, que callará hasta la noche de Pascua.


TIEMPO DE PASCUA








El tiempo de Pascua es el que conmemora la Resurrección del Señor: su paso de la muerte a la vida (de ahí proviene etimológicamente la palabra Pascua, que significa "pasar"). Comienza estrictamente con la fiesta de la Pascua de Resurrección, si bien se considera que ya el triduo Pascual, como celebración de este paso, forma ya parte de este tiempo, aunque algunos liturgistas discrepen al respecto.

La elección de la fecha de Pascua tiene como origen la consecución de las estaciones y de las fases lunares: así, se celebra en el catolicismo el domingo posterior a la primera luna llena de primavera. Si ésta cae en domingo, siempre es al siguiente, con tal de no coincidir con la Pascua judía, que se celebra el mismo día de la luna, según su calendario lunar. Siempre se celebra en Domingo, según tradición apostólica, sin tener en cuenta si fue o no el día exacto en que resucitó históricamente Jesús. Así, puede tener lugar entre el 22 de marzo y el 25 de abril.



DÍAS DEL TIEMPO DE PASCUA



El tiempo pascual o de Pascua se extenderá a lo largo de siete semanas (50 días). Los cincuenta días después de Pascua se prolongan como un solo día de fiesta, como un solo gran domingo. Durante todo este tiempo la Iglesia canta la alegría de Cristo Resucitado. Las celebraciones son como un eco de lo que fue la noche de Pascua: se usan vestiduras blancas, no se deja de cantar el Aleluya, se vuelve a usar el Gloria, durante la octava de Pascua -sus primeros ocho días- cada día, y después, cada domingo. Se adornan los templos con muchas flores, más que nunca, y se usa música y canto.


Hacia el final de este tiempo se celebrarán también la Ascensión y Pentecostés. La Ascensión celebra el regreso del Cristo Resucitado a la casa de su Padre. Así, abre para todos los cristianos el camino hacia el Padre Dios. Se confirma y manifiesta de manera solemne a Jesucristo como Señor del Universo. Tradicionalmente se ha celebrado cuarenta días después del Domingo de Resurrección, en jueves, si bien puede ser trasladada por motivos pastorales al domingo siguiente.




La solemnidad de Pentecostés (que significa, cinquentena) cierra el tiempo pascual. Celebra la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles. La tradición católica afirma que Jesús no deja abandonados a los suyos; al contrario, les envía los dones necesarios. En el Antiguo Testamento era la fiesta de la cosecha. Según san Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, es el día en que nace la Iglesia. Se celebra cincuenta días después del domingo de resurrección (diez días después de la Ascensión), al octavo domingo de Pascua y con vestiduras rojas.



TIEMPO ORDINARIO O DURANTE EL AÑO







El llamado «tiempo ordinario» o «tiempo durante el año» integra aquellos días en los que no se celebran acontecimientos centrales de la vida de Cristo. Ocupa la mayor parte del año, si bien en dos periodos separados entre sí. El primero inicia tras el tiempo de Navidad y termina antes del Miércoles de Ceniza; el segundo comienza después del tiempo de Pascua y llega hasta antes del primer domingo de Adviento. Abarca 33 o 34 semanas, según el año. Durante este tiempo se usan vestiduras de color verde, menos en las celebraciones (memorias, fiestas, solemnidades) que exigen otros colores.


En esas semanas, la Iglesia católica medita el Evangelio de Cristo, su predicación y ministerio previo a su Pasión. Durante los domingos, se leen, en un ciclo trienal, los Evangelios sinópticos: se sigue el Evangelio de Mateo en el ciclo A, el Evangelio de Marcos para el ciclo B, y el Evangelio de Lucas en el ciclo C. El Evangelio de Juan se suele reservar mayormente para los demás tiempos litúrgicos, en particular el Tiempo de Pascua. Sin embargo, existen excepciones: algunos pasajes de los capítulos 1 y 2 del Evangelio de Juan se usan en el segundo domingo durante el año, y el capítulo 6 se incluye en el tiempo ordinario del ciclo B (domingos decimoséptimo al vigésimoprimero durante el año inclusive). En las misas entre semana (de lunes a sábado), a lo largo del año se sigue una lectura bastante completa de los tres evangelios sinópticos, empezando por el de Marcos, luego el de Mateo y terminando con el de Lucas.

En este tiempo hay espacio para otras fiestas y solemnidades del Señor y de los Santos: en primer lugar, algunas fijas como son la fiesta de la Santísima Trinidad, el domingo después de Pentecostés; la fiesta de Corpus Christi, tradicionalmente el jueves siguiente a la Trinidad, pero en la mayoría de los casos, trasladada al domingo; y la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, que se celebra el viernes después de la antigua octava de Corpus, por tanto, la semana después de esta fiesta.

Otras fiestas se desarrollan en el tiempo ordinario, como la de San Juan Bautista, Santiago Apóstol o la Asunción de la Virgen, entre otras. En este tiempo, tienen mayor preferencia estas celebraciones sobre incluso los domingos, puesto que no se celebra en concreto ningún acontecimiento singular de la historia de Salvación, si bien, cada domingo sigue conmemorándose, desde tiempos apostólicos, la resurrección de Cristo.


El año litúrgico finaliza con la celebración de la solemnidad de Cristo Rey, con un sentido claramente escatológico, es decir, con la esperanza en la vida eterna.





jueves, 21 de noviembre de 2013

LA ICONOGRAFIA DE JESÚS ORANDO EN EL HUERTO








Oración en el Huerto  de Hellín (Albacete) de Federico Collaut Valera - 1945



La historia de la agonía del Señor Jesucristo en el huerto de Getsemaní es uno de los pasajes más profundos y misteriosos de la Biblia. Contiene cosas que ningún hombre puede explicar satisfactoriamente. Al estudiarlo, bien se podrían repetir las palabras que Dios le dijo a Moisés cuando se le apareció en la zarza ardiendo: "Quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es" (Ex 3:5). Sin lugar a dudas, el estudio de este pasaje nos debe llevar más bien a la adoración que al análisis.

Aquí veremos al Señor librando la batalla definitiva contra el pecado, pero por alguna razón, esta batalla se nos presenta en dos actos: Getsemaní y Gólgota. Esto nos lleva a preguntarnos ¿por qué fue necesario pasar por Getsemaní? ¿No se podía haber evitado un episodio tan doloroso de su vida? Pero a lo largo de estos estudios veremos que fue en Getsemaní donde el Señor tomó la decisión de ir a la Cruz, mientras que en el Calvario fue donde la materializó.



                                     Oración en el Huerto obra de Salzillo (Semana Santa Murcia)


Oración en el Huerto de Linares: Cristo de Eduardo Espinosa Cuadros; 
Ángel Confortador de Dubé de Luque y Apóstoles de Manuel Martín Nieto

En nuestra ciudad de Don Benito (Badajoz), se abre paso sin prisa pero sin pausa la futura Cofradía del Sagrado misterio de la Oración en el Huerto de nuestro Señor Jesucristo, (hoy Hermandad Parroquial), que no sin muchas dificultades, es la única organización de fieles con actividad mas allá del Lunes Santo en que desarrolla su estación de penitencia.  Por este motivo, creo de máximo interés traer a esta entrada de Blog, una serie de notas sobre el momento que trata esta inconografía, que ya forma parte de una larga tradición de Hermandades a lo largo de nuestra geografía nacional, como da fe de ello el próximo XII Congreso de Hermandades de La Oración en el Huerto, a celebrar en Valladolid a principios del mes de diciembre, al cual ha sido invitado esta corporación calabazona. Aquí os dejo el siguiente enlace:







Cristo de la Oración en el Huerto de Don Benito (Badajoz), 
obra de Enrique Calero Rivera - 2010


La representación inconográfica de la Oración en el huerto es relativamente tardía. Los Evangelios nos dicen que se fue con 3 apóstoles a rezar en un huerto, por lo que aparecen los apóstoles en un lado, Cristo adelantándose y en un alto, olivos. En algún sitio tiene que aparecer la divinidad y un ángel con un cáliz, del que en ocasiones caen unas gotas de sangre. Conforme va pasando el tiempo, el sentimiento de dolor aumenta.

Se recrea en el pasaje evangélico de Lc. 22, 41-44, del Misterio de la Oración en el Huerto de Getsemaní, mostrando a Cristo humano y abatido de rodillas en actitud orante, en el momento exacto de la aceptación de su sacrificio, mientras que el ángel pasionista Egudiel lo conforta y tranquiliza mostrándole el cáliz de su sufrimiento.

ESTUDIO DEL MOMENTO ICONOGRÁFICO QUE REPRESENTA

La oración en el huerto de Getsemaní

La tristeza

Salen del Cenáculo, situado en la parte alta de la ciudad, y recorren el camino hacia el monte de los olivos por la escala de los Macabeos. Era una media hora de camino. Jesús empieza a sentir en su alma una tristeza extraña, que deja a todos sin saber qué decir y cómo consolarle. Pero le siguen en aquel camino iluminado por la luna de abril. Estaban ya en el día de la Pascua.

"Entonces llegó Jesús con ellos a una finca llamada Getsemaní, y dijo a los discípulos: Sentaos aquí mientras voy allá a orar". Parecía como de costumbre, pero tiene el alma en tensión. Las emociones de la cena le llevan a una vigilia de alma que quiere entregarse del todo. Ocho de los discípulos se quedan en una cueva, resguardados del relente de la noche. El Señor se aleja de ellos llevándose sólo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, Juan y Santiago. Son los mismos que estuvieron en la transfiguración del Tabor contemplaron su gloria, y los que vieron con sus ojos la resurrección de la hija de Jairo. Ahora van a ser testigos de algo mucho más difícil de entender: la agonía de Cristo, que quedará reducido a un hombre despojado de gloria y esplendor, como si estuviese derrotado. Y tienen que seguir creyendo que es Dios y hombre verdadero contemplándolo inerme, humillado, derrotado, sufriente. Es una situación que sólo se puede superar el escándalo con una fe nueva.


Oración en el Huerto de Albox (Almería) obra de Fernando Carrera Antúnez en 1944


Jesús se retira como a un tiro de piedra a un lugar donde que existe una enorme roca. Y "empezó a entristecerse y a sentir angustia. Entonces les dijo: Mi alma está triste hasta la muerte. Quedaos aquí y velad conmigo"(Mt). No se trata de una batalla cualquiera, sino de un amor que va a sufrir la mayor dificultad. Cuando en el fondo del alma se vive el gozo de la presencia del Padre, lo externo se torna menos difícil. Pero ahora Jesús experimenta como una no presencia, aunque el Padre esté siempre allí.

Jesús ora

A Jesús se le hace presente todo el sufrimiento de la crucifixión. De esto se trata. De amar a pesar de los pesares. Y viene la angustia, el desasosiego, las lágrimas, el desaliento. Experimenta los efectos del pecado en su alma, especialmente la separación de Padre, que es lo más difícil, es un comienzo del descenso a los infiernos que ocurrirá después de la muerte. Es un anonadamiento en su alma. Ha comenzado la Pasión cruenta en su alma. Pero no cede, sigue rezando, y sigue amando la voluntad del Padre que también es la suya, y ama a los hombres todos, que son los causantes de ese dolor.

"Y adelantándose un poco, se postró rostro en tierra mientras oraba diciendo: Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; pero no sea como yo quiero, sino como quieras Tú"(Mt). Jesús llama a su Padre, con acentos de hijo pequeño, le llama "Abba"(Mc) oración desconocida en otros labios. Él es el Hijo que cumple la voluntad amorosa del Padre. El Padre quiere salvar a los hombres por la línea del máximo amor; y el Hijo quiere esa voluntad que costará tanto dolor. Ese es el precio de la salvación de los hombres: un acto de misericordia que cumple, al tiempo, toda justicia.



Entonces "Un ángel del cielo se le apareció para confortarle. Y entrando en agonía oraba con más fervor y su sudor vino a ser como gotas de sangre que caían sobre la tierra" (Lc). Todo el cuerpo está empapado en ese extraño sudor de sangre. La angustia del alma llega ser terror; pero no le vence, no desiste Jesús de su empeño de entregarse. Quiere la voluntad del Padre, que es la suya, no la del cuerpo que se resiste, lleno de pavor.

Los discípulos se duermen

En este estado busca consuelo en los suyos. "Volvió junto a sus discípulos y los encontró dormidos; entonces dijo a Pedro: ¿Ni siquiera habéis sido capaces de velar una hora conmigo?" Es un queja para los que no han sabido estar a la altura de las circunstancias. Se excusan por el cansancio, pero es un sueño extraño, su causa es "la tristeza" (Lc), es como una evasión cuando los enemigos de Jesús bullen aquella noche sin ceder a sueños ni descansos. Pero de nuevo Jesús se rehace y se vuelca en aquellos que no saben, ni pueden, hacer más. Y les dice: "Velad y orad para no caer en tentación: pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil"(Mt). El sueño de los discípulos tiene también una causa infranatural; es el diablo, que envuelve en su tiniebla las mentes y los espíritus de todos. Jesús no lucha sólo contra su debilidad, sino contra el príncipe de las tinieblas que está desplegando todo su poder; y ellos, sus seguidores, sin oración no son nada. La oración será la fuerza para vencer cualquier dificultad; al mismo diablo con todo su extraño poder.





Hágase Tu voluntad

Ya muy entrada la noche Cristo se retira durante un tiempo largo, y se repite la oración, la agonía que no puede superar a pesar del consuelo del ángel. Y "de nuevo se apartó por segunda vez y oró diciendo: Padre mío, si no es posible que esto pase sin que yo lo beba, hágase tu voluntad. Volvió otra vez y los encontró dormidos, pues sus ojos estaban cargados de sueño. Y dejándolos, se apartó una vez más, y oró por tercera vez repitiendo las mismas palabras" (Mt). La insistencia es amor que no cede; es una verdadera pasión en el alma, y también en el cuerpo. Parece un desecho de los hombres, está humillado y parece derrotado; supera una y otra vez la tentación y la oración -vida de su vida- se hace más intensa.


Oración en el Huerto de Montesión (Sevilla)


Jesús suda sangre

"Finalmente va junto a sus discípulos y les dice: Dormid ya y descansad; mirad, ha llegado la hora, y el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. Levantaos, vamos; ya llega el que me va a entregar"(Mt). Se levanta, por fin, el Señor. Se limpia el rostro con el paño para cubrir la cabeza que queda empapado en sangre lo deja en el suelo doblado. Se adereza el aspecto. Va donde se encuentran Juan, Pedro y Santiago, después se dirigen donde duermen los otros ocho. Se despiertan también con excusas, están confusos.


Reflejo de la Hematidrosis en una obra de Juan Manuel Miñarro



"Aparta de mí esta copa"

El acto de obediencia que el Hijo del Hombre se disponía a llevar a cabo, tendría un sabor inconmensurablemente amargo. Tenía el sabor de la muerte. El autor de Hebreos dice que él "gustó la muerte por todos" (He 2:9). Además, el Antiguo Testamento se había referido con frecuencia a esta "copa", que estaba reservada para los malos (Sal 11:6), y que contenía la indignación divina contra los impíos (Sal 75:8), su ira (Is 51:17) y su furor (Jer 25:15).

La muerte que él gustó no sólo tuvo que ver con experimentar la separación del alma del cuerpo, sino el abandono del Dios de justicia por haberse identificado con el pecado del mundo.

Es inimaginable, por lo tanto, que la Santidad encarnada pudiera recibir con agrado el pecado representado en esa copa, de ahí su petición: "aparta de mí esta copa". Pero por otro lado, dejaba también constancia de su absoluta devoción y amor a su Padre: "mas no lo que yo quiero, sino lo que tú".

No había ningún conflicto entre la voluntad del Padre y la del Hijo. El Hombre perfecto era también el Siervo obediente en todo, y aunque todo su santo Ser se alzase en contra de la perspectiva de la cruz, y su cuerpo sudase sangre en su agonía, él nunca dejaría de decir: "mas no lo que yo quiero, sino lo que tú". No podemos imaginar un grado de perfección más alto que el que aquí se nos presenta.



Oración en el Huerto de El Greco



EL ANGEL CONFORTADOR O DE LA CONSOLACIÓN:

Por medio de la triple oración de su agonía Jesús quiso manifestar, con su tristeza de muerte delante del pecado del mundo, la víspera del viernes, antes del comienzo de su pasión externa, la disposición santísima de esta humanidad, su ofrenda como víctima (verbalizada ya en la cena) por los pecadores. Aunque experimentaba un horror natural respecto de los sufrimientos, los suplicios y de una muerte sangrienta, se ofrecía en un acto de libre y voluntaria obediencia a la voluntad salvífica del Padre para consumar la obra de la Redención. Fue en ese momento que – según el Evangelio Según San Lucas – el Ángel Consolador se apareció a Jesús para fortalecerlo (22, 43). Proponiéndole consideraciones que podían aminorare su tristeza y fortalecer las potencias inferiores de su alma, el Ángel, observa Suárez, no enseñó a Cristo como un maestro que ilumina a un discípulo. Cristo no ignoraba los pensamientos propuestos por el Ángel, pero su razón superior los tomaba en consideración sin permitir a sus potencias inferiores recibir consolación alguna; el Ángel se le apareció de un manera sensible, humana, y le habló exteriormente.

Cristo quiso recibir este consuelo como un don del Padre, lo recibió con gratitud, respecto y humildad.


Ángel del misterio de Salzillo en la semana santa murciana



Este consuelo no tenía por única finalidad o por efecto dispensarlo de sufrir por la salvación del mundo, sino, por el contrario, de ayudarlo. Bien lo muestra el Evangelio de Lucas, según el cual la aparición consoladora es seguida por la “agonía” una oración más intensa y por el sudor de sangre. Más profundamente, este consuelo no significaba que Cristo hubiese tenido necesidad del auxilio angélico – el Creador de los Ángeles podía hacer descender del cielo doce legiones de Ángeles (Mt. 26, 53) sino que le pareció necesario ser fortificado con miras a nuestra consolación, de la misma manera que estuvo triste por nuestra causa – propter nos tristis, propter nos confortatus - dice Beda el Venerable, seguido por San Buenaventura. Al aceptar este consuelo por nosotros, y en nuestro nombre, Jesús mostraba la realidad de su humanidad  y de la debilidad humana que le reconocía la Epístola a los Hebreos. En la aceptación, por nosotros y a favor nuestro, del consuelo angélico, Jesús significaba anticipadamente  que aceptaría para consolarnos nuestros consuelos. No sólo nos hacía merecedores de poderlo consolar sino, también por generosidad respecto de nosotros, hacer de nosotros sus consoladores para consolarnos en nuestros momentos de desolación.

Al orar por sí mismo, Jesús agonizante manifestaba la voluntad salvífica del Padre respecto de nosotros. “No mi voluntad, mi voluntad espontánea de no morir sino tu voluntad sobre mi voluntad por la salvación del mundo”. Podemos decir, pues, con Santo Tomás de Aquino que su oración por sí mismo era también oración por los otros; y el santo agrega: “todo hombre que pide a Dios un bien para emplearlo en beneficio de los otros no oran sólo por sí mismos, sino también por los demás”. La voluntad de Cristo de ser consolado es por tanto, voluntad consoladora, lejos de ser signo de egoísmo. Con  el fin de consolarnos en Él, quiere ser consolado por nosotros. Para fortalecernos quiso ser fortalecido por un Ángel.



 Misterio  de la Oración en el Huerto de Bailén  
(realizado por D, José Miguel Tirao Carpio en 2013)




ORACIÓN A JESÚS EN SU AGONÍA


¡Oh Divino Redentor mío!, Jesús, te suplico que junto con tus tres amados apóstoles me lleves también a mí para asistir a tu agonía en el Huerto de los Olivos. Prevenido por el dulce reproche que le hiciste a Pedro y a los otros dos apóstoles que se encontraban durmiendo, yo quiero velar por lo menos una hora contigo en este huerto de Getsemaní, quiero sentir por lo menos una herida de tu Corazón agonizante, uno de los alientos de tu respiro afanoso.

¡Quiero fijar mi mirada sobre tu divino rostro y contemplar cómo empalidece, cómo se turba, cómo se angustia, cómo se encorva hasta la tierra!

Ya veo, oh penante Jesús mío, cómo tu divina persona vacila y cae, cómo tus manos entumecidas se unen. ¡Comienzo a oír tus gemidos, tus gritos de amor y de incomprensible dolor que elevas al cielo!

 ¡Oh Jesús mío, agonizante en este lúgubre huerto de Getsemaní, haz correr en mí, en esta hora en que te acompañaré, un río, unas gotas de tu adorabilísima sangre que ya de todos tus adorables miembros estás sudando como a torrentes!

¡Oh baño preciosísimo de mi Sumo Bien que por mí agoniza, ah, haz que yo te beba hasta la última gota, que contigo beba al menos un sorbo del amargo cáliz de mi amadísimo Jesús, y que sienta dentro de mí las penas de su Divino Corazón; es más, haz que sienta que se me rompe el corazón por el arrepentimiento de haber ofendido a mi Señor, que por mí se encuentra reducido a una agonía mortal!

¡Ah, Jesús mío, dame la gracia, ayúdame para poder penar, suspirar y llorar junto contigo, por lo menos una sola hora en el Huerto de los Olivos!
¡Oh Madre Dolorosa, haz que yo sienta la compasión de tu Corazón traspasado por la agonía de Jesús en este huerto!

Así sea.



Fachada principal de la Capilla de Monte-Sión, Plaza de Montesión Sevilla.


jueves, 14 de noviembre de 2013

LA DIRECCIÓN ESPIRITUAL EN LAS COFRADÍAS


 








Siguiendo las palabras del Papa Benedicto XVI, se podría decir que los cofrades deben abrirse, bajo la guía del pastoreo de los consiliarios, a la amistad plena con Cristo que les lleve a una fe adulta. Amistad que nos abre a todo lo que es bueno y nos da el criterio para discernir entre lo verdadero y lo falso, entre el engaño y la verdad.

A menudo obviamos el papel fundamental que desempeña la Dirección Espiritual o Consiliario de una grupo de fieles o cofradía, y nos alejamos de su necesaria intervención para canalizar algunos de su objetivos. En Don Benito encontramos claros ejemplos de ello, en Hermandades que no toman en consideración sus opiniones, o bien en otras que no cuentan con el respaldo o beneplácito de sus pastores para llevar a cabo el cumplimiento de sus fines, es decir, unos por que no quieren oír y otros porque no son oídos; unos porque son gustosos del mundo cofrade y tratan de incentivarlo, y otros por que no es "santo de su devoción", y les abandonan a su suerte…

Un Consiliario es un servidor de la fe del grupo de creyentes que, asociados en hermandad canónicamente reconocida, se proponen una serie de fines religiosos, expresados en los estatutos, orientados al culto público de sus titulares y a la mutua ayuda en la vida cristiana, circunstancia ésta que debe servir para que los fieles se abran progresivamente al misterio de Dios y de la Iglesia en toda su profundidad.

Los aspectos que encierra la definición de consiliario podemos agruparlos en cuatro apartados:

1. El papel de consiliario solo puede desempeñarlo un presbítero designado por el Sr. Obispo al que se le encomienda el cuidado especial de una porción del Pueblo de Dios, surgida de modo asociativo, normalmente en el marco de la vida cristiana de una Parroquia, ermita o santuario. Con ello se garantiza la eclesialidad plena de la hermandad.

2.  Lo normal es que el cargo de consiliario sea ejercido por el Párroco o algún vicario parroquial de la Parroquia en la que la hermandad está constituida canónicamente. Por tanto, la hermandad no es una asociación que pueda ir por libre, sino que ha de estar en comunión con la Iglesia Local o Particular (la Diócesis).

3.  El consiliario debe velar y garantizar la eclesialidad plena de la hermandad y de todos sus miembros mediante el desempeño de sus funciones propias relativas a la predicación con autoridad de la Palabra de Dios, el servicio de los sacramentos y de la Eucaristía en particular, amén de participar en la Junta de Gobierno a la que pertenece por derecho propio.

4. Por último, debe integrar a la Hermandad en los organismos pastorales pertinentes de la vida de la Parroquia en la que está radicada canónicamente.




El paso previo para que lo señalado en los puntos anteriores se lleve a cabo es que debe existir un aprecio mutuo por ambas partas, que se esté por encima o más allá de nuestras simpatías personales o manifiestas antipatías. Se trata de un aprecio que va, en la parte de los fieles hacia el consiliario, no tanto por quién es, sino por lo que es. Por su parte, el consiliario deberá saber distinguir lo que son sus apreciaciones personales sobre otros aspectos, de lo que es doctrina común en la Iglesia respecto a la piedad popular, debidamente establecidos por la Delegación Episcopal de la Liturgia en la Diócesis

En definitiva, el papel del consiliario es de vital importancia en las hermandades, pues sus miembros necesitan de la buena orientación catequética, litúrgica y pastoral de quien hace las veces del Buen Pastor en medio de esa ovejas que somos todos con respecto a Cristo en el Pueblo de Dios: la Iglesia. Por tanto, el consiliario ante todo ha de ser un creyente entre los creyentes.

En este sentido, conviene subrayar las palabras de Juan Pablo II, para quien “uno de los retos más serios que nuestras Iglesias han de afrontar ... consiste no tanto en bautizar a los nuevos convertidos, sino en guiar a los bautizados a convertirse a Cristo y a su Evangelio”. Por ello, será muy conveniente que la insistencia tanto del Consiliario como de la Junta de Gobierno de las Hermandades vayan en la línea de potenciar la real integración de la vida cofrade en la dinámica pastoral de la Parroquia a la que pertenece.



Para terminar, citar algunas de las responsabilidades que deben tener en cuenta los consiliarios:

- Estar presentes de manera habitual en las reuniones de Junta de Gobierno y Asambleas Generales de la Hermandad, ofreciéndoles una orientación doctrinal y pastoral adecuada al momento de la vida de la Iglesia.

- Orientar el ejercicio de la caridad que realizan las hermandades, conforme a lo establecido en los estatutos de las mismas así como informar de las urgencias de caridad que desde Cáritas se produzcan.

- Ha de ser un intermediario ante el Sr. Obispo de la idoneidad de los candidatos a ser miembros de la hermandad y en particular a los elegidos para cargos directivos, que deberán llevar una vida cristina públicamente reconocida y avalada por el consiliario.

- Aunque resulte evidente, corresponde al consiliario acompañar y presidir las manifestaciones religiosas públicas que pueda organizar la hermandad con su consentimiento.

- Por último, procurará no ser absorbido de manera exclusiva por la vida cofrade de una hermandad, en detrimento del resto de las obligaciones pastorales que tiene encomendadas como pastor de la Iglesia.

LA IMPORTANTE FUNCIÓN DE LA DIRECCIÓN ESPIRITUAL

“La vida espiritual, como trabajo privilegiado de la gracia, es algo sumamente original y siempre nuevo en la creación, donde Dios no se repite nunca”.

Deseamos ser eficaces como directores espirituales y es a través de la dirección espiritual donde podemos acompañar y llevar al seglar por el camino que el Señor amorosamente lo ha llamado. Para lograrlo, junto con la gracia divina como punto de partida y elemento esencial de santificación, hay que aplicar un método. Este método incluye los siguientes elementos:

-1.- Saber acoger

Saber acoger significa crear un ambiente de confianza en el orientado por el modo de tratarlo: con amabilidad, con respeto, dándole su lugar. El aspecto humano cuenta mucho (afabilidad, rostro alegre y amable) y favorece la confianza. El primer contacto es decisivo, quien desde el primer momento se sienta atendido, en un clima de apertura, confianza y serenidad.



 


-2.- Saber escuchar

Es algo sumamente costoso, ya que en el papel de director, cuando se intuye lo que quiere decir la persona inmediatamente formulamos los buenos “consejos” que debemos decir. ¡No! Hay que dejar hablar, que se expresen, que abran su espíritu y sobre todo propiciar esta apertura y desahogo con nuestro interés sincero.

Saber escuchar significa no sólo oírles, sino también

a) Favorecer la apertura.
Casi lo único que requiere el individuo, en relación con su vida interior, es que se le permita hablar. A veces las personas y especialmente los jóvenes presentan situaciones personales que a simple vista parecen irrelevantes. Tiene sin embargo su trasfondo. Si dejamos hablar e incluso preguntar ¿algo más?, casi siempre las personas con problemas explotan, pero luego se serena. El verdadero formador, el verdadero director espiritual, por su carácter sacerdotal, religioso, carisma y por los ingredientes de bondad, paciencia y generosidad, debe lograr esta apertura en las almas.

b) Prestar interés y escuchar con paciencia. Escuchar no es sólo guardar silencio, es sobre todo prestar interés y atención a lo que el orientado está tratando. Cualquier otro compromiso o interrupción en ese momento, es menos importante. ¡Qué gran necesidad tienen los seglares de ser escuchados!

-3.- Saber comprender


Que es meterse de lleno en la situación, circunstancias y problemática del dirigido pero desde su realidad. Comprender no significa, por supuesto, estar de acuerdo con sus defectos y malos comportamientos. Comprender significa captar todas las implicaciones intrínsecas de sus dificultades o comportamientos, es decir llegar a las causas. Hay que ir hasta el fondo para dar a cada quien la medida exacta que necesita.

En una ocasión preguntaba Chesterton:

- ¿Qué necesitas para enseñar a Pedro matemáticas?

- Saber matemáticas, respondieron.

- No, Conocer a Pedro, replicó Chesterton.

Por lo tanto conocer para comprender. Basta ver el ejemplo de Jesucristo. El Buen Pastor. ¡Cómo conoce a sus apóstoles! Sus ovejas a su vez, también le conocen a Él y siguen su voz.

 

Hay tres personajes en la dirección espiritual: el dirigido, el director espiritual y el Espíritu Santo.



Es importante tener claro, ante esta corriente liberal que quiere suplir la dirección espiritual por asesoría o consejo solamente, que la dirección espiritual se trata de la sumisión del dirigido y del director a la acción del Espíritu Santo, para descubrir juntos el plan de Dios y recibir la luz y la fortaleza para realizarlo.
El director espiritual no da consulta psicológica, no es un impositivo, pero tampoco es un espectador; actúa, pero guiado por el Espíritu Santo. A su vez el dirigido va a exponer su vida a la luz de Dios para que sea está quien dirija.


2. Tres características escalonadas de la dirección espiritual: dirigir, motivar y exigir


Dirigir: Se trata de conducir a cada alma al plan de Dios sobre su vida. Significa, por tanto encauzar todo el potencial, todos los talentos, todas las energías espirituales, humanas y afectivas de la persona para realizar ese plan. Lograr que un alma ponga a Dios en el primer lugar e su vida implica remover muchos obstáculos y segundo encauzar la riqueza personal a ideales altos y nobles.

Motivar: las personas siempre se guían por motivos y no por sentimientos. Dar razones y no sólo mover los sentimientos, porque lo primero es estable y lo segundo pasajero. Los motivos variarán en su presentación y profundidad según la edad, la psicología de cada persona, pero siempre deberá ser Cristo, el amor a la Iglesia, la salvación del alma, el plan de Dios sobre la propia vida, encauzarlos a grandes ideales. Cuando los dirigidos están convencidos de lo que deben realizar y del porqué lo deben realizar las decisiones que tomen en la vida serán profundas y duraderas.

Exigir: no significa regañar o tratar con dureza, de este modo un director espiritual no adelanta nada, e incluso puede ser contraproducente, sobre todo si no hay motivos de fondo en los que se apoye su exigencia. Exigir presupone que se ha dirigido con un plan concreto de santificación y se ha dado motivos profundos para realizarlo.

Exigir quiere decir dar formar, dar la respuesta adecuada y la solución precisa a sus inquietudes, problemas, necesidades. No dar respuestas prefabricas. Exigir no es dar un consejo maravilloso o sorprendente. Tampoco es tratar a todos con la misma medida, por ello es importante tratar de conocer a cada alma que dirigimos. Conocer para detectar la problemática de fondo, analizar las causas profundas. Hasta que no se llega a las causas profundas, todo será un barniz, de diversas capas. Si tocamos fondo con el dirigido entonces comenzamos a exigir.

Y cuando se ha tocado fondo, el siguiente paso es la exigencia consistirá en ir dosificándola. No se puede exigir todo de golpe, debe ser algo progresivo. En resumen: que mi dirección o respuesta no sólo satisfaga, sino comprometa de una manera profunda y progresiva.

Saber exigir, he ahí el gran secreto para lograr entregas generosas. No debemos tener miedo ya que lo mejor que podemos querer para una persona, como directores espirituales, es que alcance su plenitud vocacional, la realización completa del plan de Dios sobre su vida.

La dirección espiritual tiene muy poco de espectacular y sí exige mucho esfuerzo. Con frecuencia se hace agotadora e ingrata porque no se palpan inmediatamente los frutos. No hay que desanimarse. A veces se advierten los milagros descarados de la gracia de Dios, pero generalmente se requiere de mucha confianza en Dios. El labrador, labra, no mira atrás a ver si la semilla recién sembrada está ya creciendo. Sabe esperar, sabe tener paciencia.

Como segunda parte de nuestro tema trataremos el desarrollo normal de una dirección espiritual. Nos apoya el texto del padre Luis Maria Mendizaval S.J.







3. Desarrollo normal de una dirección espiritual

Periodicidad


A los principios de una vida fervorosa, parece conveniente que la dirección espiritual tenga una frecuencia semanal o quincenal; frecuencia que progresivamente irá disminuyendo en proporción al avance en la vida espiritual.


En ese período inicial suele ser conveniente fijar el día y hora de la siguiente entrevista, y, a las veces, urgir al dirigido, llamándole si es preciso, porque no raras veces suelen aparecer timideces e inhibiciones. Con los que ya van madurando espiritualmente, no conviene ya tratar en tiempos tan concretos, porque generalmente las cosas proceden normalmente y con prontitud de espíritu, hallándose como se hallan en un período de plena aplicación y progreso tranquilo. Sólo en el caso de que apareciera una crisis de debilitación o de crecimiento, habrá que establecer contactos más frecuentes y concertados a medida de la necesidad.

Hay que cuidar también que la entrevista misma no quede encanalada sistemáticamente en un horario restringido, oprimiendo con la impresión de prisa y mecanización, porque es importante que se desenvuelva en atmósfera de espiritual espontaneidad. Esta espontaneidad se desvanece cuando la persona se siente «número» o puro cliente. Como se pierde también con la impresión agobiadora de la prisa. Con todo, cada entrevista conviene que sea breve cuando el dirigido procede normalmente sin problemas especiales. Cuando haya problemas, se proporcionará a la exigencia del problema mismo.

 



Comienzo de la dirección

De ordinario, la dirección espiritual no suele empezar por una proposición formal de ser dirigido, sino por la presentación de algún problema concreto personal de espíritu. Es el camino que hay que aconsejar normalmente a quien busca director: que no pida desde el principio dirección habitual, sino que lo tantee a través de algunos planteamientos concretos para ver si le da garantías de una posible buena dirección. Lo cual sucederá si desde las primeras respuestas intuye la competencia del director, que se manifiesta en la inteligencia y solución de su caso, aun cuando el problema no se haya tocado todavía en toda su profundidad.

Cuando se comienza formalmente una dirección seria, hay que conocer con atención el estado espiritual del dirigido. El modo de proceder será distinto si se trata de un comienzo absoluto de dirección espiritual en quien hasta ahora nunca la había tenido, o si se trata de quien ha tenido ya dirección y ahora comienza su relación directiva con este director concreto.

En el primer caso, de comienzo absoluto de dirección, hay que hacerse cargo de la vida espiritual que hasta el momento ha llevado, aunque sea de manera rudimentaria. Porque, sin duda, tenía alguna vida espiritual, aunque tenue. Para ello le ayudará a hacer una especie de confesión ascética a base de un examen espiritual de sus antecedentes. Porque cuanto mejor conozca sus cosas interiores y exteriores, con tanto mayor amor y solicitud le podrá ayudar.

Si se trata del comienzo de la dirección de una persona que ya antes ha tenido director, no conviene, normalmente, volver a mirar sistemáticamente hacia atrás. La que hemos llamado confesión ascética no se debe repetir en cada cambio de director, a no ser que haya alguna razón concreta poderosa. El nuevo director no tiene que comenzar desde el principio, como si no valiera nada cuanto hasta el momento se ha hecho, sino que tiene que tomar a la persona tal como se encuentra en el momento actual. El inquirir demasiado en las cosas pasadas sería signo de falta de aptitud en el director. Debe considerarlas como secreto entre Dios y el hombre, que el mismo Dios no, quiere que se manifiesten sin causa razonable y proporcionada. En estos casos, el director debe reconocer el estado actual de espíritu y entenderlo, a fin de poder colaborar a la continuación de cuanto Dios ha obrado en el dirigido a través de la acción de sus predecesores”.

 






Esta primera inspección de la conciencia debe estar esencialmente ordenada al bien del dirigido, en orden a continuar su evolución espiritual propia. La vida espiritual, como trabajo privilegiado de la gracia, es algo sumamente original y siempre nuevo en la creación, donde Dios no se repite nunca. De esta primera manifestación debe sacar el director el conocimiento de las relaciones actuales de intimidad entre Dios y el nuevo dirigido y comunicarle a éste un sentido de confianza en los caminos del Señor.

Al término de ella podrá, quizás, ser oportuno prevenirle sobre la impresión que puede seguirse en él a esta manifestación de su conciencia, como de cierto despecho por haberse abierto en su interior a otro; y sugerirle que no tenga dificultad en contar luego los sentimientos de antipatía que con esta ocasión hayan brotado en él, para superarlo más fácilmente.


Y ¿qué decir de una confesión general sacramental? El director, al comienzo de la dirección, no exija confesión general ni la admita, a no ser que el dirigido mismo se la pida con motivo razonable. Si se trata de la primera dirección que este dirigido tiene, es bueno que después de algún tiempo haga tal confesión general. Pero, si ya la ha hecho otra vez, normalmente no hay que repetirla.






Observaciones para las primeras direcciones espirituales

Hay que comenzar a trabajar desde el principio. Ante todo, hay que procurar crear un ambiente de confianza, para evitar inhibiciones.
Superar cuanto pueda parecer artificial, demasiado formulista, para llegar a un auténtico contacto personal con acogida cordial.






 


Guárdese el director de pronunciar juicios definitivos a raíz de las primeras entrevistas y evite incluso dar la impresión de que se los ha formado interiormente. Igualmente, evite la tentación de clasificar al dirigido en las fichas de determinada categoría psicológica o espiritual. Sería fatal para el proceso ulterior de dirección. Desconfíe de las primeras impresiones. En la dirección se encuentra uno con grandes sorpresas por la excesiva precipitación con que se ha juzgado inicialmente. El daño mayor suele consistir en que uno se forma una idea desde el principio, y ya contempla desde ella cuantos datos se van acumulando, prejuzgándolos partidistamente desde su postura ya tomada y deformando totalmente su visión de los hechos y de la persona. El director debe estar libre de esquemas prejudiciales.

Desde el principio debe colocarse y actuar en plena luz evangélica; no como psicólogo, o doctor, o humanista, o teólogo, o persona culta, sino claramente como un director espiritual. Ni siquiera como amigo natural. En consecuencia, exprese desde el principio enjuiciamientos evangélicos de las situaciones concretas.

Muestre desde las primeras entrevistas una confianza plena en la sincera voluntad del dirigido, como la manifestó Cristo en el caso de Natanael: «Mira un israelita verdaderamente sin dolo» (Jn 1,47). Si al principio se admite o se deja transparentar la menor desconfianza, se acabó la dirección. Esté convencido el director de que, si hay cosas no totalmente perfectas, hay, sin embargo, muchas buenas.

Patentice su fe cierta en la victoria de Dios, que está ya en acción por la presencia de su fervor en el dirigido. Muestre su convencimiento de la acción de la gracia en su buena voluntad y en sus deseos, que él debe fomentar y cuidar. La fuerza de este convencimiento es enorme, porque, si el dirigido se siente acogido y juzgado con benignidad, se expresará con más facilidad.

Deje ver también, por los medios oportunos, la estima que tiene del dirigido. Cada persona, incluso cuando aparece orgullosa, agitada, en postura crítica ante todo, etc., en el fondo solitario de sí misma tiene un juicio muy desfavorable de sí y sufre de pusilanimidad. Conoce algo de sí mismo y de las propias debilidades. En el fondo tiene la impresión de que, si le conocieran como es en su interior, le menospreciarían. En la entrevista espiritual, manifestando su conciencia, este hombre ha hecho un esfuerzo y empieza a revelar su interior; cómo él se ve a la luz de Dios. Lo hace, naturalmente, con cierto temor, porque ha llegado el momento de pasar la prueba: va a haber una persona que conocerá sus debilidades, su realidad interior; que le juzgará como intérprete del Señor, a la luz de Dios. Es, pues, importante el reflejar sinceramente el juicio alentador y favorable de Dios mostrando la estima auténtica que esa persona sigue mereciendo. Cuando, después de una manifestación de debilidades que parecían humillantes, entiende que el director le estima verdadera y sinceramente, esto le abre enormemente el corazón y la esperanza.


 




 Pero ha de ser una estima auténtica, no fingida. Y una estima espiritual en el campo mismo de la manifestación hecha. Se entiende que desde el principio es una estima verdadera porque llega a la bondad escondida, porque detrás de todo aquello descubre una riqueza de bondad por razón de la gracia y dones de Dios, que están actuando en medio de las miserias y limitaciones humanas. Es conducido por el Espíritu Santo con un sentido de docilidad al director espiritual para ser ayudado. Esta disponibilidad es expresión delicada de la fe, que obra por la caridad. Le da al dirigido un valor transcendente ante los ojos de Dios, aun cuando la perla preciosa está cubierta de desórdenes, ignorancias e ilusiones. Por tanto, es una estima que no hincha: visión espiritual positiva de su espíritu. Llegará el momento de insistir; con la luz conveniente, en los impedimentos de ese espíritu.

Esa estima hay que mostrarla más con una sugerencia apta que de manera explícita. No hay que caer en el vicio de la adulación, alabando desordenadamente.

Una última observación psicológica acerca de la postura en este momento de la dirección. El director debe evitar absolutamente el comenzar ponderando y alabando las cualidades exteriores y humanas del dirigido según esas cualidades son comúnmente reconocidas y admiradas socialmente. Porque muchas veces ahí precisamente está el conflicto de esa persona: bajo brillantes éxitos exteriores, esconde heridas espirituales humillantes. La alabanza inicial del director puede hacer más difícil y hasta psicológicamente imposible la ulterior manifestación de sus debilidades. En cambio, más adelante podrá mostrar la estima que, bajo la luz evangélica, le merecen esas cualidades, como del resto de toda su persona.